Viajar en Venezuela no es Cheverito

Por Silvia Mendoza

@dark_swan

 

 

 

Julio, agosto: meses de vacaciones escolares. Miles de chamos están sin ataduras académicas, miles de familias están viajando o pensando hacerlo, en ambos casos, con miedo. En esos días, como ayer, hace tres años, o diez, viajar por Venezuela dejó de ser una experiencia relajante para convertirse en una experiencia creadora de estrés: entre el altísimo costo de los pasajes, el hospedaje, la comida y la inseguridad desbordada, los venezolanos ya no pueden disfrutar del viaje mismo. Se acabó la diversión cuando llegó la “patria”.

 

Para viajar dentro del país hace falta tener, además de mucho dinero y la necesidad imperiosa de hacerlo (por trabajo, asuntos familiares, estudio, o divertirse cueste lo que cueste), unas ganas increíbles de experimentar la cercanía con la muerte. Si viajas en carro propio tienes una cierta sensación (en este caso, sí lo es) de seguridad ya que no estás supeditado a un horario de salidas, paradas y llegadas, la ruta es personal y la hace cada quién, y eso, en cierto modo, “reduce” las ocasiones riesgosas. Por otro lado, desplazarse en autobús en Venezuela es algo realmente particular y lleno de adrenalina, es una experiencia no religiosa, sino particular. En cada vehículo que se aborda se consigue un sinfín de personajes y situaciones de todo tipo, desde turistas extranjeros, gente que viaja sola, familias enteras, hasta malandros, que da miedo siquiera mirarlos a la cara. Ya sea en carro o autobús, no sabes si regresas de ese viaje, y esta es una realidad muy triste que se enfrenta cada día: la muerte, posible, está ahí. Quizás te toque, quizás no. Es el más puro azar.

 

Viajar es una experiencia maravillosa que abre el mundo, los sentidos y la razón, y también expone directamente a la gente a los sinsabores, alegrías, tristezas y miedos propios y de extraños (lo que a mi parecer es algo realmente maravilloso). A medida que viajas y vives otras realidades te das cuenta de que no estás solo y de que muchas personas sienten, sufren y padecen lo mismo que tú y también cosas diferentes, y tus vivencias y anecdotario se enriquecen (positiva y negativamente). Viajo mayormente en autobús y he rodado por casi todo el territorio nacional en buses de extremo lujo, en camioneticas, ‘vans’ y también en aquellos autobuses que parecen un cabaret de mala muerte, con asientos oxidados y colectores tuertos con cara de matones que te piden “¡el pasaje completo, la mía!”. Mis vivencias y anecdotario, por consiguiente, están muy enriquecidas debido a eso.

 

El Viaje

Hablemos de conocer Venezuela en autobús, algo que hace la gran mayoría de los venezolanos. Hacer turismo ‘endógeno’ no es sencillo y acarrea presión, y esta empieza desde el mismo momento en que vas al terminal más cercano a tu domicilio para ahí embarcarte en la odisea de hacer colas larguísimas para comprar pasaje, lo cual tienes que hacer EL MISMO DÍA (ya que no se puede reservar con anticipación como se hacía antes) y significa estar en el terminal desde las cuatro de la mañana para hacer la cola y entonces tener la esperanza de comprarlo. Al llegar la hora de abrir las taquillas tienes que esperar que al empleado le de la gana de llegar, ya que generalmente su horario de trabajo es a las ocho y empieza a llegar entre las nueve y las diez de la mañana. Hay que prestar atención a la información, que sea la correcta para que no compres un pasaje de ida el día equivocado (sucede), o que lo sobre vendan (esto pasa siempre). Luego está tener que calarte cualquier cantidad de gente imprudente de todo tipo (lo que no estaría mal, si no hubiese tanta inseguridad y no estuvieses muerto de miedo porque ese bebé de 6 años o esa abuelita tan cuchi y aparentemente inocente, puede clavarte un chuzazo y robarte la cartera) que trata de quitarte el puesto, o te empuja. Cuando llega el día del viaje, debes llegar con mucho, mucho tiempo de antelación para asegurar que no se haya vendido tu puesto, estar pendiente del equipaje para que no te lo roben, y dispuesto a hacer una cola interminable (de horas, muchas horas) para abordar el autobús. En los terminales, durante la temporada alta, no hay controles y la gente se colea indiscriminadamente; también existen “mafias” que te cobran dinero extra en caso de que tu pasaje haya sido vendido a otra persona y te quedaste sin puesto pero te tienes que ir, o tu bus no llega y tienes urgencia de viajar. Obviamente, en este país sin leyes, no tienes con quién quejarte, por lo que los atropellos continúan y continuarán. Ya dentro del vehículo, no es recomendable quedarte dormido: puede que despiertes desnudo y/o robado.

