Agonía Final del Fracaso Terminal

Por Jorge Olavarría

@voxclama 

 

 

 

Finalmente podemos discutir –ya no sospechando sino sabiendo, que siempre tuvimos (y tenemos) razón. Nos tocó vivir una era, un nuevo siglo/milenio, en el que la retórica marxista, en cualquiera de sus grados, se desboronaba, era anulada y despreciada. La práctica socialista a partir de 1989 fue exponencialmente desmontada, derrumbada, eliminada. A medio siglo de eso, hoy apenas un manojo de naciones miserables aun se mantienen aferradas a esa dialéctica disfuncional y perversa que en nombre de la igualdad y la justicia social, produjo algunas de las sociedades más desiguales y algunos de los gobierno más deshumanizados, aberrantes y opresivos del planeta. Irónicamente, mientras el mundo se inoculaba urgentemente de este maleficio, en Venezuela en el portal del siglo XXI, la enfermedad socialista conseguía un nuevo profeta y se fortalecía sembrando su injusticia justiciera, su igualitarismo desigual, su destrucción constructiva y la muerte, para morir viviendo. La estupidez educa. La cosecha, entonces, era previsible, petróleo o no petróleo. El derrumbe se repitió en cualquier sociedad, en cualquier continente. Desde Libia con su socialismo-paternalismo petrolero, hasta Hungría con su socialismo libertino. Desde Tanzania con su socialismo tribal hasta Grecia con su socialismo de pensionados burgueses. Las pesadas facturas del paternalismo socialista lo pagan los hijos o lo pagan los nietos. Desabastecimiento, inflación, disminución del mercado laboral, emigración masiva (particularmente de los más preparados), mercados negros oportunistas, corrupción endémica, consolidación de una oligarquía revolucionaria que se encasillaron en el poder vitalicio. Los acusados por las penurias también son los mismos de siempre. El imperialismo, los anti o contrarrevolucionarios apátridas, los terroristas de derecha. La lista de los culpables de siempre es aburrida, larga y trillada.

 

Cierto—en Venezuela podemos destilarles la culpa a Chávez y su camarilla de militares y arribistas, pero debemos en algún grado aceptar que llegamos a este estado de putrefacción por complicidad general. Y esta observación no es conveniente instrucción retrospectiva, sino maldición de Casandra. Desde temprano, las palabras de quienes vieron el desfiladero a la distancia y fueron callados por expertos, por profetas venales como Luis Vicente León conduciendo las orquestas de la delirante censura a la intangible y el revisionismo de conveniencia. Incapaces de procesar lo evidente, de discernir verdades y peligros, gran parte del país llegó a creer que con un líder como Chávez no era necesario transitar etapas de otras naciones que se acercan al progreso con esfuerzos, criterio, disciplina y constancia. Todo lo contrario. Gracias a nuestras incalculables riquezas enterradas (y con un mundo adicto al petróleo), Venezuela dejaría atrás el retraso, la pobreza y la ignorancia tutelada por un generoso megalómano. Abrazaríamos la autonomía y la seguridad ciudadana. Se substituirían los malos hábitos del trabajo, por los valores inherentes a la lealtad y la dependencia. El trabajo conduce a la prosperidad pero también a la explotación, la pertenencia y  execrables libertades individuales.

 

A paso de vencedores padecimos años (más de una década) de demencia sistematizada, con el Estado a manos de una oligarquía cívico-militar adoradora de un déspota con delirios napoleónicos, incapaz de asimilar el aluvión de dinero que a partir de 1999 cubrió al país y lo corrompió todo. La sociedad, lo intentó pero demostró ser incapaz de libarse de este destructor por lo que tuvo que esperar a que la naturaleza y su propio organismo lo destruyeran. Ya con el verbo creador de mentiras muerto, la mentira no podía seguir siendo recreada.

 

La respuesta ante la longeva abundancia petrolera lejos de impulsar el beneficio colectivo, inspiró la dependencia parasitaria. Con el espejismo socialista lejos de promover una sociedad reposada, igualitaria y articulada, se creó la sociedad más violenta, desigual y desunida inimaginable. Quedó enquistado en el poder a una pandilla cívico-militar, una autentica oligarquía predilecta, cubierta de la más absoluta impunidad hasta para los crímenes más abyectos.    

 

Porque ciertamente lograron hacernos dudar de lo que estábamos presenciando. De lo que estábamos viviendo día a día. La parábola de la rana en agua tibia. Dudamos de nuestro juicio y de nuestro compás moral. Hasta del sentido común. A menudo nos dijimos, nos recriminamos, que quizá el error, la distorsión era nuestra. Quizá una nación con las reservas petroleras como las nuestras, podía darse el lujo de transitar desde el estatismo paternalista grácil y farsante, hasta llegar a un gobierno socialista que frontalmente despreciara el trabajo, la constancia, la creatividad, la ambición y los logros individuales y, por supuesto, la meritocracia. Bendiciendo el estatismo parasitario colectivo.

