El año de la hecatombe económica
Los últimos años han sido tiempos plagados de calamidades y Venezuela enfrenta hoy la peor crisis económica registrada en su historia repúblicana. Las arcas del tesoro nacional se encuentran vacías, el comercio paralizado y ya ni los artesanos pueden trabajar porque hasta escasean los materiales.
En hogares de distintos pueblos y ciudades del país el cuento de todas las familias parece ser el mismo, cada día hay menos trabajo y más dificultades para poner en la mesa el pan de cada día.
Con las primeras luces de la madrugada se puede observar a los vecinos salir a las calles para hacer largas colas con el objetivo de conseguir alimento o mercancía. Escasea el bolívar y en las casas de empeño se acumulan montañas de chatarra y cachivaches. Los sortarios que logran cambiar coroto por moneda no quedan dispensados de la crisis pues con real también encuentran realidad, puede que haya dinero en el bolsillo pero en las pulperías no hay un carrizo que comprar.
A todas estas desgracias se le une un arduo verano que ha quemado el pan de las cosechas y convertido verdes potreros en dorados arenales. Y como ñapa y colmo de los males, los precios del café y el cacao, únicos frutos que alimentan nuestros miserables ingresos aduanales, han sufrido una baja sin precedentes.
Fatídico se perfila el destino de los venezolanos para el año 1894 y el Presidente Joaquín Crespo, un bárbaro criado en Parapara, piensa que la mejor solución al dilema de la iliquidez del gobierno es obligar al Ministerio de Hacienda a cancelar las deudas a los contratistas y trabajadores de obras públicas con unos papelitos que bautiza como “deuda flotante”.
Al cabo de poco tiempo la deuda de estas obligaciones fiscales asciende a más de diez millones de bolívares y a ese monto hay que agregarle la deuda externa, las inmensas sumas que se le deben a los bancos caraqueños en créditos y los pagos que se le deben a los soldados que lucharon en la “Revolución Legalista”, esa que derrocó al gobierno continuista del Dr. Raimundo Andueza Palacio y le abrió las puertas de la Casa Amarilla al “Tigre de Santa Inés”.
La medida que ha adoptado el gobierno solo parece agravar la crisis y la mañana del 20 de enero de 1895 se reúnen en la Plaza de Las Mercedes centenares de obreros y artesanos en una manifestación que tiene como destino la Plaza Bolívar. Al frente de la marcha van un par de trabajadores que sostienen una pancarta en la que se puede leer en grandes letras: “No hay trabajo y el pueblo perece”.
Desde la Plaza de las Mercedes se pasea la protesta ciudadana causando alharaca por la diminuta ciudad del valle hasta llegar a la Plaza Bolívar. Allí se topan con un contingente de policías de la Gobernación de Caracas armado de fusiles winchester y plantado en la esquina “La Torre”. La amenaza de abrir fuego por parte de las fuerzas del orden público no tarda en dispersar la concentración pacífica.
Son estos días de angustia para el gobierno legalista ya que aquellos hombres que acompañaron al caudillo guariqueño en su conquista del poder, poco a poco, lo han ido abandonando y uniéndose al tejido de una conspiración para tumbarlo, pero Crespo no se estresa mucho con el tema. Sabe que, con Guzmán Blanco retirado en su inmensa mansión del número 43 en la rue Copernic de Paris, no existe en Venezuela una espada más respetada que la suya. Además, como la crisis es económica, todas las culpas y críticas recaen sobre el Ministerio de Hacienda.
Entonces la prensa y la opinión pública empiezan a jugar un papel importante en la manera de gobernar del general guariqueño. Cada vez que uno de sus Ministros cae en desgracia con la ciudadanía esta solicita su salida del gobierno, pero a la vez propone a la persona adecuada para asumir el manejo de esta cartera. Los periódicos y la opinión pública se convierten así en los factores que impulsan el auge y caída de varios encargados de este ministerio en un corto periodo de tiempo.
En cuestión de pocos meses, van desfilando por el Ministerio de Hacienda los señores Juan Pietri, José Antonio Velutini, Fabricio Conde, Ramón León, Claudio Bruzual Serra y Juan Francisco Castillo. Ninguno de ellos puede hacer un milagro en situación de miseria o elaborar un plan para sacar adelante al país en tan corto tiempo.
Al “Tigre de Santa Inés” la crisis económica le importa un bledo y le sabe a casabe. Cuando alguien se atreve a decirle que él únicamente sabe cambiar de ministros, este le responde:
-Bueno mijo, al que no le guste Crespo que se lo peine liso-.
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