Cheverito, ¿no?

 

En la carretera

Listo, on the road. Generalmente una vez que estás en el asiento, ya sea leyendo u oyendo música, al mismo tiempo y durante todo el trayecto rezas a cuanto santo o poder superior has conocido para que no te desampare y te haga invisible a cualquier persona (“amén”). Los celulares están en silencio o en vibración para que su sonido no los delate y no atraiga potenciales ladrones, el bolso de mano o morral lo pones del lado de la ventana si te toca ese puesto, o debajo de tí, o sobre tí con tus manos cruzadas sobre el mismo (jamás en el compartimento de la parte de arriba, el riesgo de no conseguirlo luego es grande). Uno trata de relajarse, en la medida de lo posible, aunque si no es el estrés por todo lo anteriormente nombrado, entonces es la cantidad de caídas y saltos que da el autobús gracias a los incontables baches y huecos que plagan las autopistas y carreteras de este país lo que no te deja alcanzar el nirvana. Pero digamos que se logra.

 

Dependiendo del lugar a donde vayas es la cantidad de paradas que vas a hacer en tu viaje. Estas se hacen generalmente en los llamados “paradores” o restaurantes de carretera donde sirven desde arepas, todo tipo de sánduches y bebidas frías, calientes y dulces hasta juguetes e implementos de viajero, como linternas, por ejemplo, aunque ahora con la escasez es difícil conseguir un parador bien surtido. Aquí el rollo es bajarse e ir al sanitario: la gran mayoría de las veces encuentras antros en tal estado de desaseo que deshojas la margarita ante la situación de proseguir, y rezar para que tu salud salga airosa luego de usar el antro; aguantar las ganas hasta la otra parada (si la hay), hasta tu destino… o hacerlo a la manera silvestre detrás de algún carro. En ocasiones ganan todas las anteriores.

 

Luego está querer tomar o comer algo. Los precios son exorbitantemente altos, siempre. Una arepa que en la ciudad te cuesta sesenta bolívares (de por sí, demasiado) en un parador puede costar más de cien, y ni hablemos de un café, del tamaño que sea, o de un cartoncito de jugo, o lata de cerveza; el bolsillo no puede con semejante ataque directo y en cayapa. Por seguridad, si viajas solo no te separes nunca del grupo de tu autobús, pasajeros solos son anzuelo para ladrones. Ten el dinero a la mano y paga completo.

¿Cheverito? No, ¿verdad?

 

La Compañía

Desde el mismo momento que subes al autobús que te llevará hacia tu destino ingresas a un microcosmos único lleno de personajes y situaciones que allí habitan y que son un reflejo de la realidad que crees dejar atrás al emprender la jornada fuera de tu ciudad, pero no es así: ella te persigue y se sienta a tu lado. El trayecto nunca está exento de situaciones que lo harán por siempre inolvidable, y eso es parte de la maravilla de viajar. Las anécdotas de la aventura, como dije anteriormente, se nutren de ese microcosmos que aparece en el viaje: a veces son buenas, a veces son malas, en ocasiones, son trágicas. A todo eso nos exponemos cuando decidimos ir a conocer alguna parte de Venezuela. Ese microcosmos se repite una y otra vez, y a medida que pasa el tiempo se agudizan algunas situaciones; años de llevar polvo del camino hicieron que lo notase. Lo siguientes siempre va a acompañarte doquiera que vayas, cada vez que subas a un autobús.

