BÁRBARA

Por Marie Lépinoux

@MarieLepinoux

 

 

 

Conocí a Bárbara en el colegio. Nunca estuve en su vida, pero sí pude ser una espectadora participativa, al mejor estilo sociológico. Por eso sé que Bárbara nació y murió en Valencia. Ella pertenecía a una familia de nombre, los Lares. Ellos eran parte de la crema y nata de la sociedad valenciana. Los Lares tenían dinero, pero no eran millonarios, solamente eran de posición acomodada. Todo el mundo en Valencia los conocía y decían ser amiguísimos de ellos, aun cuando fuera por mero interés. La verdad es que no eran mala gente, pero sí eran personas muy particulares en su forma de ser, cosa que no resulta especialmente agradable a todo el mundo. Sin embargo, muchos formaban parte de sus allegados por puro arribismo. Los Lares estaban al tanto de ello y en lugar de disgustarles este comportamiento, a ellos les fascinaba y de hecho lo promovían, como una suerte de ritual de paso para entrar en la sociedad valenciana.

 

En general, la vida fue muy fácil para Bárbara. Uno podría pensar que decir esto, es un poco injusto con la persona, pero en realidad no lo es. Apartando un par de cosas que son naturalmente dolorosas en la vida de cualquiera, ésta fue realmente fácil para ella.

 

En el colegio, Bárbara habría sido una estudiante promedio en cualquier otra ciudad, pero en Valencia Bárbara fue una buena estudiante, pues los profesores querían congraciarse con su familia. Ella era popular, pero no por su belleza o su bondad. Sus amigas del colegio tenían la misma posición que ella. Varias de ellas no se soportaban entre sí y con cierta frecuencia hablaban a sus espaldas, así como Bárbara hacía lo mismo. Sin embargo, dicha amistad lograba funcionar por la presión que los padres ejercían en sus hijas, pues ellas debían ser sus mejores amigas.

 

En la universidad ocurrió algo muy similar. Podría pensarse que habría sido diferente que en el colegio, por el hecho de que las unversidades son distintas a una escuela, pero no fue así. Bárbara estudió en una universidad privada que aún sigue siendo algo mediocre, y cuyos accionistas estaban emparentados con los Lares.

 

Nunca supe lo que realmente quería Bárbara de la vida. A veces, sencillamente, pensaba que quería ser igual que los demás. Pero no creo que quisiera esto por una decisión que tomó voluntariamente, ella sencillamente estaba destinada a recrear cierto arquetipo y esquema social. A ella siempre le gustó la misma música que a los demás, le gustaron las mismas películas, vistió de la misma manera, pensó de la misma forma que los demás; en fin, nunca hubo nada por lo que se distinguiera realmente, sino por su apellido.

 

A Bárbara no le interesaron nunca los grandes retos. Irse del país o irse a Caracas para estudiar Comunicación Social, ni quiso ser una mujer de negocios o tener una carrera exitosa. Ella solamente quería pasar el tiempo en bachillerato y en la universidad, esperando conocer al que sería su esposo para, posteriormente, tener hijos. En ese sentido, ella se comportó igual que su madre, y es probable que sus hijas también hagan lo mismo, recreando una suerte de eterno retorno, a la mejor manera nietzscheana.

 

Bárbara no tuvo muchos novios, solamente dos o tres y, quizás, una aventura por ahí. Para todo el mundo, ella aún era virgen, pero en realidad había perdido la virginidad con su primer novio, solamente para tener un mecanismo con el cual pudiera amarrarle. Por la culpabilidad que la sociedad generaba, ella no lo hacía con frecuencia; de hecho, podría decirse que no le gustaba el sexo. Ella nunca quiso experimentar diversas posiciones, ni sexo anal u oral, pues pensaba que éstas eran aberraciones. Solamente dejaba que la penetraran para mantener satisfecho a su hombre. Esa fue la misma razón por iba al gimnasio y por la que se aumentó el tamaño del busto.

 

Cuando Bárbara se graduó de la universidad, tuvo la misma ansiedad e insatisfacción que el resto de las muchachas en Valencia, pues aún no tenía ningún prospecto para el matrimonio. Ella pasó varios años bastante insatisfecha consigo misma, como mujer y como persona. Muchas amigas de ella ya estaban casadas y con hijos, y la invitaban a sus bodas. Nadie de su círculo lo vio, pero yo la vi llorando una vez que regresaba de una fiesta. Lloraba desconsolada, piéndole a Dios que le mandara un hombre con el cual pudiera casarse.

 

Eventualmente, llegó dicho hombre. Luis Manuel. Tuvieron un largo y envidiado noviazgo. Como es de esperarse, su novio tuvo momentos críticos en los que no estaba seguro si dejarse amarrar por Bárbara y su familia, pero no había mejor forma para escalar en la sociedad. Así que, dejando de un lado su miedo al compromiso, le pidió matrimonio. El anillo fue envidiado por todas sus amigas, por las que ya estaban casadas y por las que ni siquiera tenían pretendiente. La mamá de Bárbara estaba más feliz que cuando ella misma se había casado. Ni el carácter ni el cariño del muchacho hacia su hija parecían relevantes, solamente tomaba en cuenta que era un muchacho de cierta posición, con dinero, trabajo y carro. Además, ella bien sabía que su hija no era virgen y este muchacho debía ser bueno, porque quiso casarse con una mujer cuyo fruto ya había sido profanado por hombre. Los preparativos para la boda se hicieron con un año de anticipación, pues la mamá y las tías de Bárbara habían decidido que sería el evento del año. El vestido fue de Rosa Clará, la fiesta fue en lugar de moda en Valencia, la champaña que se sirvió fue la Veuve de Clicquot, el whiskey fue Buchanan’s 12 años, el catering lo hizo el chef más famoso de la ciudad, el fotógrafo más costoso, los arreglos florales más espectaculares y la ceremonia eclesiástica se celebró en la iglesia de moda: la San Antonio.

