Una dulce condena

Por Pablo Alas

@Pablo_Alas

Las cárceles han dejado de ser lo que eran antes. Desde su creación, hemos visto cómo han evolucionado hasta lo que son hoy en día. Para tener una representación de lo que significan la mayoría de las prisiones en nuestra sociedad, no hay que ir muy lejos en el tiempo. La reciente fuga de «El Chapo» nos demuestra que para los desviados el hecho de convertirse en presos resulta ser un pasatiempo. 

 

Recordemos que Joaquín Guzmán Loera, «El Chapo», se escapó el pasado 11 de julio del «Centro de Readaptación Social N°1 del Altiplano» a través de un túnel subterráneo que hizo en el área de la ducha y que venía con todo incluido: sistema de iluminación, sistema de ventilación, rieles por donde se desplazaba una motocicleta adaptada, tanques de oxígeno, un bar de cocteles, cine privado y cualquier cantidad de cosas que una persona honrada no tiene. Es decir, el Chapo amuebló ese túnel en menos tiempo de lo que un venezolano puede amueblar una casa, si puede llegar a comprarla claro está.

 

Toda esta planificación requiere de un tiempo más o menos largo, sin embargo, este héroe del narcotráfico lo hizo en poco más de un año. Se dice que el tiempo en prisión pasa mucho más lento que lo normal, lo que quiere decir que el tipo se daba las duchas más largas de su vida sin que los pobres guardias pudieran sospechar algo; y es que, además, en esa área no podía haber cámaras, porque debían respetarle el derecho a defecar tranquilo, sin que nadie lo viera, hasta que pudiera ser reinsertado en la sociedad, como todos los presos.

 

La concepción de la cárcel como una forma de castigo ya es cosa del pasado, gracias a los grandes avances en derechos humanos que ha tenido el mundo. Actualmente, es válida la teoría de alejar al preso de la sociedad para rehabilitarlo, cuestión que va de la mano con la peligrosidad de hacer, de una prisión, un lugar mucho mejor que el mundo fuera de ella. Es por esto que vemos cárceles a las que nos gustaría mudarnos ya mismo, cosa que, paradójicamente, nos incita a delinquir, en vez de ser ejemplos para mantenernos alejados de la mala vida.

 

Si hacemos un recorrido por algunos de los recintos destinados a albergar a los delincuentes, nos encontramos con una serie de lugares que parecen salidos de una revista de paquetes turísticos.

 

La Prisión Bastoy, en Noruega, tiene todo lo que un malandro sueña quitarle a una persona honorable: cancha de tenis, un lago para ir a pescar, paseos a caballo, etc. Los reclusos de la cárcel de Otago, mejor conocida como Milton-Hilton, en Nueva Zelanda, poseen habitaciones amuebladas con televisión pantalla plana incluida, sin necesidad de apuntarse en ninguna lista de espera para adquirirla a un precio justo. Es más, en la Prisión Sollentuna, ubicada en Suecia, los reos, además de poseer un gimnasio ultramoderno, tienen a su merced un personal que está encargado de velar por su bienestar, esto es para compensar el hecho de que no hubo nadie que velara por el bienestar de sus víctimas.

 

Si están pensando que los delincuentes europeos son los únicos que gozan del resultado de la lucidez del primer mundo, se equivocan. En América también tenemos lo nuestro. La Cárcel del Condado de Los Ángeles, en Estados Unidos, tiene un programa pago de estadía en un hotel, al que pueden acceder las celebridades y presos ricos que no nacieron para esa situación de estar pagando por sus propios crímenes. Los prisioneros que pagan por estos programas son los que se han ganado la vida delictiva con el sudor de su frente y trabajaron mucho para llegar a donde están.

 

Copiando esta idea de los países desarrollados, en Venezuela no nos quedamos atrás. Tenemos la cárcel de Tocorón, en el Estado Aragua, muy conocida porque representa el desagüe a donde van a parar los presos más famosos del país y desde donde se dictan las políticas penitenciarias que, paradójicamente, son emitidas por los mismos reclusos. Este penal, además de contener una panadería y una granja de cochinos, cuenta con la afamada discoteca «Tokio», que es el local nocturno más seguro de toda Venezuela. Allí en «Tokio» no hay riesgo de que entre un malandro, porque todos ya están allí adentro, incluyendo a los policías.

 

Sin importar la parte del mundo donde se encuentren, este tipo de cárceles prometen ser el futuro de las rehabilitaciones para los desviados. En ese futuro, los esfuerzos se van a dirigir hacia el bienestar de los presos. El personal de la prisión y los policías estarán al servicio de los delincuentes, lo que a fin de cuentas sería una simple legitimación de lo que ya está sucediendo.

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