Welcome to Caracas

Por Ángel Fernández

@andafero

 

 

 

‘’La sociedad sería algo hermoso, si se interesaran los unos por los otros’’. (Chamfort)

 

‘’Sociedad’’, esa palabra con la que muchos describen a Caracas. Irónico, puesto que la frase de Chamfort describe bien el significado de una verdadera sociedad. Hace dos semanas llegué de Maracay, por las vacaciones, y no recordaba lo complicado que es vivir en esta ‘’sociedad’’; lo recordé en el sitio más civilizado de la ciudad… el Metro. Simplemente, la idea inclemente de tener que soportar el traslado de una estación a otra, con personas apretujadas a ti que tienen: mal olor corporal, mal aliento (y no dejan de hablar en tu nariz) o que simplemente decidieron que tú serías su ‘’material de apoyo’’ para no caerse, rogando, por supuesto, que sea solo una de esas cosas y no todas a la vez, es una idea descabellada… pero, el Metro nos favorece, ¿cierto? Nos lo aguantamos por el simple hecho de que es un estupendo medio de transporte; digo, ¿a quién no le gusta llegar rápido a su destino? Y más aún en Caracas. Es rápido, efectivo (para todo) y hay estaciones en los puntos más importantes. Hasta suena sacado de un cuento de hadas.

 

Ahora, ¿por qué hago esta crítica? Simple, contaré mi día de ayer paso por paso.

 

Salgo de mi casa, hasta ahora, todo bien. Llego a la parada del Metrobús; ya saben, ese que me deja en Altamira. Pero, empieza lo bueno. Sucede que, en la ruta Chuao-Altamira, siempre hay cola cerca de la entrada del CCCT, lo que es normal, puesto que no solo está el centro comercial, también la UNEFA, y muchas personas se dirigen a toda hora hacia esos lugares. Es por eso que salí con una hora de anticipación, porque presentía que pasaría algo parecido. Luego de cincuenta minutos, poco más; poco menos, llegué a Altamira. Habían varias banderas de Venezuela colgadas cerca del obelisco (desconozco el motivo específico) y una concentración de personas; muy normal, para estos días. Entré a la estación del Metro y, como algo cotidiano, había más personas que ganas de vivir. Pero, ya estaba ahí. Curiosamente, había un ambiente insano, un poco violento, como de que alguien iba a sacar un arma y empezar a disparar. Muy a mis adentros, yo pensaba en que si alguien lo hacía, posiblemente yo tendría espacio para entrar en el vagón del Metro; pero, no ocurrió nada fuera de lo normal.

 

Hora de entrar al Metro, y lo único que pasaba por mi mente era por qué iba yo hacia Plaza Venezuela. Iba a visitar a unos amigos en la UCV, así que tenía, porque sí, que ir en esa dirección. Una vez en el vagón, tuve que soportar el diálogo incesante de unos sujetos, a los que determiné como ‘’sujeto A’’ y ‘’sujeto B’’, que decidieron hablar conmigo en medio de ellos. Gracias a la multitud, no pude quitarme. Cabe destacar que sujeto A era una dama. Este era el diálogo:

 

Sujeto A: Chamo, ¿y por fin vas a estudiar en Londres?

 

Sujeto B: Sí, vale, decidí ir a estudiar para allá. Aunque no sé ni pío de inglés, pero dándome carajazos aprendo.

 

Mis pensamientos: Si quieres el carajazo te lo doy yo…

 

Sujeto A: Yo conozco a una pana que fue para para allá en agosto y ella sabe ful inglés. Dile que te enseñe inglés británico, que es mejor que el gringo.

 

Sujeto B: Chama, ¿y eso no cuesta más que el inglés normal?

 

Mis pensamientos: Me entero que el inglés de Inglaterra es subnormal…

 

Sujeto A: No, mi pana, más bien es al revés, el de los ‘’saltamuros’’ es más difícil.

