¡Adiós Ovomaltina!

ovommaltina

Hace un mes aproximadamente, estaba pasando por una depresión (soy joven, estoy a punto de graduarme, ¿conseguiré trabajo? ¿Me independizaré algún día? ¿Conseguiré leche mañana en el supermercado?), en fin. Me sentía agobiada por los problemas cotidianos y la incertidumbre que lleva consigo el futuro.

Así que como me quedaba algo de efectivo en la cartera, cedí al antojo de comprarme un tubito de Ovomaltina para levantar los ánimos. ¡Oh Ovomaltina! ¡Dulce y deliciosa compañera de la infancia y pareja inseparable del pan bollito! Lo confieso: toda mi vida me ha encantado, pero por cosas de la misma rutina, tenía tiempo sin comerla.

Total que ese día aproveché la cola que me dio mi papá hasta la Avenida Perimetral de San Antonio (vivo en San Antonio de Los Altos) y me dediqué a buscar el tan preciado producto.

Primero pregunté en la panadería de O.P.S: tenían algunos chocolates en el mostrador, unos De Todito, pero ninguna Ovomaltina. Luego caminé hasta el Oficentro el Picacho y pregunté en la panadería: Nada. Fui a la licorería de al lado: solo nos queda Nucita, me dijo el chico que estaba atendiendo.

Empecé a entrar en pánico: ¡¿Será que también regularon la Ovomaltina?! Le comenté a mi papá.

Caminamos hasta el C.C. Los Altos y tampoco había. ¡En ningún bendito puesto de chucherías había ni un solo tubito de Ovomaltina! Derrotada, decidí comprar un paquetico de Raqueti, para no irme con las manos vacías. Finalmente, acompañé a mi papá hasta la panadería la Superior y allí volví a preguntar: No hay. La arrechera que estaba dentro de mí (porque no hay otra palabra) era increíble ¿Cómo es posible?, me preguntaba.

Salí de la Superior ensimismada en mi odio contra el mundo, contra el sistema, contra la PATRIA NUEVA. Caminé unos cuantos negocios hasta llegar al abasto La Guayanesa y, como la esperanza es lo último que se pierde, lo intenté una vez más:

—Buenas tardes, señorita. ¿Tiene Ovomaltina?

—Sí.

Casi me da un infarto.

—¿A cuánto la tiene?

—92 bolívares.

—Deme cuatro.

Fue así como después de una búsqueda implacable, conseguí cuatro tubitos de Ovomaltina: uno para mi mamá, dos para mis hermanas y el que quedaba para mí.

Muchos de ustedes queridos lectores, podría pensar que este es un perfecto final feliz, pero en el fondo, todos sabemos que no es así; pues aunque parezca una ridiculez hacer berrinche o indignarse por no conseguir un tubito de Ovomaltina, en realidad hay algo mucho más profundo que con el trajín del día a día nos cuesta ver.

Imaginemos por un momento que no consigo el tubito al final de toda esa travesía, imaginemos que en lugar de llevarme una Ovomaltina me llevo una Nucita (que no me gusta tanto) sólo para no quedarme con las ganas de comer el dulcito de chocolate. ¿Por qué si lo que me provoca es un bendito tubo de Ovomaltina tengo que parir tanto para conseguirlo? ¿Por qué me tengo que conformar con otra cosa que no es lo que busco, lo que necesito? Ese es el detalle.

Detrás de todo este relato, se evidencia un legado de miseria, en el que debo renunciar a una parte de mí misma, con cada renuncia que hago a una comida que me gusta porque no hay, no se consigue. Cuando dejo de comprar una pintura para lograr el tono de cielo que quiero para mis dibujos. Cuando no puedo comprar el color de resaltador para repasar mis libros o cuando no puedo comprar el libro. Cuando debo decidir entre dos latas de sardinas en vez de una de atún por el precio (especialmente cuando no me gusta la sardina y prefiero mil veces el atún)

Queridos lectores, yo sé que ustedes viven esto a diario, igual que yo. Justamente por eso los invito a reflexionar, debemos darnos cuenta que nuestra vida se ha convertido en una renuncia constante a las comodidades, oportunidades y formas de expresarnos como individuos.

Esta crisis, este sistema, esta “Revolución” está acabando lentamente con lo más bello y enriquecedor que tenemos dentro de nuestra capacidad humana: La capacidad de decidir regidos por lo que nos gusta, lo que nos apasiona y lo que nos causa placer.

Y eso… Eso es morir lentamente.

La muerte del espíritu.

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