Desde un risco

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Ella se encontraba en el borde del risco, que tiene vista al mar. Desde ahí había visto partir a su amor.

Hace tres años el compañero, esposo y complemento de Elena había zarpado (así como tantas otras veces) en busca de una nueva aventura en el mar. Él era un navegante innato, y amaba el océano tanto como a su esposa. Pero un día decidió realizar su última expedición a través de islas desconocidas, para a su regreso, estar el resto de sus días solo con uno de sus dos amores: Elena.

El momento de aquella despedida llegó: el barco zarpó hacia el inmenso mar, y Elena a gran velocidad subió a un risco. Desde aquel podía verse el puerto, el mar y el barco que comandaba su amor.

A este risco subía aquella mujer todas las tardes, esperando su regreso. Miraba el océano por horas y soñaba con ese anhelado momento.

Pasaron los días, los meses… y la paciencia se le agotaba, el dolor la invadía ¿Por qué tardaba tanto? ¿Le había pasado algo?, el mar callaba…

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Pasaron algunos años y aquel risco que la acompañaba, pasó de ser un lugar desde el cual vería el regreso de su amor, a ser un lugar de dolor y sufrimiento.

Elena continuaba subiendo… agobiada, triste, con pesar. Ya casi no comía, descuidó su casa en la montaña, ya no tenía vida social; su esperanza moría en aquel risco cada día.

Una tarde, en su risco, pensó en acabar con todo ese sufrimiento que la atormentaba ¿Tendría fuerzas para dejarse caer?… se acobardó. Tal vez mañana.

Subir a ese lugar ya no era para esperar a aquel amor, era para acabar con todo aquello. Elena quería morir, ya no tenía motivos, ni fuerzas… nada. Todos los días intentaba (sin éxito) suicidarse en aquel lugar.

Dos años y medio habían pasado ya, y Elena se emocionó después de tanto tiempo, un rayo de esperanza iluminó su alma: un barco se acercaba. Pensó que era su amor, bajó corriendo de su risco al encuentro con su esposo pero… decepción. Aquel no era el barco de su alma gemela. Lo buscó entre todos esos hombres, y nada. Pero algo inesperado ocurrió, había un hombre alto y con buen porte, que fijó sus ojos en ella; él sentía que bajo toda esa suciedad, miseria y aquel cuerpo casi esquelético, había una mujer con algo especial.

A Elena éste hombre le recordaba, de alguna manera, a su esposo (o sería ¿hombre extraviado?, tal vez su ¿difunto esposo?… en fin). Comenzó a compartir con él, era muy amable con ella, la ayudó y alimentó… él se enamoró.

Poco a poco Elena dejó de ir al risco, de esperar a aquel hombre. Luego de mucho tiempo lo superó, y era feliz con alguien más.

Ella era una mujer nueva: trabajadora, soñadora, feliz y más que nada, amada. Ya había olvidado su trágico pasado, pero aun sentía algo extraño en su pecho, así que un día decidió regresar por última vez, al viejo y abandonado risco, para desprenderse por completo de los recuerdos, despedirse del pasado.

Al llegar ahí, sintió algo de nostalgia, dolor… pero era una mujer nueva, todo aquello era para olvidar y dejar atrás. Miró el mar, pensó en aquel hombre y sonrió… se despidió de él. Aún sobre aquel risco, Elena le dio la espalda al mar, para regresar a su nueva vida, pero justo en aquel instante, bajo el borde del risco, un pequeño trozo de piedra se desprendió, lo que causo la ruptura del borde de roca con el resto de la montaña.

Elena cumplió, y fue la última vez que subió a ese risco. Se unió a aquel que se llevó a su alma gemela.

Michelle Bolet
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