 

Aquí, realicé una pequeña pausa mental para analizar lo que acababa de decir sujeto A. Fue cuando me di cuenta de que, además de no ser ni siquiera civilizados para entrar en el vagón de un Metro, tampoco somos ni cuidadosos al hablar. Todo ‘’nos da equis’’. Empezando porque no recuerdo en ningún momento que los estadounidenses fuesen denominados ‘’saltamuros’’ (lo de ‘’gringos’’ también está fuera de sí, pero incluso eso es más aceptable que ‘’saltamuros’’). Comprendí, que estaba entre dos sujetos que no tienen ni idea de cultura general, geografía y que, lo más probable, es que a uno de ellos lo agarren a golpes en un bar de Inglaterra. Inmerecido tampoco era; él quería carajazos, pues que se los den.

 

En fin, ya en Plaza Venezuela, la odisea para salir del vagón e ir a hacer trasbordo, hasta me quitaban las ganas de llegar a Ciudad Universitaria. Fui, visité a mis amigos, me enteré de que habían asaltado a alguien cerca del Olímpico de la UCV, había personas protestando… lo normal.

 

De regreso a Plaza Venezuela, justo en una de las entradas de la estación Ciudad Universitaria, habían tres efectivos militares y una pareja (o expareja, mejor dicho) con un niño de no más de cinco años. El hombre tenía al niño en brazos y no quería dárselo a la mujer, y los guardias ayudaron a la dama a recuperar a su hijo (suponiendo que lo sea) aplicando sobre el hombre técnicas de lucha e inmovilizándolo. ¡Cielos!, primera vez que veo a guardias civiles haciendo algo que sí les compete, y haciéndolo bien. Traté de pasar rápido para ignorar el hecho ocurrido. Llegué a Plaza Venezuela sin mayores complicaciones. Una vez que llegué, vi la fila para entrar al vagón, sentido Palo Verde; me dije en mi mente, ‘’ya sé por qué se lanza la gente a los rieles’’.

 

Decidí ser más astuto (y pendejo, a la vez), y fui en dirección Propatria, ya que en la estación Colegio de Ingenieros nunca hay tanta gente para entrar al vagón. Eso hice… sin contar con que ese día había más gente en Colegio de Ingenieros que en Altamira. Una vez que llegué, como pude, entré en el vagón dirección Palo Verde. Llegué a Altamira, todo golpeado y con una psicosis terrible. Tuve que esperar media hora para que llegara el Metrobús a su parada, y una hora más para que me dejara en mi casa, por la cola de la autopista.

 

Un viaje de seis horas. Parece mentira, ¿no?, pero, si viviésemos en una verdadera sociedad, apuesto lo que sea a que no hubiese tardado más de tres horas. Gente alterada que genera retrasos tanto en el Metro como en su propio auto en la calle, personas que no respetan el espacio personal y deciden hablar (así sea gritando) con alguien en medio, personas estresadas a las que no les interesa que una señora de tercera edad, con bastón y todo, esté de pie en el vagón del Metro, arriesgándose de que se caiga y se pueda dar un golpe letal.

 

Me di cuenta de que eso es Caracas, y ese es el día a día. Y quién sabe, quizá también en otras ciudades sea así. ¿Es eso una sociedad? Por eso me río cada vez que me dicen ‘’vienes a la civilización’’, porque esto ni es civilización, ni es sociedad, y lo más probable es que no sea ni siquiera una ciudad, si seguimos así. Reflexionemos. Esta no es la ‘’sociedad’’ de la que habla Chamfort, esto ni siquiera se acerca a una pequeña civilización. Nuestro tercermundismo se refleja cada vez que salimos a la calle, y en cómo tratamos a las personas.

 

Si esto fue un día en el Metro, me pregunto de qué me daré cuenta si paso una semana entera saliendo a ‘’socializar’’ con los habitantes de esta catastrófica ciudad.

 

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