 

Música. La que sea. Generalmente es reggaetón, a TODO VOLUMEN. En su defecto, salsa erótica, un merengue ordinarísimo (muy difícil encontrarse con Juan Luis Guerra, muy difícil), vallenato (pero no Binomio de Oro, de esos con clase, sino de los Demonios del Tonel o quien sabe quién, con letras realmente terribles que hablan de mujeres ninfómanas y demás etcéteras, música folklórica venezolana con el mismo tenor de letras que el vallenato, o merengue, o bachata. El volumen nunca baja de ‘Alto’ y todos se quejan en voz baja, pero nadie dice nada al conductor; si te atreves a solicitar que por favor lo bajen prepárate a recibir insultos y malas miradas. De paso, él no conoce algo llamado eclecticismo, por lo que esos géneros musicales es todo lo que vas a escuchar. Consejo: saca (con suma precaución) tu telefonito con reproductor de mp3, iPod o lo que sea, y audífonos de esos que se insertan en la oreja. Si no tienes, reza porque se arruine el reproductor del autobús. En general eso no sucede y tus pobres oídos son sometidos a tal tortura por la cantidad de horas que dura el viaje… y eso si no hay cola en la autopista.

 

El Cantante. No es Lavoe, es aquél que no sabe o no le importa saber que a nadie le interesa oírlo por encima de la pista que suena. Siempre está extremadamente desafinado por lo que tus pobres oídos son sometidos a una tortura extrema (tenga o no tengas iPod). Incluso si tienes la suerte de conseguirte a uno que cante afinadito, es un tormento porque grita (y por Dios, que no pongan Shakira o Aventura porque la única solución es lanzarse del bus en movimiento). Incluso hay algunos que van en grupo y hacen coro… y a veces están sentados a tu lado o detrás de ti. Horrible, horrible.

 

El roncador. Su nombre lo indica. Lo peor del cuento es que no sales ileso de un viaje y menos si el mismo es largo: siempre hay un roncador que pareciera haberse tragado un tigre con tabique desviado. Si se sienta en la parte trasera del bus lo oyes. Si se sienta en los primeros asientos, lo oyes. Si se sienta a tu lado, o detrás de ti, o adelante considérate en el infierno. Con estas personas no vale para nada pedirles que se callen, o controlen, o que simplemente no duerman. Es azar; ruega que no se suba uno de estos en tu autobús.

 

El hablador. No importa dónde se siente, habla y habla sin parar. De todo, de lo que sea, no importa si le paras o no, él o ella te hablan. Pídele a Dios que no tenga un periódico o revista en la mano porque ahí sí es verdad que te fregaste, los temas nunca acabarán. Si muestras que quieres cerrar tus ojos y disfrutar de tu iPod te hamaquea y te aturde preguntándote si te parece bien o mal X cosa que te comentó, y no se queda tranquilo hasta que 1. O le respondes lo que sea, o 2. Lo mandas al infierno. Esto último no es muy recomendable (inseguridad, ¿sabes?), pero puedes intentar, lo más amablemente posible.

 

Las comadres/vecinas/amigas. Sub categoría de los pasajeros habladores. La diferencia consiste en que éstas hacen conferencia ruidosa durante TODO el viaje y pelean, se reconcilian, hablan mal y bien de todo el mundo, y toda esta cháchara es prácticamente gritada. Como una burla al destino, y un homenaje a Murphy, siempre se sientan cerca de ti.

 

Los ejecutivos. Otra sub categoría de los habladores. En este caso, podemos conocer todos y cada uno de los detalles del trabajo de estas “ocupadísimas” personas gracias a su afán de gritarlo todo (también obtenemos una vista privilegiada de sus ‘Smart phones’, cualesquiera que sean, ya que gentilmente los ondean a la vista de todos para veamos el calibre de su status). En ese caso, vemos que los únicos inteligentes son los teléfonos, porque sus dueños olvidaron la máxima de la no ostentación en estos tiempos bárbaros y salvajes. Son presa fácil de los ladrones; de paso, no te dejan vivir el viaje con sus gritos. Si es posible, aléjate de ellos.

