Las venas blancas de América Latina

Por Danny Pinto-Guerra

@pintoguerra

 

 

 

O el sueño de Pablo Escobar

Suramérica. Un continente atestado por sus diversidades, a la vez que sin igual por sus exuberancias, de todo puedes encontrar ―literalmente― en las entrañas de su amazonia tropical.  Una vez alguien dijo por ahí “¿Quieres ver cebras, hermano? Vení al departamento de Antioquia, pues.” Delfines, hipopótamos, teléfonos satelitales, autos deportivos y todo terreno, champaña francesa, mujeres brasileras, todo aquello que para muchos representa el paraíso en la tierra lo puedes tener o hacer en este continente; un lugar al que muchos le cambiarían el nombre de América por Utopía. Así como el eterno sueño de la izquierda. ¿Cómo ha sido posible todo esto? No es muy difícil la respuesta, pero cala más cuando se la minimiza llamando al origen de todo ello “polvito blanco”. Un producto realizado y procesado al mejor estilo homemade cooking, el cual al momento de su nacimiento y durante su incipiente distribución costaba USD 10 por gramo. Llamemos las cosas como son: cocaína.

 

Si hay dinero, hay poder; mero poder en el más llano sentido lingüístico de la palabra. Mientras unos crean un legado de trabajo, esfuerzo, dedicación y disciplina, otros lo hacen a la sombra de la muerte, el miedo y la hegemonía. Cuando Pablo Escobar se hizo con el control del contrabando en Colombia, no se imaginaba las dimensiones ni proporciones de la ganancia metálica, política y social que estaría por venir, por más que su sueño fuera ser presidente. Cuando la droga pasó a ser el negocio del momento, no era tan difícil imaginárselo.

 

Una “regla natural” de la economía indica que el mercado importador se regula cuando suben las exportaciones y, por ende, entran divisas al Estado. Este Robin Hood paisa [así lo llamaron algunos medios en su momento] lo tenía muy claro; la única diferencia es que lo que estaba en su lista de compras era el poder político, y lo que pretendía vender, simple y puro polvo blanco. ¿Por qué América Latina? Por qué no, si somos apenas un continente con poco más de quinientos años de historia desde el choque de culturas. Somos fáciles de impresionar, es así, pero complejos para negociar. Probablemente nos falte más inapetencia mezclada con diplomacia.

 

Las sociedades latinoamericanas siguen siendo muy jóvenes en todo el sentido de la palabra, pues, no en vano la tasa de natalidad, por más violencia apilonada, sigue estando por encima de la de mortalidad. Al hombre latinoamericano se les salen las ganas desde el estómago y por los poros con tal de vivir el ahora; titanes que juegan a creerse dioses e insisten en vivir un presente eterno por una paca de [inserte moneda local aquí] a la semana, quincena o mes, con tal de mantenerse del lado de aquellos titiriteros que dominan el caudaloso flujo de plata que pasa de mano en mano en unos casos, y se acumulan como granos de café en otros. Todo producto del narcotráfico: el negocio del futuro para Mario Puzzo; nuestra cotidianidad.

 

El secuestro, sicariato y los robos terminan siendo más un producto de un resentimiento y devenido de una desigualdad que una real “proyección de negocios”. El empresario narcotraficante hace plata del consumo, ese mismo que los socialistas-comunistas tanto le criticaron a los íconos del libre mercado y el capitalismo; un consumo adictivo y devastador capaz de quebrar en lo más mínimo al más miserable ser humano, a la vez que construye un rascacielos de dinero que pronto será lavado. En su momento, la guerra por el poder no la libraban los empresarios, mucho menos los partidos políticos entre sí. Eran los carteles ―aunque no habría que dejar de lado la participación de la guerrilla en todo esto, pero eso es harina de otro costal. Para controlar las masas se necesita fuerza política y espacio público y mediático, y para ello se necesita la fuerza y vigencia de un verso acompañado de su respectiva materialidad, es decir, la fajita de billetes, o como nosotros decimos “un bozal de arepas”; no se gobierna desde la clandestinidad, y mucho menos con los bolsillos vacíos. Ser diputado es el primer peldaño en la escalada hacia el poder y, visto desde otra perspectiva, la entrada en escena por otra puerta: la de los votos. Es muy válido acotar esto, pues, no es casualidad que muchos de los actores principales de este teatro continental hayan entrado por la puerta del fondo, portando botas, uniforme verde oliva y un fusil sobre los brazos.

 

¿Qué le sacó a la droga? Dinero. ¿Qué compró con el dinero? Poder. ¿Qué le otorgó el poder? Privilegios políticos. ¿Qué logró con esos privilegios? Control social. ¿Qué devino de ese control? Falsas esperanzas y reales ambiciones en nombre de la igualdad. ¿Acaso no es así como se instauraron ciertos gobiernos auto-abanderados por la Izquierda?

 

De nada sirve pagar caro al comprar poder político y barato por las consciencias del “pueblo” si esa gente no va a asegurar la legitimidad y el deber ser de su cargo. Entre nacionalizaciones (o expropiaciones) propagandas sociales, misiones y regalos amigajados se sembraron las semillas y se recogió una cosecha que ahora mismo tiene 16 años en el mandato y dominio a fuerza de puño (literalmente) y pluma (por decreto) con el país en pedazos. Un país con suelos fértiles pero cada vez más áridos y desérticos tras el paso el funest y destructor sesgo del PSUV. La utopía se hizo realismo mágico y el hambre ya no es por falta de comida, mas sí por carencia de dignidad.

 

La pregunta es ¿fueron o son estos tipos, ahora en la cima del poder, los mismísimos herederos del legado de Pablo Escobar, o realmente son unos simples enchufados al gobierno del narcotráfico? Probablemente tendremos respuesta pronto, probablemente no y la pregunta muera y se quede sin certificado de defunción, como uno por ahí.

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