 

El revisionismo endémico y con su expansivo aparataje comunicacional, el demagogo de extracción militar logró hacernos sentir que su proyecto no tenía antagonistas sinceros sino enemigos perversos y equivocados; corrompidos por el capitalismo y los valores burgueses. La jerarquía, el Estado y los poderes vivos, intoxicados con una sobredosis de capital, pasaron a exacerbar el cancerígeno presidencialismo imperial, expropiar, nacionalizar, centralizar, militarizar, derribar la autonomía de los poderes. Su método no era la mejor vía para lograr justicia social y paz. Era la única vía. Provisto de un narcisismo patológico, abrogándose el derecho del guerrero conquistador, desmanteló el Estado, cambió todo lo que pudo cambiar—comenzando por la Constitución y no deteniéndose en nada y por nada. Desde la hora a la que nos levantamos, la moneda con la que pagamos el café y el cachito, hasta el nombre del país.  Su lucha no era contra quienes lo adversaban. Ni siquiera era contra quienes lo amenazaban. Su lucha estaba en línea con los demonios, y como tal fue el más grande corruptor.  

 

Quisiéramos creer que las elecciones del 6D son prueba que el país recapacitó. Que entramos en cuenta del monumental error. Que oímos que las justificaciones, acusaciones y promesas son mentiras todas. Que entendamos que cuando estás dentro de un hueco, tienes que dejar de cavar y mirar hacia arriba. Quisiera creer que sabemos que fuimos engañados y que a quienes les dimos el poder se emborracharon de poder y de dinero mal habido. Quisiéramos creer que no han sido las carencias, las colas, que la jornada del obrero encamisado de rojo no le alcance ni para comprarle un raspado de colita a sus hijos. Que el pueblo se cansó, no tanto de la retórica, ni de la tiranía populista que nos hace esclavos sino de las consecuencias. Estamos apenas reaccionando. Empezando a conocer el hambre de los esclavos cuando las cosechas fallan. Quisiera que el profesor universitario lea de nuevo y entienda. Das Kapital y Human Action. Que vea y menosprecie la dialéctica marxista como lo hicieron tantos profesores en Europa del este obligados a adular, y no porque su jornada no le alcance ni para comprarle la comida al perro. La mujer que entrega su intimidad por dinero aunque se de cuenta de lo degradante, peligroso y equivocada su opción sigue siendo una puta. Para cambiar, rectificar, resolver los problemas, corregir los errores, lo primero es que con sinceridad, se admita la realidad. Si acaso que la praxis anule la negación, alucinación o el espejismo. Y nadie en el gobierno asume nada. Nada es su culpa. Basta. Ya todos sabemos que este experimento fracasó.

 

Al final, no será fácil librarse de esto. La camarilla que hace diecisiete años se inauguró en el poder al tiempo que el Presidente se volvía vitalicio, actúan como si tuvieran el equivalente a un mandato divino. Son los guardianes de la revolución. El dominio y el mando es un derecho, y alegan estar dispuestos a defender la revolución cueste lo que cueste. ¿Cómo que ya no ha costado demasiado? Que su estadía en el poder es el bendito legado del Comandante eterno celestial, mejor representante de Bolívar que Bolívar mismo. En realidad, poniendo toda esa paja un lado, vemos que el poder es el muro de contención que los protege de la ira del pueblo hambreado y hastiado tantas mentiras.  

 

Pero tantos años de absoluta y total impunidad, cual escudo maléfico, puede que los proteja de todos los castigos que se merecen por sus fechorías dentro del país, y algunas en el extranjero.  Pero no es un escudo eterno. El socialismo del siglo XXI eliminó las barreras naturales de los poderes del Estado que no mejoraron su eficiencia y dejaron al ciudadano indefenso contra las arbitrariedades del régimen. Un gobierno absolutista, dice Locke, es como si los hombres consiguieran protección de los zorros pero aceptaran, o se contentaran de ser devorados por leones.

 

Pero las arbitrariedades, aunada a esta desesperante indefensión, añadida a la grosera impunidad, se suman, se acumulan, y aunque a la vista de los jerarcas demuestra que son inexpugnables, sus brillantes estrategias solo los aíslan cada día más del mundo. Comenzando por RCTV –que ya ha sido restituida, llegando hasta Leopoldo López –que ya ha sido liberado…(para citar solo esos dos casos como metáforas de tantos otros)…vemos que cuanta institución, organismo, entidad internacional existente en el planeta, ya sabe lo que acontece en el país, y ya se han pronunciado… Desde la ONU hasta Manuel Vals, Primer Ministro Francés. Sin embargo, RCTV sigue desvalijada y Leopoldo sigue preso. Pero estos casos sirven para ilustrar el nivel de descaro que producen tantos años de impunidad (y recursos) ilimitados, veamos que la Juez que sentenció a López fue premiada recientemente con un jugoso cargo. No les importó que la fetidez fresca referente al escándalo del fiscal acusador quien auto-exiliado describiera el nivel de corrupción, de desfachatez y hasta admitiera su propia colusión en hechos judiciales vergonzosos e ilícitos. Son tantos los personajes que han dibujando el mismo lienzo, desde Antonini Wilson, narco generales, Aponte-Aponte, los narco-sobrinos y tantos, tantos otros. El rompecabezas está completo. Solo falta unir unos cuantos puntos.

 

Así, a los ojos del mundo, las elecciones parlamentarias de diciembre demuestran que lo que se concibió con un “por ahora” bañado de indignación y sangre, y se forjó con una malparida Constitución hecha a la medida de una dictadura vitalicia del siglo XXI, ya concluyó. Hagan lo que hagan, ya concluyó. Digan lo que digan…bueno, ya a nadie le importa. Ya nadie les cree. Se acabó. 

(Visited 76 times, 1 visits today)

Guayoyo en Letras