Los que se quedan

Por Laurin Bello

@LaurinIsabel

 

 

 

Recientemente se habla mucho de quienes se van, de quienes se han ido o están a ese paso difícil de la dos maletas y la foto de los zapatos en el suelo de un Cruz Diez, y adiós Caracas, adiós los atardeceres con sazón.

 

Pero poco se habla de los que se quedan, de los que han decidido por voluntad propia o ajena quedarse y hacer del adiós una rutina frecuente, como la cola en el supermercado, en la farmacia, en el hospital y hasta en la funeraria. La Venezuela de los que se quedan es sin duda otra, es una Venezuela de mucha resignación, una suerte de peregrinación a través de la larga espera de que “se acomode la vaina”, también es una carrera dura y devastadora por “arreglar este zaperoco”.

 

Ahora vemos en las filas de políticos gente que jamás creyó en la política, a los que la simple idea de un político les repugnaba, esa misma gente que había que arrastrar a las urnas de votación ahora son los que manejan los autobuses de las campañas electorales. Venezuela es otra, la crisis se ha acentuado y la escasez ha hecho tantos estragos que ya no recordamos el sabor de la arepa amarilla o la sensación de pararse frente a un anaquel y tener más de cinco opciones de café.

 

Los que se quedan han abandonado muchos placeres pero han conseguido otros, un placer absurdo por acumular granos, enlatados y otros, por ejemplo: neveras con comida congelada, lugares secretos en las casas con papel sanitario, pasta de dientes, desodorante, leche, etc. Acumulamos en nuestros hogares la desidia, para que no sea tan difícil la espera por la anhelada abundancia.

 

Los que se quedan intentan viajar una vez al año, no por placer de viajar sino por la necesidad de abastecerse, de despejarse, traen maletas vacías y las llenan de bolsas de Walgreen y Walmart, productos de higiene personal, de primera necesidad. La Era de los Wii, los PlayStation, los teléfonos y iPads se ha quedado atrás, la necesidad tienen cara de perro diría mi abuela.

 

Los que se quedan no ven las noticias, ellos son la noticia; esperan al final del día llegar a casa y escuchar el acontecer de sus familiares: “me robaron en la camionetica”, “asaltaron el vagón del Metro en el que iba”, “una trulla de motorizados en la autopista nos intercepto”, “gracias a dios, solo se llevaron el carro”, “se metieron al salón de clase y nos encañonaron” , “me cale 6 horas de cola y cuando llegue ya no había pasta de dientes”, y así, el día a día de todos conforma la situación de un país entero.

 

Los que se quedan sufren, pero también aman infinito la tierra que les dio luz a sus ojos, cicatrices en las plantas de sus pies mientras los ensenaban a caminar. Los que se quedan aun respiran azul clarito del Caribe sideral, dicen Canaima con sabor y cantan bandera nacional con orgullo. Los que se quedan hacen política, malabares y abonan frenéticamente la tierra seca de las que miles huyen desesperados todos los días. Los que se quedan, se merecen sin duda una canción y una oración.

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