 

Los primeros años de matrimonio de Bárbara ocurrieron según lo esperado; tuvieron cierta actividad romántica, tuvieron peleas fuertes, tuvieron un proceso de adaptación y, por medio de todo esto, se conocieron como realmente eran. Hay quienes dijeron que ambos se habían arrepentido de haberse casado, que en realidad ellos no eran el uno para el otro, pero no estoy tan segura de eso. Lo cierto es que, unos dos años después, comenzaron a llegar los hijos y, como a Bárbara nunca le gustó realmente la intimidad con Luis Manuel, sus encuentros se volvieron cada vez más escasos, al igual que les ocurrió a sus padres. De esa forma, el esposo de Bárbara se consiguió una amante. Ella lo sabía, pero no había nada que ella pudiera hacer, un divorcio sería mal visto y era mejor guardar las apariencias, sobre todo por sus cuatro hijos pequeños.

 

Regresó la insatisfacción que sintió los primeros años como recién graduada. Ella hacía todo lo posible porque su esposo dejara a la muchachita con la que cogía, pero sus esfuerzos eran en vano. Discutían mucho y rara vez él iba a las reuniones familiares y sociales. Luis Manuel solamente encontraba tiempo para su amante de turno. Ya ella ni sabía cuántas eran ni cuántas habían sido. Solamente sabía que diferentes mujeres llamaban a su celular y a la casa. No sabía qué le ocurría, pero por primera vez en su vida era infeliz y estaba sumamente deprimida. Todo el tiempo estaba irritable y muy decaída, siempre tenía pensamientos negativos y, a veces, pensaba en quitarse la vida. Las enfermedades mentales siempre son un tabú en ciertas ciudades que aún tienen el esquema de un pueblo, pero la madre y las hermanas de Bárbara ya estaban desesperadas, así que decidieron llevarla a un psiquiatra. Éste le recetó escitalopram en grandes cantidades y otra pastillita para bajar los niveles de irritabilidad. Al pasar de las semanas, fue mejorando.

 

Un día, su esposo dejó su celular por accidente en la casa. Ella no solía revisar su celular todo el tiempo. Solamente lo hacía cuando tenía mucha ansiedad. Pero ese día no dejaron de sonar los mensajes. Temiendo que fuera algo importante de su negocio, Bárbara tomó el celular y revisó los mensajes. Los mensajes eran todos de una tal Mariita Gómez. Vio un par de cosas escritas por ella, y todos tenían un terrible tono lascivo que ella no toleraba. Hablaba de posiciones que una mujer digna jamás haría con su esposo. Decidió leer los mensajes anteriores y pudo ver varios mensajes escritos por Luis Manuel; decían que la abandonaría a ella por frígida y estúpida. Lo que más le enojó fue que ese mensaje lo había escrito durante el fin de semana que se habían tomado para ellos, como un reencuentro de su intimidad y romanticismo. Vio su foto y era la mujer morena más hermosa que ella había visto. Inmediatamente, supo que era la perdición de su esposo. Por unos minutos estuvo en shock. No sabía qué hacer; se debatía entre sentir suma tristeza o una gran rabia. Terminaron por dominarla ambos sentimientos.

 

Después de estar meditando un buen rato, decidió dejar a los niños al cuidado de su mamá. Ella le haría una cena romántica a su marido. Le preparó lo que más le gustaba; costillas de cochino con papas al horno, y de postre una torta de zanahoria. Todo eso acompañado de su vino favorito: Nieto Senetiner Malbec del 2010. Apenas llegó a la casa, él buscó desesperadamente su celular, a pesar de que ya había olido que la cena estaba lista. Confirmó sus dudas; ella había visto su celular. Pero parecía que ella no le estaba prestando mayor atención y parecía que le había hecho una cena en son de paz. De hecho, al saludarlo no le formó un lío, ni dijo alguna palabra sarcástica o irónica; Bárbara se mostró muy cariñosa y amable. Ante esta situación, Luis Manuel decidió aceptarla, sobre todo porque rechazarla habría sido difícil. Después de todo, su esposa no era tan mal cocinera.

 

Comieron y bebieron copiosamente. Abrieron la segunda botella de vino y se sentaron en la terraza para hablar. Él se levantó un momento para ir al baño, ella permaneció en el lugar contemplando la ciudad a lo lejos. Cuando regresó, tomó un gran sorbo de su vino, se sentó y siguieron hablando por unos instantes. De un momento a otro, el hombre comenzó a retorcerse en su silla. Bárbara seguía bebiendo vino y viendo la vista de la ciudad de forma apacible, sin que nada la perturbara. Séneca habría estado orgullosa de ella. Luis Manuel cayó al suelo y seguía retorciéndose del dolor. Botaba sangre por la boca. Y Bárbara aún continuaba contemplando la vista y saboreando el vino preferido de su marido. Eventualmente, dejó de moverse en el suelo y ella seguía bebiendo. Al rato se levantó de la silla y llamó a su papá. Cuando éste contestó el teléfono, ella le dijo:

 

Papi, es Bárbara, ya lo hice.

 

Ok, hijita, quédate tranquila. Actúa normal y trata de que te vean llorando desconsolada cuando lleguen. Ya voy a llamar al jefe de investigación del CICPC. -le respondió su papá que estaba al otro lado del teléfono-.

 

No te preocupes por eso, papi, tengo muchas razones para ponerme a llorar.

 

 

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