El Hatillo Jazz Festival: deleite musical para la gran Caracas

Por Laura Rodríguez y Mónica Duarte

@Islarv y @M0n1k1ta

 

 

 

El jazz es un género que se caracteriza por la libre expresión. Los sonidos se ensamblan por arte de magia y los instrumentos, pesados y llamativos por su forma, pueden tocar las melodías más suaves y dulces de todas. El jazz vive de la improvisación, la expresividad espontánea, la libertad. Y es que, no por casualidad, surgió como canto de protesta de los negros marginados del Sur de Estados Unidos que le imprimieron su creatividad censurada y su espiritualidad propia.

 

Quizá, por esas cualidades, lo que le faltaba a Venezuela y a Caracas era drenar su frustración con jazz. Razón por la cual el festival organizado en El Hatillo fue un éxito absoluto. Todo un fin de semana que envolvió al municipio, las calles, plazas, locales, puntos culturales, y que atrajo a miles de caraqueños a disfrutar de ese espacio olvidado: el encuentro musical en las calles.

 

El festival contó con 28 conciertos de artistas nacionales e internacionales, consagrados y emergentes. El ambiente tuvo como punto focal el recorrido a pie del casco central de El Hatillo. Las calles permanecieron cerradas, la plaza Bolívar se transformó en una arena de conciertos y los asistentes podían ir de un local a otro para escuchar a más de un músico en la misma noche. Las notas del jazz inundaban todos los callejones hasta altas horas de la noche, y la fiesta no se hacía esperar a la tarde siguiente para comenzar. La mayoría de los asistentes aprovecharon la paz del entorno para sentarse sin miedo en la plaza Bolívar, la escena parecía sacada de esas películas donde los parques y el aire libre sirven como escenario para el romance y el primer beso entre la pareja protagonista.

 

Esa sensación no solo provenía de las notas del jazz, la libertad se hacía sentir gracias a la gran variedad de propuestas que se presentaron, la posibilidad, por ejemplo, de escuchar a una escuela de jazz seguida por un consagrado trío argentino. La mayoría de las presentaciones eran gratuitas, lo que permitía que cualquiera pudiese acercarse sin limitaciones económicas al festival, además de contar con la opción de disfrutar de la buena música con bebidas baratas (mención especial al patrocinio de Solera por sus birras inagotables a 40bs. + vaso) y el característico frío refrescante de El Hatillo.

 

La inauguración estuvo a cargo de Gerry Weil, que saturó el Anfiteatro de El Hatillo e hizo caer los primeros aplausos que se multiplicarían en todo el festival. El sábado, Oscar Moyano cuarteto fue el primer invitado internacional. Como buenos argentinos, comenzaron su presentación con una versión de “té para tres” en honor al recién fallecido Gustavo Cerati. Con ellos se pudo disfrutar de un jazz clásico, muy sureño y muy sensual. Mientras caía la noche del sábado deleitaron al público con canciones de folclore argentino como “la zamba sin nombre” y un tango de Sanguinetti.

 

Los platos fuertes del jazz criollo

Ya en la noche, Huáscar Barradas era uno de los más esperados, los repetidos aplausos indicaron que no defraudó. Sus canciones tenían de fondo el sonido de las palmas espontáneas del público cada vez que el sonido un trozo de la pieza emocionaba lo suficiente. La fusión musical que llevó Huáscar a El Hatillo sonaba más a joropo que a Jazz, pero, parafraseando sus propias palabras, esas melodías únicas que endulzan y conmueven, que parecen venir desde adentro del artista y no desde una partitura es lo que hace de su música la versión venezolana del jazz.

 

Acompañado de un cuatro, un bajo, una batería, un percusionista y un piano interpretaron lo mejor de su carrera de más de 10 años con la flauta. Una versión con tambores de «My favorite things» de la novicia rebelde, un merengue dedicado a Mile Davis, una adaptación de Gualberto Ibarreto, su canción Pajarillo con Bulería una adaptación flamenca de la canción tradicional venezolana, y muchas otras piezas más que el público aplaudió de pie. Uno de los mejores momentos de su presentación fue sin duda el pequeño “contrapunteo” de instrumentos, en el que se pudo apreciar un solo de cada uno de los acompañantes guiados por la flauta de Huáscar.

 

El domingo, el anfiteatro recibió a C4trio con una nueva multitud que rebosaba las capacidades del espacio. Los cuatro de Edward Ramírez, Jorge Glem y Héctor Molina, acompañados por el bajo, tocaron una variedad de géneros y melodías en un estilo muy criollo.

 

Un ritmo brasilero llamado choro, una versión en cuatro de Stevie Wonder, diversos joropos, una periquera con seis por derecho donde imitaban el contrapunteo de los cantantes con cada uno de los cuatros, entre otras interpretaciones, fueron la mejor muestra de que la música nacional da para todo. Los chistes, comentarios y explicaciones de cada músico ayudaban a relajar el ambiente entre canciones y le imprimieron a la presentación un sazón venezolano añadido. Para finalizar, cada uno de los cuatrístas deleitó con un solo que culminó con un trueque de cuatros, en el que, entre manos cambiadas, cada uno tocaba su propio instrumento y medio instrumento de alguien más, sin duda, algo difícil de explicar pero que asombró a todos los presentes que, de pie, pidieron “otra” canción para culminar el concierto.

 

El cierre

Samy Thiébault Quartet fueron los encargados de darle un toque francés a la noche de jazz que se disfrutaba en la Plaza Bolívar de El Hatillo. Regalaron todo su talento al presentarse por primera vez en el municipio y el público respondió con la efusividad y algarabía que merecían. Samy Thiélbault, quien encabeza el cuarteto, expresó en su mejor intento de hablar español, que sería una noche que quedaría en su memoria.

 

Más adentrada la noche, el maestro Alfredo Naranjo se montó en el escenario requiriendo públicamente la participación de su amigo Jorge Glem a quien denominó “un monstruo” y “un tipo de otro planeta” refiriéndose a su talento musical y notable destreza con el cuatro. Ambos le dieron un giro mucho más latino y bailable a la noche, acompañando su presentación con anécdotas personales, por demás amenas, que produjeron risas en la muchedumbre integrada por personas de distintas edades que disfrutaban del espectáculo desde sus sillitas plegables, seguramente traídas de sus casas, desde el piso, los bancos de la plaza, montados en muritos, disfrutando de un postre o, en otros casos, de cervezas.

 

Ya estando por terminar la presentación final del evento y antes de que Jorge Glem se bajara del escenario, Alfredo Naranjo propició un espacio en el que cada uno de los músicos se lució haciendo un solo de sus respectivos instrumentos que iba acompañado de un coro en el que participaron todos los asistentes, dirigidos por el maestro, que decía “¡El Hatillo!”. Pero el público no dejó ir tan fácilmente a Naranjo quien tuvo que quedarse para complacer a los espectadores que pedía un tema más para cerrar la noche satisfechos por completo.

 

El maestro nos presentó un tema que fue compuesto para su hijo y mucho más lento que lo que había tocado a lo largo de su presentación, creando un aura más romántica. Por último, el maestro Naranjo dio las gracias a los organizadores del evento y demás personas que hicieron posible la undécima edición de El Hatillo Jazz Festival, los mismos se subieron al escenario para agradecer a los músicos participantes y al público asistente tomándoles una foto y dejando la invitación a una próxima edición que se extenderá por más días el siguiente año.

 

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