Recuerdo, pero olvido
Sin recuerdos, borraste mis pensamientos.
Me reiniciaste y comencé de cero para olvidarte, me olvide de tu voz, de tu sonrisa, de tu picardía, de tus ojos, de tus labios, de tu nombre, de tu nariz, de tus cejas, de tus pechos, de tus piernas.
De todo.
Hasta de tus cabellos (cada uno de ellos), de tus problemas, de en dónde vives, de en dónde naciste, me olvidé hasta de quiénes son tus padres, de tus amigos –que eran los míos- no recuerdo tu nombre, no recuerdo tu apellido.
Me olvidé de todo.
No recuerdo tu ciudad, no recuerdo tu camisa preferida, no recuerdo tus pantalones ajustados, no recuerdo tu hedor, ni tu tono de hablar, no recuerdo el color de tu casa, el olor de perro, ni tu amor por los gatos.
Pero, recuerdo, recuerdo todo lo anterior. Y muchas cosas más.
Recuero tus palabras de amor, de dulzura, de frenesí, tu forma de escribir, de escribir en mi piel, de nuestros tatuajes; unos internos que nadie ve, pero todos conocen, que nadie entiende y todos hacen, que nadie quiere saber, pero al final todos saben más que nosotros.
Porque nos conocíamos y en cierta manera éramos viejos amigos, esos amigos únicos, que se podían reír de solo verse a los ojos, y con todo eso éramos enemigos jurados de esos que no podíamos pasar más de un minuto cerca, pero no durábamos una hora lejos.
Lo divertido de todo, es que pasábamos horas, y horas y fue así, como luego de tantas horas, nos quedamos sin ellas, haciendo que en su defecto, las diferencias dividieran y comenzáramos a caminar otros caminos, hasta el sol de hoy, uno más cálido, con mayor claridad, uno que brilla como tus ojos, uno que ocasiona que los árboles desprenden un olor, que me hace recordar los árboles de tu hogar, unos que olvidé, pero mi subconsciente me obliga a recordar, cielo, brillo, luz y ciudad.
Me olvidé de tanto, que olvidé escribirte, y hoy cuando lo hago, no recuerdo tu nombre. Aunque mis labios lo saben y mi corazón igual.