 

La Pareja Peleona. Típico, no falta, siempre hay una, aunque el tono de las peleas depende mucho de cómo es la pareja. Hay unas que gritan y te enteras de todo con detalles (que si lo pillaron con las panties de la otra en la mano, “¡Me dijiste que irías a cañar con los panas y te fuiste con esa!”, “¡Ese carajito no es mío, chica!”, y etc.). Hay otras que susurran y forcejean; otros que se van a las manos y a los cabellos en el bus… de todo hay en la villa del señor. Si se sientan cerca de tí, no tendrás paz y estarás en la línea de fuego, los oirás pelear a cada rato.

 

El chamito súper fastidioso. Puede estar en cualquier parte o solo, lo cual no sería nada extraño en este país. Lo que importa es que fastidia. Se sienta, se para, se queja del asiento (y con razón, los asientos de los autobuses son un completo DESASTRE, hasta aquellos de los mal llamados servicios “ejecutivos”), se echa hacia adelante, hacia atrás, llora, grita… y uno generalmente está muy cerca de él (o ella) y se tiene que calar sus gritos o sollozos, que nunca son acallados o controlados por sus progenitores o responsables. Si son bebés (inserte rezo aquí) prepárate a tener un viaje bastante (más) estresante. Cuando van dormidos, lo que por desgracia no es ni a menudo, ni por mucho tiempo, todo bien. El cuento empieza cuando se despiertan y comienzan a llorar a lágrima viva, y sus madres o responsables no pueden controlarlos y empiezan a pasarlo de mano en mano (cual huacalito de esos de mercado) a ver si alguien consigue callarlo. Generalmente los miembros del grupo están sentados muy separados uno del otro, por lo que a todo lo anterior se une el desfile de gente con el chamín en cuestión por toda la extensión del pasillo del autobús. Lo mejor que puedes hacer es no chistar, a menos que consigas un grupo que se queje; así, guapo y apoyado, podrás ejercer tu derecho. De no suceder esto, cállate y sufre, tu seguridad está primero. Mención aparte merecen las madres/padres/representantes y sus estentóreos gritos con los que mandan a callar al niño mencionado. Comienzan los padres a rebotarse las culpas (“es que tú no sabes criar al muchacho”, “¡Tenía que ser, ya empezó, qué malcriado, pana!”, “¡Ese no es hijo mío, déjate de vaina!”, “Pero coño, cállalo. Quiero dormir”, “Pásaselo a Mengana, que le tiene buena mano”, “¡Métele el tetero en la boca!”, “¡Dale su tatequieto de una vez, pues!”, y demás yerbas. Conclusión, y repito: un MP3 player/iPod/ lo que sea (bien camuflajeado) te hará pasar mejor ese amargo momento.

 

El colector atorrante: No todos son así, gracias a Dios, pero este es el que consigues casi siempre. Es aquél que se pega a tu lado como una sanguijuela y te mira con cara de cañón si no le das el monto del pasaje completo o se lo das con monedas, o tardas en sacar el boleto del pasaje. El colector es la extensión del conductor, y es raro cuando te encuentras con uno que sea pana, eso es casi ley de vida. Su función no es sólo aquélla de recoger el dinero del pasaje o el ticket, sino también el DJ ‘selector’ de la música que te atormentará (usualmente) el viaje, de echarle los perros a cuanta ‘jevita’ (o ‘jevito’) se monte en el bus, de ‘guachimán’ en la “cocina” (parte trasera del autobús) por si acaso hay algún facineroso o picapleitos, de anfitrión de talk show cuando explota un lío familiar o entre panas o entre los pasajeros tales y cuales y trata de mediar para que la cosa no pase a mayores, de voz de la conciencia del chofer diciéndole qué hacer y qué no con los líos que el primero generalmente va contando a lo largo del viaje (y que tienes que oír a juro, si vas en los puestos de adelante), y etc.

