Un minuto de silencio

Por Isabela Iturriza Soulés

@IsaIturrizaS

 

 

 

 

Soy público frecuente de los conciertos de las orquestas del Sistema y voy casi una vez a la semana a la nueva sede en Quebrada Onda, el Centro de Acción Social por la Música. Sin embargo, el concierto del viernes 15 de mayo nunca lo voy a olvidar, no porque interpretaran una de mis obras favoritas, el concierto para piano de Maurice Ravel, sino porque tuvimos que dedicar un minuto de silencio por la muerte de dos niños del sistema.

 

Carlos Hernández (13 años) y Jimbert Hernández (15 años) no estaban enfermos, no tuvieron un accidente, los mataron. En ese minuto supe lo que es un silencio ensordecedor, por un minuto hubo absoluta comunión en la tristeza y el dolor. Se me vinieron a la mente los recuerdos de tantos venezolanos que han muerto como víctimas de quienes ejercen hoy el poder en Venezuela, víctimas de su indolencia y su barbarie.

 

Los asesinatos de Carlos y Jimbert no se pueden ver como hechos aislados, son producto de 16 años de un plan destructivo para la nación. Nótese que no digo que fueron víctimas de un gobierno, porque en Venezuela no hay gobierno porque no hay instituciones, no hay justicia, no hay seguridad. En Venezuela ejerce el poder el más fuerte, el que más grita, el que más golpea, el que más pisa, el que más roba, el que más muertos acumula, el más vivo, el que más aprovecha, el que más se aprovecha de los demás… No distingo entre los poderosos “con cargo” y los que no lo tienen, porque a efectos de ser delincuentes, son lo mismo.

 

Después de ese minuto de silencio, un instante eterno, siguió un concierto sublime. Con música que te hace tener la certeza de que la vida no puede terminar con la desaparición física, de que hay algo que vibra en nuestro interior con la belleza: el alma.

 

El público pidió un bis a la talentosísima pianista, Kana Okada, quien interpretó el concierto para piano de Ravel. El director invitado, Bruno Mantovani, nos contó que se enteraron de la muerte de Carlos y Jimbert cuando estaban ensayando, y en su honor repetirían el segundo movimiento de la obra, el adagio assai. Quienes conocen la composición sabrán lo desgarradora que es y la capacidad magnífica que tiene para sensibilizar el alma. Mientras tocaban, por primera vez en muchos años, vi el rostro de los músicos no sólo como intérpretes con un don especial para hacer arte. En ese momento eran venezolanos padeciendo y sufriendo como todos los demás. Los presentes en la sala estábamos tocados por el mismo dolor profundo que causa una patria que se está consumiendo en la violencia.

 

Mantovani refiriéndose el lema del sistema, dijo, “recordemos que la música es tocar y luchar, sigamos luchando”. En ese momento reconocí que la música del alma es la esperanza, si dejamos que nos la quiten, perdemos ese bastión sagrado de humanidad que necesitamos para ser personas. Si perdemos la esperanza en medio de esta tragedia, gana el miedo, gana el terror, ganan ellos…

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