Atentado al congreso

Por Jimeno Hernández 

@jjmhd

 

 

 

La conspiración de la “Oligarquia Conservadora” que aspira deponer al Presidente de la República debe empezar con la instalación de las Cámaras de Representantes del nuevo Congreso Nacional.  

 

La tarde del 23 de enero de 1848, en el antiguo Convento de San Francisco, se instalan las Cámaras Legislativas con el quórum exigido por la Constitución y, en su primera sesión, nombran como Presidente del Senado al Sr. Mariano Fernández Fortique y aprueban la moción de trasladar el Congreso Nacional a Puerto Cabello. Senadores y Diputados pretenden enjuiciar al General José Tadeo Monagas y deponerlo del Poder Ejecutivo por la via legal y sin utilizar las armas. 

 

En el mismo instante que abandonan las barras, empiezan a circular los rumores en la Plaza Mayor y distintas calles de la capital. Los Conservadores alegan que Monagas desea disolver el Legislativo y los Liberales dicen que el Congreso quiere derrocar al Presidente, ambos bandos concluyen que en Venezuela se está gestando un Golpe de Estado.

 

La mañana del 24 de enero reina la confusión en Caracas. Milicianos de ambos partidos se presentan en los cuarteles, todos solicitando la repartición de armas para formar batallón y cumplir con el deber de entregar su vida por la causa. Entonces el Sr. Fernández Fortique ordena al Coronel Guillermo Smith levantar una guardia de 200 hombres para custodiar el Legislativo y velar por la integridad de los parlamentarios.

 

Al mediodía se abre una pica entre la multitud que se ha congregado en la Plaza Mayor. Por allí camina el Dr. Tomás José Sanabria, quien asiste al Congreso para leer el mensaje anual del Presidente. Los representantes aprueban la moción que este permanezca en el recinto y solicitan que se presenten también el General Francisco Mejía, Ministro de Guerra y Marina, y el Sr. Rafael Acevedo, Ministro de Hacienda y Relaciones Exteriores, para que rindan informe sobre la situación política del país y las medidas de seguridad adoptadas para enfrentar la crisis.

 

Liberales armados de garrote, piedra y puñal se han colado entre el gentío y ponen a circular el rumor que Sanabria ha sido secuestrado por el Congreso, entonces el caos se apodera de la ciudad cuando la masa empieza a gritar: -!Viva Monagas! !Muerte a los Conservadores!- Ahora la turba enardecida amenaza con violar las puertas del Legislativo e imponer la voluntad del General Monagas por la fuerza.  

 

 

Adentro del salón principal del Convento, Diputados y Senadores pueden escuchar los gritos de la turba y ceden al pánico y el desorden cuando suena el primer disparo. Juan Vicente Gonzalez debe levantar la voz para pronunciar un emocionante discurso en el que insta a los representantes a morir en sus curules como los tribunos de la antigua Roma.

 

A las puertas del Congreso, en mitad del despelote, entre empujones y bajo una lluvia de piedras que hace caer la masa sobre la guardia del Coronel Smith, a alguien se le ha resbalado el gatillo. Nadie sabe quien es el primero en disparar ni de donde ha salido el tiro, pero basta que suene uno para que le sigan varios y se termine de formar el zaperoco.

 

La turba se lanza contra la guardia y caen los primeros muertos de la jornada. Blas Bruzual se reconoce como jefe de las milicias liberales y estas cuentan con un cañon que han logrado rodar hasta el centro de la Plaza y apuntan contra la fachada del Convento. La guardia empieza a abandonar su puesto y el Coronel Smith muere apuñalado mientras intenta asegurar las puertas del Legislativo.

 

Chillan las inmensas bisagras metalicas cuando las puertas del recinto se abren de par en par. El estruendo que produce la madera al chocar contra las paredes del edificio interrumpe el discurso de Juan Vicente Gonzalez y desencadena el terror entre los representantes. Mientras unos pocos contribuyen en la tarea de trancar el salón de sesiones, la mayoría absoluta decide escapar por las ventanas, correr por los tejados y trepar paredes para refugiarse en casas vecinas.

 

Eso no evita que la sangre de los representantes Juan García, Francisco Argote, Juan Vicente Salas y Santos Michelena tiña de escarlata los inmaculados pisos del Convento San Francisco. Los parlamentarios que han logrado escapar a la masacre deciden pasar a la clandestinidad y no vuelven a mostrar sus caras en la siguiente sesión del Congreso Nacional.

 

Se ha fusilado el Congreso y Monagas no ha hecho nada para evitarlo. Este atentado al Legislativo será el primer capítulo de la triste historia de la dictadura en Venezuela.

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