Una Carta sin desperdicio

delcy rodriguez

Ya casi nada sorprende del régimen. Una de sus más vergonzosas representantes, la sra. Delcy Rodríguez, “flamante” Canciller de la República, durante su última intervención en el seno del Consejo Permanente de la Organización de los Estados Americanos (OEA), dejó claro que el régimen tiene como intención negar toda crisis así como crearla. Negar las colas, negar que no haya comida, negar que haya hambre y negar el sometimiento al que tiene condenado a la sociedad no es más que la confesión de que eso es lo que siempre ha querido el régimen.

Ciertamente la señora Rodríguez tiene razón cuando afirma que con los alimentos que se han importado –supuestamente- se podrían alimentar tres países del tamaño de Venezuela. Evidentemente es cierto, pero primero matando de hambre a los venezolanos, como en efecto ocurre.

Si algo le faltaba al mundo por escuchar, pudo constatarlo durante esa intervención. Además, la señora Canciller cayó en una gran contradicción: si supuestamente en Venezuela hay comida, las colas son una mentira, etc., etc., etc., ¿eso no tumba el cuento de la “Guerra Económica” con la cual Maduro justifica la crisis actual? Sinceramente, Delcy le hizo más daño a Maduro que cualquier otra cosa que ella buscara (a menos que fuera eso).

A nadie deberían quedarle dudas de por qué, ahora más que nunca, es necesario dar una discusión en el seno de la OEA a la luz de la Carta Democrática Interamericana. A pesar de figuras como el Gobernador Capriles afirmen que eso no resolvería nada puesto que se trata de “sanciones morales”, precisamente a ese terreno hay que llevar al régimen. Hay que exponer lo que han hecho, hay que ponerlo en evidencia y que el mundo entienda que se trata de una dictadura criminal.

Más allá de los votos de los países miembros–de los cuales la oposición debería haber tenido un rol más proactivo en su búsqueda- se trata de la dimensión ética del asunto. Cualquier país del mundo y de la región, al tener de primera mano los testimonios de la situación que ocurre en nuestro país, pondría en duda dar un voto a favor del régimen y más cuando este no tiene cómo comprar los votos que compraba antes (El Caribe está dividido entre PetroCaribe y Guyana; los sospechosos de siempre están en crisis interna y la región está dando un giro importante).

El propio Secretario General de la OEA, Luis Almagro, ha hecho énfasis en esto y en la necesidad de que se comprenda la magnitud de lo que ocurre en Venezuela, con su drama humanitario y de seguridad, lo cual merece un reconocimiento, sobre todo cuando Delcy y su combo se han dedicado a desprestigiarlo, mientras ha asumido con valentía el rol que durante mucho tiempo permaneció silente en esa organización. Dar a conocer esto y sacudir a la región frente a nuestro drama nunca podrá ser inútil. Inútil es que alguien diga que es inútil desde la comodidad de una tesis que pretenda darle largas a una crisis que se mide en vidas.

Que no se discuta la situación de Venezuela en foros regionales tradicionales y que sólo se haga en los foros que el régimen creó o en los que controla, corre el riesgo de legitimar la careta democrática que han usado, aunque cada vez con menos frecuencia. Pretender que en los foros tradicionales no se discuta el tema Venezuela porque eso “altera o nos desvía del camino del revocatorio” o subestimar el rol de la comunidad internacional de cara a este proceso que vive el país, además de ser un acto de irresponsabilidad y mezquindad, puede significar una trampa a la hora de necesitar el apoyo exterior para concretar un cambio de régimen.

Ningún apoyo internacional es contradictorio con las tesis de salida del régimen. Por el contrario, se requiere aún más cuando la propia diplomacia del régimen da vergüenza y cuando los incentivos de la comunidad internacional están cada vez más orientados a los derechos humanos y la estabilidad democrática de la región. El asunto es que mientras la comunidad internacional no vea una actuación clara y contundente de la oposición en querer denunciar la naturaleza criminal del régimen y en promover un cambio real, no harán absolutamente nada.

Delcy es tan responsable como sus predecesores de la destrucción de la Cancillería venezolana. Ella representa una vergüenza para el país, como lo hace el régimen. Su altanería y poca profesionalidad es evidencia del estado de destrucción que provocaron intencionalmente en nuestro servicio exterior, desprofesionalizándolo y politizándolo.

Como oposición se tiene una gran oportunidad. La Carta Democrática Interamericana sí es útil y si ayuda a generar apoyos a la causa democrática venezolana, siempre y cuando la propia oposición lo entienda así. Subestimar el trabajo internacional y llamarlo sólo cuando se crea conveniente, nos hará quedarnos solos o hará que haya respuesta cuando sea muy tarde. La dimensión ética de la crisis venezolana demanda acción inmediata. Juguemos todas las cartas, pero no desechemos quizá la más importante: la internacional.

Pedro Urruchurtu
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