 

El Cómodo. Es el/la condenado (a) pasajero (a) que se arrellana, se acomoda en su asiento como mejor le parece y le importa un cuerno el resto de la gente. Si está a tu lado, se mueve de izquierda a derecha como los perros al echarse en un lugar nuevo; coloca su brazo en el posa brazos (donde tú ya tienes el tuyo puesto) y ni te pide permiso; se estira y/o bosteza con sus brazos abiertos y te tropieza. Si está delante de ti, echa su asiento hacia atrás hasta donde llegue y ni se voltea a ver si te molesta, o a disculparse cuando lo hace. Si está detrás de ti, se estira de tal manera que sus pies tocan la parte baja de tu butaca, se mueve tanto que las rodillas llegan a la espalda del asiento y te molesta en demasía. Si está al lado de tu fila, se sienta y obstruye el pasillo. También se apoya de tu cabeza al pararse del asiento, te golpea al pasar… dependiendo de dónde estás (de la línea de buses) fuma y te echa el aire encima, sorbe su botella de lo que sea muy ruidosamente (dependiendo de tu locación, te chispea ¡horror!) y la coloca a tu lado, o cerca de ti; lo mismo ocurre si se come algo. Abre o cierra la ventana, o corre y descorre a cortina cada 5 segundos, a su conveniencia (y al diablo los demás). Otra plaga. A veces no la encuentras, pero esas ocasiones son las que menos suceden.

 

Los militares (de cualquier Fuerza). Son la nueva definición del Abuso. A cuenta de trapito con bichitos encima (el mentado uniforme) creen que pueden hacer lo que les da la gana y todos deben asentir. Si estás esperando el autobús muy tranquilo en tu cola, llegan y se meten donde quieren; si el bus está lleno y ellos deben partir a como dé lugar pero no hay puesto, se montan a lo macho y obligan a algún pasajero a que les ceda el puesto o se baje. Si se niega el pobre pasajero le muestran el “arma de reglamento” y la consecuente amenaza con todas las fuerzas de la ley, del ejército bolivariano “y del Comandante Eterno”. De unas fechas a estas, la gente ya no se los cala y se les enfrenta, llenándolos de improperios y poniendo incluso el pecho abierto cuando les sacan el “arma de reglamento”: “¡Dale pues, machito, pero deja esa pistola en el piso a ver si eres hombre!”. Al ver a todo el mundo en ese plan, se largan. Si se montan en el bus, sucede lo mismo. Los militares son una especie realmente particular ya que son un compendio de todas las categorías que he mencionado (¡incluida la del chamito super fastidioso!). De vez en cuando sale un “¡Viva mi Comandante Chávez!”, pero esto cada vez es más raro que suceda ya que no quieren exponerse a las pitas de los pasajeros (apoyen a Chávez o no).

 

El Muerto. Es el pasajero ideal. Se sienta a tu lado y en cuanto pone la cabeza en el espaldar del asiento, cae sin vida. Durante el trayecto da unos cuantos cabezazos (a veces contra ti, pero son gajes del oficio), y generalmente hay que despertarlo cuando ya se ha llegado al destino. En líneas generales, no ronca, ergo el mote de “el muerto”. Repito, es el pasajero ideal.

 

El Artista. Otro que no falla. A diario se suben hasta 20 veces 20 personas diferentes que cantan, bailan, rapean, tocan algún instrumento (¡o todo a la vez, increíble!) con o sin cornetas y micrófono. De un tiempo a esta parte terminan su faena y se quedan un rato largo del trayecto, así que lo quieras o no, te los tienes que calar. Generalmente exigen «lo que le salga de su corazón, señora, señorita, mi alma», y a veces tienen sus tarifitas. Creo que todos ellos tienen The X Factor…

 

El pedigüeño. Es una constante en TODOS y CADA UNO de los transportes públicos venezolanos. Se montan y comienzan por algún saludo religioso o unos buenos días/tardes/noches a los que casi nadie contesta y por eso reciben un regaño del mismo; a continuación proceden a mostrarte el producto que “está en promoción, y que en cualquier librería o tienda de su gusto usted encontrará a precio tal… pero aquí hoy se lo ofrecemos por la cantidad de (una maravillosa promoción que no es tal) y que lo hará feliz y completo”. También las técnicas publicitarias son novedosas, ya te puedes ver comprando unos “ricos y deliciosos lápices”, “un espectacular mentol cúralo todo”, “estampitas benditas por el cielo”, “galletas preciosas y hermosas y sabrosas” y pare de contar. También se consigue uno a personas que se suben a los buses a pedir dinero para algún familiar o amigo o conocido que está muriéndose en algún hospital, o para ellos mismos porque tienen una herida abierta y necesitan la medicina “que es muy cara y no hay real pa’ eso” (y luego proceden a mostrártela), o para algún refugio (generalmente evangélico) que se dedica a “rescatar a los jóvenes de lo más profundos y oscuros vicios. Yo soy un ejemplo de eso… porque como dice (inserte aquí salmo/pasaje/versículo de la Biblia) si aceptamos a Jesús como el Salvador, todos tendremos la salvación y la vida eterna”. De lo que no se salva uno es de esta gente; es un mal crónico y hay que tener el tacto de un buen diplomático para sacudírselos, ya que pueden tornarse violentos. Si te ofrecen el producto “sin ningún compromiso, mami”, es mejor aceptarlo; si no lo quieres, lo devuelves. Ya no son como antes, ahora la mayoría se enfurece si no aceptas lo que te ofrecen. Muchos, incluso, te dicen directamente que es mejor que les des el dinero por la buena, ya que por la mala “todos salimos mal”.

