La ineludible transición, triunfo de la política

   Por Armado Durán

 @aduran111

 

 

 

Nadie lo pone en duda. La transición de Venezuela hacia la democracia ya está en marcha. Y sin duda también, el factor decisivo de este hecho histórico fue el naufragio de Nicolás Maduro y compañía a la hora de enfrentar el vertiginoso desarrollo de la crisis. Por culpa de ello, y más allá de cualquier loca ilusión, lo cierto es que el proceso “bolivariano” ha entrado en su fase terminal. Lo único que falta por esclarecer es el cómo y el cuándo se materializará el cambio constitucional y democrático del régimen.

 

Esta última etapa del proceso “bolivariano” se inició en febrero del año pasado, con las manifestaciones convocadas por los promotores de la “salida”, reprimidas por el gobierno con una violencia nunca vista en Venezuela. No se alcanzó entonces su ambicioso propósito de cambio, pero el impacto de aquellas protestas condujo a la recomposición estructural de la alianza electoral de la oposición y a la fijación de un nuevo y claro rumbo estratégico para la Mesa de la Unidad.

Jesús Chúo Torrealba fue el hombre de aquel instante crucial. Su esfuerzo por integrar las diversas tendencias opositoras en una tarjeta electoral única, sumado al nivel de conciencia política alcanzado por millones de venezolanos gracias a las movilizaciones que estremecieron el país desde febrero hasta junio del año 2014, más la incapacidad del régimen para impedir la debacle económica y social que ha hundido a Venezuela en la mayor miseria física y espiritual de su historia republicana, produjo este fenómeno político que la mayoría de los venezolanos anhelaban desde hacía años. Con la victoria del 6 de diciembre, la esperanza de tanta gente se hizo por fin realidad y ya no tiene vuelta atrás: como quiera que se mire, la restauración de la democracia es hoy en día una certeza sólida e ineludible. 

 

La sentencia de desacato dictada por el TSJ contra la Asamblea Nacional por el caso de los cuatro diputados del estado Amazonas, generó en un primer momento el temor de que el dúo Maduro-Diosdado Cabello, a pesar de la magnitud de la derrota chavista, estaba resuelto a incendiar el país con tal de no aceptar sus consecuencias. Por fortuna, pocos días después, la renuncia de los diputados de la discordia, al parecer a cambio de la asistencia tranquila de Maduro al Palacio Federal Legislativo para cumplir con su obligación constitucional de rendirle cuentas al país, permitió pensar que ese reconocimiento recíproco del otro podría llegar a ser el primer y decisivo paso para devolverle a la vida política nacional sus aires de normalidad civilizada. Sin la menor duda, toda una novedad.

 

La incógnita que persiste es no saber todavía si aquel retroceso táctico del oficialismo y la oposición refleja un acuerdo real de ambas partes, o si ese paso atrás lo dieron unos y otros con el objetivo leninista de agarrar impulso para luego dar dos pasos adelante o, si en efecto, por lo senderos de la mera acción política, comenzaba entonces la transición pacífica y más o menos negociada de Venezuela hacia un sistema político y económico diametralmente opuesto, tal como lo habían prometido los principales portavoces de la oposición durante la campaña electoral.

 

Hay que esperar y ver. Por lo pronto, cuesta pensar que la elección de Henry Ramos Allup como presidente de la nueva Asamblea Nacional y la designación de Aristóbulo Istúriz como vicepresidente ejecutivo de la República y eslabón comunicacional entre el gobierno y la oposición, fueron simples y naturales casualidades de la vida. Más razonable es presumir que representan una intencionalidad mucho más significativa. Por ahora sí podemos afirmar, sin embargo, que estos dos veteranos de la política nacional son los indiscutibles hombres del momento y que en sus manos reposa la posibilidad cierta de evitar la guerra y hacer factible la transición y el triunfo de la política. Al menos, ese el deseo de todos los venezolanos.      

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