Tradición y revolución

Por Francisco Alfonzo

@FranciscoAlfonz

 

 

 

El Rey Juan Carlos de España ha abdicado. Luego de 38 años de reinado ha decidido dar un paso al lado para renovar la monarquía y ceder su espacio a su príncipe heredero, por considerar que ello es lo mejor para su Madre Patria. En este lado del atlántico resulta un poco raro entender eso de las monarquías en el siglo XXI, sobre todo para las nuevas generaciones. Sin embargo, ello pone de relevancia la importancia que tiene para un país la tradición, su historia y su cultura, etc.

 

Las sociedades se construyen con los años, a través de procesos largos de aciertos o desaciertos por parte de los individuos que la componen. La forma de afrontar y solucionar los problemas de una sociedad y el posterior aprendizaje de un evento dificultoso va construyendo la cultura de esa sociedad. Así mismo, los períodos de prosperidad y acierto de la misma sociedad van formando una conciencia de cómo hacer las cosas bien y avanzar hacia el desarrollo. La historia de una sociedad no es más que el conocimiento de su pasado, utilizado como herramienta para caminar hacia el futuro.

 

Si nos detenemos a observar las historias de, por ejemplo, Alemania, de Chile o de Sudáfrica, podemos comprender por qué son lo que son ahora. Otros países han tenido distintos procesos históricos y por esa razón aún se encuentran en situaciones no tan felices, los casos de Cuba, Siria y Ucrania ilustran esa situación.

 

No obstante, tener presente el pasado histórico, la cultura y la tradición, siempre es necesario para una sociedad. Por esa razón, la llamada “Revolución” de Chávez le ha hecho tanto daño al país, porque pretendió desconocer nuestro pasado, borrar la historia e intentar caminar hacia el futuro de manera ciega, utilizando como referente histórico a Cuba, Libia y Bielorrusia. La Revolución Bolivariana pretendió hacer un borrón y cuenta nueva en la historia de Venezuela, de hacer tabula rasa en nuestra memoria colectiva. Los únicos referentes hacia el pasado próximo y las décadas anteriores están llenos de odio, confrontación y resentimiento, promoviendo constantemente la fulana lucha de clases. Por otro lado, cuando la doctrina revolucionaria hace referencia a nuestro pasado independentista, lo hace manipulando la historia y adaptando hechos a conveniencia, escogiendo próceres de manera selectiva y eventos históricos convenientes (el ejemplo de Marx vs. Bolívar).

 

Cuando llegó la Revolución, rompimos todos nuestros vínculos con el pasado. Se cambió la Constitución, se modificaron los Poderes Públicos, se eliminó el Senado, se nombraron nuevos jueces, se despidieron funcionarios públicos, cambió todo el componente humano de PDVSA, modificaron a conveniencia nuestra Fuerza Armada Nacional, los símbolos patrios y hasta los libros de texto escolares fueron modificados. Ese evento ha significado un cortocircuito en nuestra tradición que ha traído lamentables consecuencias.

 

El Senado, por ejemplo, al igual que la majestad que representaba (a veces) el Poder Judicial, eran instituciones de estabilidad democrática en Venezuela, como lo fue el Rey Juan Carlos para España durante toda su historia desde el fascismo del General Franco hasta la democracia actual. Igualmente, la independencia de PDVSA y del Banco Central de Venezuela de los vaivenes de la política eran necesarias para que la población creyese en sus instituciones. Con la revolución, todo eso cambió.

 

Haber cortado nuestro hilo histórico es un error gravísimo. El que lo ejecutó fue Hugo Chávez pero la población tiene su carga de responsabilidad por haberse dejado llevar y convencer electoral y popularmente por el emocional discurso chavista, alimentando las ganas de la lucha de clases y el resentimiento social que fue “inoculado” en las venas de Venezuela.

 

Aceptar la historia y la tradición es fundamental para una sociedad. Lidiar con ella, con sus aciertos y sus desaciertos de forma pacífica y sin resentimientos es elemental para que un país pueda caminar de manera próspera hacia el desarrollo. Por eso, en el siglo XXI todavía en España hay un cambio en la cabeza que usa la corona, la cual evidentemente, y como es de esperarse, siempre va a encontrar los justificados reclamos reformistas, republicanos, abolicionistas, separatistas, etc., pero no por ello va a favorecer la confrontación y el rechazo al otro, al pasado, a las raíces, sino más bien va a intentar promover la unidad del Reino. 

 

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