Las torres del siniestro

Por Paola Sandoval

@PAOSandovalM

 

 

 

Es notoria la cantidad de críticas que a diario nos llegan por los medios o a través de los internautas criticando la gestión gubernamental y la hostilidad presente en nuestras calles. De la misma manera leemos muchos análisis exhaustivos acerca de nuestras limitaciones a través de variadas teorías psicológicas. Sin embargo, los dos hechos acontecidos en un mismo día que narraré a continuación, estimo que pueden ilustrar actitudes que contribuyen con nuestro retraso.

 

Sentada en un restaurante de un conocido club, disfrutaba del partido Ghana vs Alemania en el marco del mundial de fútbol Brasil 2014. A pesar de la alegría que se respiraba para la ocasión, advertí un pequeño incidente: durante un breve paso hacia una mesa, una joven tropezó sin querer con un paraguas ajeno y lo tiró al suelo. Acto seguido, miró hacia ambos lados para ver si alguien se había dado cuenta de su pequeño error, y como no encontró ningún tipo de señalamiento o mirada de reprobación, increíblemente, se negó a recoger el paraguas de la mesa vecina, tarea que le llevaría menos de dos segundos, y decide alegremente seguir su recorrido. Tomando en cuenta el ambiente de violencia en el cual nos estamos desenvolviendo últimamente, consideré prudente no llamarle la atención.

 

Probablemente el amigo lector pensará que este incidente tan nimio podría ser notado solo por una mente que se aproxima a la paranoia y a la angustia desmesurada por saber en qué se equivoca el resto de la humanidad o por simples ganas de sentir la superioridad a través de la crítica constante. Nada más alejado, el asunto es más grave.

 

Al cabo de unas horas, de retorno a mi casa me consigo con una amable vecina la cual estaba enterada de un siniestro ocurrido en horas de la mañana de ese día. En los edificios aledaños a nuestro conjunto residencial se había desatado un incendio que destruyó todo un apartamento de los pisos bajos. A las primeras de cambio se pensó que había sido producto de un corto circuito o alguna bombona de gas que durmió progresivamente a las cuatro víctimas mortales o quizás por un descuido de alguno de los muchachos que habitaban allí.

 

Para mi sorpresa, al llegar a nuestra residencia, las primeras investigaciones apuntaban a un homicidio al mejor estilo de Investigation Discovery en el cual un hijastro psicópata atentó contra la vida de sus tres familiares y luego procedió a quitarse la vida no sin antes rociar el apartamento con abundante gasolina. El perro de seis meses de edad fue el único sobreviviente que, tras sentir las llamas quemando su cuerpecito, logró saltar por un agujero de la reja que protegía el apartamento.

 

Algo ha llamado profundamente mi atención: el edificio no tenía extintores, los brakers para cortar la corriente eran inexistentes, no servían ninguno de los dispositivos de emergencia, pero sobre todo nadie se movió para hacer lo que corresponde en estos casos. Pues hasta los vecinos del edificio de al lado fueron los que se preocuparon en llamar a los bomberos. Ni un solo hombre o mujer de las torres del siniestro fue capaz siquiera de bajar los suiches pertenecientes a la electricidad para que no pasara a mayores la situación. Ninguno se preocupó por rescatar al perro que intentaba lanzarse desesperado del primer piso. Ninguno llamó a emergencias. Ninguno se preocupó por extender la manguera de la conserjería. En fin, nadie hizo NADA. Si los habitantes de las torres vecinas no se hubiesen ocupado en auxiliarlos, podrían haberse hecho multimillonarios en Jardines el Cercado de la noche a la mañana. ¿Puede haber tanta negligencia? ¿Qué está sucediendo en la mente del venezolano?

 

Resultan loables los esfuerzos que realiza el gobierno para favorecer a los sectores más desposeídos. Pongamos por caso la Misión Vivienda. Sin embargo, estas construcciones han venido siendo objeto de críticas por parte de sus propios habitantes por no decir de conocedores de la materia. Fiestas a todo volumen, hampa y motos estacionadas en los pasillos son algunos de los males que aquejan a estas comunidades cuyas historias salen reseñadas en los periódicos a diario. Esto me recuerda al cuento que nos echaban nuestros padres o abuelos sobre la época en que metían gallinas y vacas dentro de los recién inaugurados bloques del 23 de enero. Se repite la historia muchos años después.

 

Caben las preguntas ¿Necesitamos más edificios o aprender a tomar en cuenta a los demás? ¿Necesitamos más bloques para meter a la gente “humilde” o más educación y tratamiento psico-social para nuestro pueblo? ¿Es solamente la gente de los estratos más pobres la que necesita superarse? ¿La superación es solamente un problema económico? ¿Qué está sucediendo? ¿A qué se debe nuestra constante indiferencia para con nuestro prójimo? ¿A qué se debe nuestra negligencia? ¿Será verdad que somos mentes psicopáticas como indica Herrera Luque en uno de sus estudios? ¿Será que nos afectó la violación de nuestras indias por los ex presidiarios españoles? ¿En qué consiste realmente el problema?

 

En el país ciertamente hay escasez de harina, leche, papel toilet y desodorante pero nuestra mayor escasez es mental. Cuando nos negamos a cosas tan sencillas como levantar un paraguas del suelo y seguimos de largo hacia nuestra silla eso habla mucho de nosotros como ciudadanos pero cuando NO SALIMOS de nuestra casa a ayudar a un vecino que se está quemando eso habla mucho de nosotros como SERES HUMANOS.

 

Podría destacar que al final de la noche de la tragedia, con cuatro muertos en el vecindario hubo dos fiestas simultáneas con música a todo volumen hasta las 3:00 am.

 

¿Por dónde empezar? ¿Seguimos echando pinta y quejándonos por todo? ¿Seguimos construyendo bloques y haciendo misiones chucutas que solo facilitan posibilidades materiales a corto plazo o hacemos un plan de trascendencia mayor para nuestra evolución real?

 

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