Entrevista a Luis Enrique Belmonte

Por Henyerson Angulo

@Heryens

Juan Carlos Linares

 

 

 

Luis Enrique Belmonte estudió medicina y posteriormente psiquiatría. Dejó a un lado a las ciencias para entrarse de lleno a la literatura. Hoy se destaca por ser uno de los poetas y narradores más influyentes en Venezuela. Antes que cualquier otra cosa se relacionó con la música, destacándose, usando sus propias palabras, como violinero.

 

Guayoyo en Letras tuvo el placer de conversar muy gratamente con este personaje de las letras.

 

Guayoyo en Letras: Además de poeta también eres médico psiquiatra, nos gustaría saber cómo haces para manejar los estados de turbulencia psíquica que operan generalmente en los poetas. ¿Cómo comulgan esas dos figuras: el médico racional metódico y el poeta del delirio intelectual?

Luis Enrique Belmonte: Primero soy médico que psiquiatra. La medicina es un campo de estudio y de formación bastante interesante para cualquiera, porque en la medicina tenemos que familiarizarnos con lo que es la observación clínica, que es la base de la medicina, la semiología clínica: escuchar los pulsos del cuerpo, escuchar los latidos del corazón. Toda una formación que tiene que ver con escuchar el cuerpo, que termina siendo muy positivo para mí, muy enriquecedor para el crecer literario. A parte de la relación que hay entre el oído del médico con la gente, con el cuerpo humano, se empieza a desarrollar como empatía carnal, humana, y eso también desarrolla mucho la sensibilidad. De allí al salto de la psiquiatría es otra cosa, porque la psiquiatría estudia la mente, estudia los problemas, o las enfermedades de la mente; hay una rama de la psiquiatría que es muy clínica también, está muy enfocada a los problemas médicos de la mente, ahí yo tendría que decirles que no veo como mucha relación entre el oficio del poeta con el oficio del psiquiatra. De hecho, yo estudié psiquiatría, pero yo no ejerzo la psiquiatría, dejé la psiquiatría hace como cuatro o cinco años porque considero que es como un oxímoron ser poeta y psiquiatra; me parece que eso no está bien (risas), no sé qué les parece a ustedes.

 

La psiquiatría ordena los pulsos que no son clasificables, que no son normales en la mente humana y la poesía, la literatura, más bien explora, como ustedes decían: esas turbulencias psíquicas. Entonces yo creo que en mi caso cuando más poeta sea seré menos psiquiatra, se los puedo decir sinceramente.

 

La medicina es otra cosa, pero una de las bendiciones importantes de esos rompecabezas que uno va armando en la vida, es que llega un momento en que las dos actividades honestamente no pueden ser abordadas con la misma pasión y con la misma dedicación. Entonces me decanto hacia el mundo de la exploración, de lo irracional; pero bueno, por supuesto con la lucidez que se necesita para ser un escritor, para producir un artefacto poético, una pieza literaria. Por ahí va la cosa entonces: psiquiatría y poesía: oxímoron.

 

G.L.: Hay una corriente del pensamiento actual, llamada la “hipermodernidad”… La irreverencia ante la razón y la llamada inteligencia emocional, esa reflexión que nos hace pensar que no existe nada rescatable de nuestro pasado y que sencillamente no hay nada que esperar de nuestro futuro. ¿Cómo te llevas tú con esta clase de pensamientos: consideras que encarnan la realidad de estos días, o por el contrario, te generan una bochornosa flojera?

L.E.B.: Yo creo que el arte, en líneas generales, produce como una suerte de estado de suspensión temporal, o la ilusión de un estado de suspensión temporal de los procesos lógicos formales, de tal manera que eso que llamamos la emoción poética, o la transmisión de un pensamiento, de una emoción artística, termina como que confundiéndonos temporalmente sin saber del futuro, el pasado, o el presente, o lo que está arriba o lo que está abajo; o sea, produce una suspensión que nos da esa ilusión de atemporalidad, que los procesos lógicos formales no se dan de una manera racional. Es lo que más o menos me suena a la reflexión que me hacen. Es lo que creo, que la ilusión de la suspensión del tiempo y el espacio es lo que yo considero que han hecho a grandes maestros como Bach, como Borges; cada quien en su rama. Hay una suerte de ilusión en donde estamos suspendidos, donde se accede a una plenitud del ser temporal que tiene que ver precisamente con que no estás esclavizado al tiempo, no tienes la consciencia de qué es arriba, de qué es abajo, lo que debe ser.

