Orinoco y Caroní

Por Víctor Bolívar

           @victorabolivar

 

 

 

¿Están irremediablemente unidos o eternamente separados? A veces una simple mirada puede ser engañosa, por eso es mejor no confiarse en un sólo sentido, pues, se necesitan otros, para poder comprender una realidad tan compleja.

 

Hace unos pocos años, gracias a mi esposa y a una buena amiga guayanesa, conocí uno de los fenómenos fluviales más impresionantes de Venezuela –ya unos años atrás había escuchado la historia pero la impresión de haberlo visto fue la que le dio sentido al ya conocido relato–. Me refiero a la desembocadura del oscuro río Caroní en las amarillentas aguas del río Orinoco. Para los que no conocen este fenómeno les cuento que el río Caroní que nace en los tepuyes Roraima y Kukenán se consigue con el vasto río Orinoco en la ciudad de Puerto Ordaz, causando un maravilloso encuentro o desencuentro entre ambas aguas, las cuales a simple vista lucen irremediablemente separadas.

 

Algunos científicos afirman, que el fenómeno se produce debido a la composición química de ambos: las aguas del río Caroní de color oscuro –debido al alto contenido de ácidos húmicos provenientes de la descomposición de la vegetación– desembocan en las aguas del caudaloso río Orinoco de color amarillento –debido a la acumulación de sedimentos provenientes de otros ríos que se incorporan a su cauce a lo largo de su recorrido– causando el impresionante fenómeno que no es más que la unión de dos ríos de diferentes colores. Sin embargo, los ancestrales y verdaderos propietarios de estas tierras (Los Pemones) señalan que el río Orinoco fue un hombre y el Caroní una mujer, ambos pertenecientes a etnias rivales, quienes se enamoraron y desafiaron sus respectivas tribus para consumar su matrimonio, que según la leyenda se manifiesta en la desembocadura del río Orinoco entre Puerto Ordaz y San Félix, en el estado Bolívar.

 

Al ver este impresionante fenómeno por demás emblemático de Venezuela, no he podido dejar de preguntarme ¿cómo es posible que dos aguas se toquen y al mismo tiempo se mantengan separadas? Me planteo la misma interrogante cuando vivo con tristeza la intolerancia política que embarga a mi país: en el que dos bandos claramente enfrentados se disputan el poder; poco más de veintiocho millones de habitantes sufrimos las consecuencias; y créanlo o no algunos politiqueros o partidarios fanáticos –de ambos bandos– en este juego macabro no hay ganadores.

 

Si algo han demostrado estos 17 años de intolerancia planificada, es que aquí no hay ganadores, por el contrario, aquí todos somos víctimas. Y todos lo somos porque cuando un malandro te apunta a la cabeza para despojarte de todo, no disminuye la indignación el hecho de que tengas marcado tu dedo de tinta por haber acudido a votar en las elecciones parlamentarias por los candidatos del PSUV ó del Polo patriótico; tampoco aparecen los productos de la cesta básica ó los medicamentos cuando manifiestas que eres partidario del gobierno; ni tampoco los precios de los productos son más baratos si eres militante del oficialismo. No, aquí todos somos víctimas de un grupito bien pequeño que profesa las ideas de Marx pero que vive como Donald Trump.

 

El país necesita un cambio de rumbo para salir de este episodio oscuro de nuestra historia. Los recientes resultados electorales –a pesar de lo parcializado que fue el árbitro electoral– fue una buena oportunidad para empezar ese cambio, pero esto no es suficiente. Necesitamos un pacto de convivencia entre las dos principales tendencias del país (alternativa democrática y chavismo) porque el país no puede seguir viviendo en esta política de blanco y negro, de la cual el desastre en lo político, económico y social, es más que evidente, como para seguir ahondando en lo mismo.

 

Es lícito pensar distinto, y como consecuencia de ello, el día de mañana tendremos un chavismo, que si bien bastante reducido en número, subsistirá como oposición y deberá incorporarse al juego democrático –del cual no ha sido un ferviente abanderado desde sus inicios–  pero que por el bien de toda la sociedad venezolana, los gobernantes de turno deberán permitirlo. Al fin y al cabo como los ríos Orinoco y Caroní, estamos irremediablemente unidos aunque nuestros colores luzcan a simple vista tan diferentes. 

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