Creer

Por Andrés F. Guevara B.

@AndresFGuevaraB

 

 

 

¿Vale la pena luchar? ¿Lograremos algo con todo esto? Estas son las preguntas que escucho constantemente entre los jóvenes que se han atrevido a desafiar una de las tiranías más sangrientas de nuestra historia.

 

Hemos llegado a un punto en el cual no oponerse abiertamente al régimen implica aceptar y convalidar sus desmanes. Pero no nos engañemos. En esta lucha frente al despotismo lo que está en juego es lo más sagrado que puede tener un ser humano: su propia vida. Ante ello, es más que compresible que surjan dudas sobre el sentido de nuestra lucha. Porque nadie quiere que impere la violencia, nadie desea formar parte del oprobio y la destrucción.

 

Tengo miedo. Mucho miedo. Porque sé que lo que escribo puede traer consecuencias terribles para mi vida. Porque así como funcionarios militares del Estado –y grupos armados afines- disparan a quemarropa contra población civil indefensa en medio de nuestras calles, en cualquier momento estas mismas personas pudieran interceptarme, desaparecerme o simplemente asesinarme bajo el pretexto de que mis palabras constituyen una incitación a la rebelión, al terrorismo antirrevolucionario, o algo más fútil aún: una simple incomodidad discursiva para el régimen.

 

Constantemente sopeso estos elementos. Y concluyo que nos encontramos frente a un abismo. Estamos siendo empujados con brutalidad a las simas más hondas, como diría Ernst Jünger. Y allí, en medio de estas circunstancias límite, se hace preciso tomar decisiones que pueden afectar por completo el curso de nuestra existencia. Se trata de decidir si estamos dispuestos a morir por la libertad o sobrevivir bajo la sumisión de una tiranía.

 

Con el pasar del tiempo, el totalitarismo nos despoja del sentido de nuestra de existencia. Nos obliga, nos constriñe, nos coacciona. Destruye la columna vertebral que constituye la base ética del ser humano: su posibilidad de elegir libremente. En esta circunstancia, en la cual se nos conculca lo que deseamos, lo que vestimos, lo que comemos e incluso lo que podemos llegar a amar, se hace imperativo preguntarse si eso que hoy llamamos “vida” va más allá de nuestras funciones fisiológicas esenciales. Porque la existencia, para que pueda darse a plenitud, requiere imperativamente de la libertad.

 

En estas circunstancias, las protestas estudiantiles no solo valen la pena y tienen sentido. Le otorgan un contenido a la acción política de un país hambriento de cambios, cuya dirigencia ha sido incapaz de escuchar como consecuencia de su indiferencia, o por una tragedia aún más desgarradora: la soberbia.

 

Ante este estado de orfandad, la Venezuela herida requiere de esperanza. Porque solo así se vence el miedo. Toda idea crítica comienza necesariamente como la opinión de una pequeña minoría. Pero cuando se defiende la verdad, cuando se parte de la premisa que tiende hacia el bien, más y más voluntades se suman para el triunfo sobre la tiranía.

 

Con la conciencia en paz y con mi espíritu erguido me uno a su lucha. Mi miedo se difumina con su chispa de esperanza. Sé que juntos construiremos un país distinto porque nos aferramos a valores superiores. Como dijo Camus: “La libertad no está hecha de privilegios, sino que está hecha sobre todo de deberes”. Y nuestro máximo deber ahora es no rendirnos y seguir luchando por aquello en lo que creemos.

 

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