 

G.L.: Ahora que mencionas a Borges, nosotros pensamos en dos modelos de escritores opuestos en sus experiencias literarias: Hemingway, el escritor que salió de CASA para dejar que sus historias se impregnaran de vivencias personales, y Borges, el escritor que permanece en casa, leyendo, para salvaguardar lo más importante de las experiencias narradas por otros. ¿De qué lado crees que te ubicas?

L.E.B.: Mira, yo creo que son cosas complementarias: escribir o vivir, o vivir mientras se escribe, o escribir lo vivido, entonces yo creo que estamos hablando de la experiencia vital y lo que haces con esa experiencia, que es producir arte, formas artísticas, formas comunicantes, reverberantes, solidarias; entonces, fíjate, Montaigne decía que todos los problemas del hombre vienen por querer salir de casa. Creo que hay una tensión entre lo que es la aventura humana (salir de casa es una aventura) y el recogimiento que necesitas para poder escribir y poder leer, son dos mundos que uno tiene que ir llevando. Cuando mencionan a Borges creo que se refieren básicamente a un enfoque que privilegia la exploración de mundos posibles sin el movimiento físico, por decirlo así, o sin el sentido de la aventura tradicional. Cuando mencionan a Hemingway, se refieren a un tipo que cazaba elefantes, que estuvo en la guerra, que fue enfermero, que le gustaban los deportes… Pero estoy completamente seguro que forma parte del mito Hemingway y que realmente Hemingway era un fajao’, era un hombre que cuando se sentaba a escribir lograba generar una reclusión personal. Es imposible escribir sin el sentido de la reclusión humana, por eso que escribir puede ser un acto tan cruel, porque lleva confinamiento mientras lo estás haciendo, y claro, también está confinado escribiendo y ya en sí eso es una aventura. Pero está esa tensión entre lo que se vive y lo que se escribe, y yo creo en que llega un momento en donde son absolutamente complementarias. De hecho, una de las cosas que un escritor hace es viajar, salir, salirse de sí mismo sobre todo. Una de las cosas que yo más recomiendo a una persona que quiera escribir es que duerma mucho, pero que de vez en cuando salga.

 

G.L.: ¿Cómo haces tú para evocar ese sentimiento poético?

L.E.B.: Bueno, no se evoca, se labra, no viene de la nada. Algunos lo llaman inspiración, no creo en la inspiración en ese sentido, inspiración significa tomar del aire vital que está en la calle, pero realmente el trabajo de creación, en mi caso, es un trabajo muy tortuoso, muy exigente en que a mí no me ayuda mucho la alteración mediante sustancias; me encanta el vino para conversar, pero al momento de escribir, no. Intento acceder a esos espacios por otra vía.

 

G.L.: “La gramática, como norma colectiva en poesía, carece de razón de ser. Cada poeta forja su gramática personal e intransferible, su sintaxis, su ortografía, su analogía, su prosodia, su semántica. Le basta no salir de los fueros básicos del idioma. El poeta puede hasta cambiar, en cierto modo, la estructura literal y fonética de una misma palabra según los casos.” Vallejo… César… obviamente. ¿Cómo describirías tu estilística personal?

L.E.B.: No soy el más indicado, sinceramente. No sabría cómo describirla. Una de las cosas paradójicas de escribir, es que uno está imbuido en el proceso de escritura, pero desgraciadamente uno no puede, y es una pena, disfrutar lo que uno hizo. Por lo menos a mí no me pasa, yo no puedo leer un poema mío, una novela, no puedo; no la puedo disfrutar una vez que ya está escrita, por supuesto, mientras la vas escribiendo la vas construyendo, claro. Yo no puedo tomar un poema mío y leerlo, y estoy completamente seguro que una persona externa a la achura del poema, va a encontrar muchísima más riqueza que yo pudiese encontrar. Es bastante paradójico, lo he hablado con otras personas y algunos les pasa, a otros no. A veces yo digo “cónchale, ¿si yo no fuese yo, cómo vería mi trabajo?”, y generalmente creo que es una fuerza a la que no puedo acceder.

 

G.L.: ¿Cómo disciernes tú entre un poema bueno y un poema malo?

L.E.B.: Yo creo que uno considera que un poema ya está listo cuando, después de un arduo proceso de identificación con lo que estás haciendo, llega un momento en donde no te identificas porque consideras que ya está completo, y que ya simplemente lo abandonas. Los libros no se terminan, se abandonan.

