Una reunión para festejar

Por Mario Guillermo Massone

@massone59

 

 

 

Cuando era yo un adolescente, Venezuela era otra. Sin ser consciente de ello, respiraba libertad en todas partes y a toda hora. No conocí en mi adolescencia lo que era el totalitarismo, pues ni siquiera por referencia lo habíamos estudiado en el colegio. No tuve experiencia alguna que recuerde en que mis amigos dejaran vacío el salón de clases, por la decisión de sus padres de buscar una mejor vida en otras fronteras.

 

Cuando los amigos salíamos de noche en Caracas, lo hacíamos a veces en grupos, otras veces algunos pocos y otras lo hacía yo con la chica de mis sueños. La chica de mis sueños no era siempre la misma, por lo que no podría colocarle un solo nombre. Y es que nací con un corazón muy grande y, en la mocedad, ese corazón era un corazón palpitante y con desenfreno dominaba mi existencia jovial.

 

Despreocupados de lo circundante, la noche era tan joven como joven era yo. Las calles llenas de gente alegre. En carros, haciendo cola en el tráfico para llegar a una discoteca, a un bar, a un concierto, a cenar… Gente caminando por las calles de Las Mercedes, parejas de enamorados tomados de la mano y riendo. ¡Sobre todo riendo!

 

La fiesta era parte esencial de mi juventud. Festejar cualquier cosa era algo digno de hacer, era el deber ser y yo lo cumplía a cabalidad. Cuando no era un cumpleaños, una fecha especial en el calendario o algo plenamente justificado para pedir permiso a nuestros padres, alguna razón para celebrar habíamos de invocar. ¡Una reunión! ¿Cuántas veces no escuchamos en la mesa de nuestros hogares que nuestro padre tuvo una importante reunión? Pues nosotros también hacíamos reuniones de gran importancia. “Mamá, ¿puedo salir esta noche?” –“¿A un cumpleaños?” –“No mami, -en tono solemne- tengo una reunión.”

 

Mirando hoy esa época, supongo que esas reuniones eran de una importancia similar a las reuniones entre cancilleres de Estado; pues salíamos de ellas a la vez que lo hacía el Sol. Cuando la juventud de la noche se iba, nosotros siempre jóvenes nos íbamos a desayunar a alguna arepera ¿a continuar la reunión? Eso de reunirse nos daba un hambre cósmica.

 

En mi adolescencia hubo tantos viernes y tantos sábados en la noche, en los que me fue difícil cumplir con mi deber de festejar. Dos y tres y hasta cuatro reuniones en una sola noche de amistades que las convocaban. Para mi fortuna, a esa edad el cuerpo aguanta así que ¿administraba? mi tiempo para estar presente y cumplir con todos y festejar y, sobre todo, celebrar el hecho mismo de celebrar.

 

Ahora de vuelta a mis cuarenta y cuatro años, aquí, en Caracas, recuerdo con nostalgia esos días. ¡Y qué días! Creo que Venezuela necesita de una gran reunión de la misma naturaleza de aquellas de mí mocedad. Una verdadera re-unión. Una reunión para festejar, una reunión para celebrar. Una reunión de alegría.

(Visited 271 times, 1 visits today)

Guayoyo en Letras