ISIS, no es un nombre de mujer

Por Tulio Álvarez

@tulioalvarez

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Van casi dos años desde la caída de Mosul y el comienzo de una campaña internacional contra ISIS, el Estado Islámico que ha surgido como referente y un modelo singular de hacer guerra no convencional. Se trata de una formación muy particular ya que no se compadece con la definición de Estado que enseñamos en las clases de Derecho Constitucional. No tiene un pueblo definido, salvo su caterva de enfermos asesinos; su territorio o radio de acción es indeterminado, aunque su base inicial haya sido Irak y Siria; además, los objetivos que pretende cumplir no se compadecen con la preservación de una forma política, su única meta es la destrucción.

 

Se trata de la confederación del terror. Grupos radicales entre los que se encuentran Jabhat al-Nusra, filial siria de al-Qaeda, han encontrado un centro de acción unitaria y sobre esa definición lograron ocupación territorial. La situación es tan compleja que se internacionaliza y se manifiesta también en la variable étnica y religiosa. Así se entiende las agresiones contra los mismos musulmanes por el conflicto sunita-chiita y que se involucren los kurdos.

 

La destrucción de Palmyra ha confirmado que en la Guerra Santa que convocan estos fundamentalistas el enemigo es la humanidad. Lo que está planteado es una conflagración de nuevo tipo que merece un análisis bajo la óptica de la filosofía del derecho. Los parámetros de la reflexión son imprecisos ante la vigencia de principios básicos como el de “no intervención” y “soberanía de los Estados”. Pero la realidad refleja que la acción de la comunidad internacional se ha justificado en casos de flagrante violación de derechos humanos y que esa visión de señorío nacional se lleva a extremos de perversidad en los casos de regímenes autoritarios, más si son totalitarios.

 

La pregunta es muy simple: ¿Cuáles son los límites de una actuación de los Estados en la defensa de sus propios intereses ante la guerra abierta que ISIS les ha declarado? Algún pacifista podría argüir que la intervención de Occidente en Oriente Medio solo ha contribuido a radicalizar a los actores y a llevar el enfrentamiento a los Estados Unidos y Europa. La duda surge de suyo, ¿si Estados Unidos y sus aliados no hubieran intervenido, las agresiones del fundamentalismo no se habrían producido en Occidente? ¿Acaso la crisis humanitaria en Europa por los desplazados es una coyuntura que puede ser obviada?

 

Pero toquemos un punto más íntimo y álgido, porque nos toca directamente a los creyentes: ¿Puede desatenderse el grito de auxilio de los cristianos en las masacres constantes que sufren en este nuevo martirio colectivo del siglo XXI? Ya vemos lo que ha significado en la práctica la famosa Primavera Árabe. El colapso de las fuerzas iraquíes o la caída de Bashar al-Assad no dejaran de tener sus consecuencias en lo más íntimo del mundo cristiano; y el Papa lo sabe muy bien. Por eso está dispuesto a inmolarse visitando Kenia.

 

El parlamento británico revisó su decisión inicial de 2013 de no participar en el conflicto Sirio bajo sus dudas de la ilegalidad que significaría la utilización de los recursos de la Royal Air Force. Obama ha autorizado solo el apoyo a los “rebeldes sirios moderados”, como si ese concepto existiera, para no sufrir las críticas consecuentes con la posición de Estados Unidos como “Policía del Mundo”. Solo la mayor humillación de una Francia aterrorizada activó las neuronas de la izquierda socarrona y de un feroz Hollande tratando de ladrar bien alto para ocultar su propio miedo. Los rusos se dejaron de eso y manifiestan su voluntad de entendimiento en una negociación bajo ciertas garantías. Hasta los iraníes están dispuesto a dar su aporte.

 

Cuando doy mis clases sobre constitucionalismo trato de transmitir que la historia de la humanidad verifica un largo camino en que se ha hecho el esfuerzo de equilibrar el principio de autoridad con el principio de libertad. Al mismo tiempo, enseño que esa historia se constituye en una interminable relación de agravios en que la guerra es una constante y la violencia el principal mal. Solo una inspiración de humanidad permitió algún avance en el siglo XX con la caída del comunismo, principal aparato totalitario de esa época. Pero en el albur del siglo XXI renacen los riesgos en un extraño retorno que se manifiesta en América Latina mientras que el Fundamentalismo Religioso y de Mercado le arrancan el testigo a la opresión en otros contextos. Frente a estos elementos de barbarie la inacción bajo banderas del pacifismo se constituye en un acto de colaboración o, algo peor, una rendición a discreción.

 

Eso lo dice la historia. Un romanista tan autorizado como Mommsem sugiere una especie de imperialismo defensivo del pueblo romano. Efectivamente, supuestamente la expansión no se corresponde con una voluntad manifiesta de conquista. Su objetivo primigenio habría sido la ocupación de la Bota Itálica para evitar la vecindad del enemigo pero, fuera de esta meta de los primeros tiempos, la realidad sería que Roma generalmente fue el objeto de las agresiones bárbaras. Inclusive, pueden encontrarse referencias a una especie de voluntad liberadora como la que narra Polibio en ocasión de la lectura de una proclama, en el marco de los juegos ístmicos que se produjeron en Corinto después de la victoria sobre el Rey Filipos y los Macedonios, mediante la cual el Senado Romano y el Procónsul Tito Quintio “dejan libres los siguientes pueblos, sin guarniciones en sus ciudades y sin la imposición de tributos, gobernados por las propias leyes de sus respectivas patrias”.

 

En el mismo sentido, pueden encontrarse posiciones moralizantes como la de Cicerón planteando una honesta causa para legitimar la acción bélica (M. Tvlli Ciceronis, De Officiis Liber Secvndvs). Sin embargo, no puede velarse el hecho de que el auge y gloria de la Basileia romana se construyó sobre el esfuerzo bélico de una élite política sedienta de riqueza y esplendor, al precio del sometimiento de otros pueblos. Pero este no es el caso actual de los llamados “Imperios” que sostienen el Fundamentalismo de Mercado, en el marco de la globalización; pero encuentran al enemigo más feroz en el Fundamentalismo Religioso. Este es un enfrentamiento de vida o muerte, para que uno prevalezca el otro tiene que desaparecer.

 

De manera que se avecina una catástrofe política y económica muy particular, nunca vista, salvo que el liderazgo mundial, incluyendo al Papa, asuman el rol que se comprometieron a cumplir. Le atribuyeron a Puttin el decir que el perdón a los fundamentalistas terroristas le corresponde a Allāh y que a él le toca facilitar el encuentro. Después la periodista se retractó y pidió excusas. Yo me dije, que bien le hubiera quedado a él si hubiera sido cierto.

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