 

Todo arte es personal, tiene las huellas de una persona y se hace impersonal, va de lo personal a lo impersonal. Pero las huellas, los estilos… digamos, el estilo es lo que nadie te puede quitar, y se trabaja también, no es algo que se hereda, no es tu carácter, es el carácter que vas trabajando.

 

En cuanto a cómo saber si un poema es bueno y un poema es malo: yo creo que a priori no sé si un poema es bueno ni malo, en el sentido de que lo que existe, según las formas, es que la poesía es una fuerza que provoca; si te provoca, llegó, no importa si es bueno o malo, pero llegó. Yo creo que lo importante es que sea una fuerza que te conmueva, que te sacuda, que te provoque, que te desquicie temporalmente, también, tus certezas. A mí me gustan los poemas que me hacen desbaratar mis coordenadas, los pensamientos estables, o las ideas fijas, son los poemas que te sacan de la lógica.

 

G.L.: Enrique Vila Mata dijo algo como que sólo existe la energía metida en las palabras, que el escribir bien o mal es una cosa pequeño burguesa aburridísima de la crítica literaria.

L.E.B.: Sí, estoy completamente de acuerdo con eso. Los cánones van a variar con el tiempo, pero lo que sí queda es eso, esa energía, esa fuerza provocadora que te saca de ti. Eso puede existir en un poema bueno o malo; también esa fuerza viene envasada en otros formatos, como en la música, en la pintura, en una frase, o hasta en estilos de vida. Yo creo que lo que se rescata en todo caso es que existe un formato, que es el formato poema, que cada vez es menos leíd, bueno, siempre lo ha sido, es un asusto minoritario, la poesía como ejercicio literario, como género literario, pero lo que no varía y lo que sí se mantiene como algo cierto es esa fuerza universal, una fuerza que provoca, está la naturaleza, que tiene mucho que ver con las pulsiones de la vida, con el pulso de la vida, con esa cosa que de repente tú ves a un tipo que está encerrado por años, confinado en un cuarto a oscuras con apenas un botón, ¿qué le queda?, pues eso, jugar con ese botón, tirar ese botón y pasar todo el día recogiéndolo. En ese caso el botón es la poesía, el botón es lo que lo saca de ahí, es esa fuerza.

 

G.L.: En tu obra, en tus poemas y en tu narrativa, parece tener una carga pícara, juguetona, que muy probablemente se relacione con lo pícaro en la picaresca española. ¿Qué lecturas recuerdas de este grupo que quizá te hayan servido en tu formación como escritor? ¿Recuerdas algún texto de estos como influencia en tu obra?

L.E.B.: En Salvar a los elefantes puede que haya un poco de eso. Siempre me han llamado la atención los personajes marginados, los que se manejan a la orilla de las cosas, los perros callejeros. El pícaro es básicamente un superviviente, que se las ingenia, puede que yo asocie una conexión con lo pícaro, o con la picaresca, en el sentido de la supervivencia de los falsos equilibrios, del estar siempre en búsqueda de algo. A lo mejor por ahí hallo la relación.

 

Lecturas específicas que recuerde ahorita, no. Yo creo que ese tema de las influencias… cuando le preguntas a alguien: ¿quién te influye a ti?, no le creas, porque la gente se inventa las influencias, porque todos hemos leído mucho, pero de repente eso de que: “a mí me influenció…” (risas). Incluso, yo creo que hay una cosa muy importante que es la angustia de las influencias. Tú me preguntas a mí sobre mis influencias y me entra una angustia, “¿qué tengo que decir?”. Yo creo que uno de los procesos que se da en los artistas, en los escritores, tiene que ver con la manera de cómo se relacionan con las influencias, primero cómo las identificas, porque a veces no es tan fácil identificarlas. Yo te puedo decir que de repente a mí me pudo haber influenciado Condorito, pero no te lo voy a decir. Es como una cosa como un magma de influencias, de vivencias, de lecturas, entonces de ahí sale la influencia que uno se inventa. Eso también lo decía Borges, uno se inventa su semiología literaria; porque otra cosa sería el adoctrinamiento: “me gusta Hemingway porque me gusta el relato fuerte, etc.”, lo otro como formar parte de un canon, una sucursal. El misterio realmente es ese: cómo te relacionas con las influencias, sabes que están presentes, pero cómo las buscas, cómo te identificas, cómo la reconoces, y de repente te das cuenta que empiezas a contar que no hay un autor, sino una mezcla de cosas que uno proyecta.

 

 

 

Continúa en la próxima edición…

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