¿Desde cuándo nos volvimos locos?

Por Ángel Fernández

@andafero

 

 

 

Miércoles 15 de octubre, y no encontraba sobre qué escribir. Me bastó con salir de mi casa para que el ‘’botón’’ que todos tenemos dentro del cerebro, ese interruptor imaginario que tenemos en nuestra masa gris, ese que se activa única y exclusivamente cuando estamos hartos de algo (en mi caso, de no saber sobre qué escribir).

 

¿Qué activo el interruptor? Lo que apasiona al venezolano a seguir mentándole la madre a todo el que se encuentra: una cola. Me encontraba en la cola para retirar tiquetes estudiantiles, acompañado de un amigo. Empecé a pensar en qué debía escribir, y estaba tan ciego que no veía que lo tenía justo frente a mis ojos, la cola, lo que me llevó a pensar en la situación del país y en varias otras situaciones, todas me llevaban a la política.

 

Cola hasta para entrar en la cola

Generalmente no me gusta comparar países, porque todos son sistemas gubernamentales totalmente distintos, por mucho que se diga que Venezuela está como Cuba. No, señores, no hemos llegado a eso… aún. Pero, basta con ver las tortuosas filas de personas que aspiran adquirir un servicio (público o privado), colas kilométricas en la autopista por accidentes de tránsito, colas para subir escaleras y otra cola para bajarlas, y cola para continuar la cola, después de bajar las escaleras, para darte cuenta de que tu país va mal. Claro, de seguro dirán ‘’Es que somos muchas personas’’, bueno, Tokio (capital de Japón, que es más pequeña que Venezuela) tiene, aproximadamente, treinta millones de personas, la misma cantidad, aproximada, que tiene Venezuela entera. Entiéndase así: Tokio tiene, aproximadamente, la misma cantidad de personas que Venezuela, y es treinta veces más pequeña, y allá las colas que puedan hacer, no duran más de cinco minutos. Eficiencia. Lo preocupante no son las colas, es la facilidad con la que nos acostumbramos a ellas. Haciendo memoria, me parece que esto viene desde que se creó el Mercal, cuando la gente hacía colas para adquirir todo a un precio justo, algo que el Gobierno debió haber regulado en los establecimientos privados, en lugar de crear uno paralelo a ellos. No solucionó nada, solo evadió el problema y, por supuesto, nos dejó el amable detalle de acostumbrarnos a hacer cola por todo.

 

El único material que tenemos es para hacer armas

Después de terminar la cola de los tiquetes, y de que tan solo emitiesen ochenta tiquetes (cuando no hace más de un año emitían ciento veinte) para estudiantes universitarios, caí en cuenta de otro tema del que conocemos mucho los venezolanos, y que se distingue por una frase única y muy repetida: No hay material. Increíble, parece; normal, lo aceptamos. Llegamos al nivel de las colas, el de la aceptación. Bien sea el pasaporte, la licencia de conducir, tiquetes estudiantiles o algo tan básico y esencial como la cédula de identidad, muchas veces obtenemos la misma respuesta, a la que ya nos tienen acostumbrados: No hay material. Pero, vemos/escuchamos/leemos en las noticias del día a día que hay más muertes, más robos y más secuestros. Tal parece, que este país solo produce material para las armas, y, lamentablemente, no para las manos correctas.

 

En el país del tercermundismo agónico, dibujar es un delito

No podía terminar el artículo sin escribir sobre algo que, si lo leen en otro país, pensarán que es una ridiculez y que somos unos sometidos plebeyos, y no están tan lejos de la realidad. El caso del dibujante Roberto Weil, que fue despedido del medio de comunicación para el que trabajaba por un dibujo que realizó. El caricaturista publicó el dibujo de una rata llorando en el funeral de otra, tan simple como eso. Por supuesto, allá los que se sintieron identificados con el dibujo, las ratas siempre se sentirán como ratas, pero me parece que llega a un nivel alto de estupidez. Independientemente de qué haya dibujado Weil, creo que el artículo 57 de nuestra Carta Magna indica que tenemos la total libertad de expresarnos sobre el tema que queramos, como queramos, en el medio que queramos y no se nos puede censurar o infraccionar por eso, siempre que no la utilicemos para agredir a nadie, y creo que un simple dibujo de ratas no agrede a nadie. Ahora, si fuese Mario Silva y no fuese un dibujo, sino su programa en VTV, no pasaría nada. Kennedy le temía a los terroristas, el que te conté le teme a los dibujos. Así nos va.

 

Para no perder la costumbre, terminaré el artículo con una frase, esta vez, propia:

‘’La libertad de expresión es un derecho fundamental, y está en la cima de la pirámide de Kelser, es decir, inquebrantable. Quien quebranta un derecho fundamental, automáticamente, se convierte en un dictador’’. (Ángel Fernández).

Dedicado a Roberto Weil. Total solidaridad con él y su trabajo.

 

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