 

Para Sobrevivir un viaje por Venezuela

Los siguientes puntos pueden parecer gotas de paranoia, pero en mi día a día de supervivencia viajera, me han sido de mucha utilidad.

 

– Ármate de paciencia y no explotes ante cada incidente inverosímil o injusto que presencies (que serán Muchos). La gente no está con tonterías, y puedes salir insultado, golpeado o con un tiro en alguna parte del cuerpo. Un mantra de esos metafísicos y listo… ¡la Llama Violeta todo lo transmuta!

 

– No lleves Nada llamativo, ni joyas, ni accesorios, ni teléfonos, cámaras, etc. Es preferible No llamar la atención de Nadie, volverse invisible y mimetizarse con el entorno. Tienes que hacer cuenta de que vas a la guerra y no quieres que el enemigo te pille. Si eres mujer, olvídate de los adornos que brillen, eso trae ladrones; lo mismo para los hombres, dejen los relojes finos en la casa y cómprense uno de esos de plástico que total, lo que interesa es que den la hora, no que se vea el escudito de Swiss Army por todas partes. Deja el fashion en casa para que lo puedas encontrar al regreso.

 

– Vístete lo menos notorio que puedas (sin llegar a los niveles infrahumanos de usar ropa rota, descosida o arrugada).

 

– Evita llevar zapatos, bolsos o gorras de marca, trata de esconder los logos lo más posible. Eso también llama a los ladrones, que son muy versados en esas lides. No dejan pasar un escudito o logo de marca.

 

– Camina a paso rápido al ascender al bus y al descender del mismo. No te distraigas con extraños, pedigüeños, moto taxistas, viejitas vendiendo perfumes, niños gritones pidiendo ayudita y etc. Hay grupos de delincuentes que trabajan usando esta gente de anzuelo para robar o secuestrar viajeros, ya que, tan exacto como las matemáticas, si viajas, cargas dinero encima.

 

– Cuando llegues al sitio donde vas, no tomes cualquier taxi. Trata que sea de una línea registrada, legal. Así reduces la posibilidad de que te asalten, y en caso de que suceda, tienes (en teoría) un lugar donde quejarte. Si necesitas tomar un autobús no vayas a la parada solo, muévete con un grupo de personas (y ten cuidado, igualmente, con ellas).

 

– Por muy perdido que andes, trata de no mostrarlo en tu cara. Ejercita la “Poker Face” que ha rayado la Lady Gaga y mira todo a tu alrededor con cara de «qué fastidio este lugar», aunque estés pensando «¿Dónde rayos me metí?». Para seguir usando jerga del poker, “Bluff”, engaño total. Los malandros huelen las personas que andan perdidas, es impresionante, casi tanto como los perros el miedo. Ármate de valor y camina con la seguridad de quien sabe dónde está; pregunta por los sitios de igual manera y como si supieras la dirección del sitio, pero lo olvidaste. Nunca des a entender que no tienes la mínima idea de dónde te queda la plaza Jurásica.

 

A pesar de todo lo que nos sucede Venezuela es un bello lugar que vale la pena transitar, recorrer y conocer, aunque yo de verdad quisiera saber dónde encuentro lo seguro, relajante y Cheverito de viajar en ella.

 

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