Princesa

Pricesa La Perra del T.S.J

Caminando en cuatro patas se desplaza este enigmático animal. Princesa se llama el huésped fortuito de la esquina Dos Pilitas, parroquia La Pastora en Caracas. Desde el estacionamiento al final de la Avenida Baralt hasta los bellos jardines del Tribunal Supremo de Justicia, son su morada. Su cuerpo robusto, pelaje abandonado, patas cortas y torpes, no develan lo que sabe. Todo lo escucha, ve y olfatea.

Merodea misteriosamente este enorme edificio desde mucho antes de llegar la revolución. Ha estado entre los abogados desde aquellos tiempos en que se reunían en el comedor a degustar los exquisitos platos servidos al son de la música clásica, hasta el aborrecible y desbalanceado menú que se sirve hoy en día.

Innumerables han sido los intentos de darle cobijo o patearla y sacarla del lugar como a un perro, pero ella sigue ahí, incólume. No le teme al poder. La investidura de Magistrado le resbala. Quizás porque durante sus más de veinte años de residente de la Corte Suprema ha visto pasar uno a uno a juristas, narcotraficantes, charlatanes, pendejos y prostitutas por ese lugar. Sabe que muchos de los que actualmente detentan temporalmente las treinta y dos sillas que componen el tribunal son unos don nadie diseñados a la medida de la revolución socialista.

Con su indescifrable ladrido deja escapar una que otra anécdota. Así, relata a los otros caninos la estúpida y absurda historia de un Magistrado que habla en nombre de los pobres, mientras se fuma un habano cuyo costo por caja (03 habanos a $90) equivale al salario mínimo mensual de seis ciudadanos venezolanos. Atentos los otros caninos demandan otros relatos, y ella describe la vida de otro “ilustre” magistrado quien borracho declara que daría su vida por vivir en una sociedad socialista, donde no haya desigualdad social, mientras espera ansioso los lujosos regalos de cumpleaños que desfilan en su oficina. Princesa comenta gruñendo, que no es difícil imaginar que hasta el ambicioso Donald Trump se llamaría a sí mismo socialista si supiera que al hacerlo administraría a su antojo las riquezas del país con las mayores reservas de petróleo del mundo.

Entre risas y vergüenza, asoma la historia de una “brillante jurista”, que fue nombrada sin reunir los requisitos para ocupar una de las sillas del supremo tribunal, sustituyendo luego la mitad de su equipo de abogados por peluqueros y estilistas que llegaron al absurdo de reemplazar el closet donde se cuelgan las togas por un lava-cabezas de peluquería. Así, concluye finalmente, diciéndole a los demás caninos que hay quienes se ofenden en este recinto cuando alguien saca una copa para celebrar cierta ocasión, y sin embargo ni se inmutan cuando reiteradamente se viola descaradamente la Constitución, desde acá, carajo, precisamente desde donde debemos ser garantes de la misma.

Sus historias no hacen más que dibujar la justicia de la que carece el país. El estado de derecho está en suspenso como el país entero, esperando a que algo pase. El hermoso vitral de Simón Bolívar que adorna el pasillo central del Tribunal Supremo de Justicia con sus casi 750 mts2 y que dibuja una justicia imparcial que no cede ante las amenazas del poder, se quiere romper en pedacitos, se siente desencajado, se avergüenza con cada “sentencia” o mejor dicho cada disparate que sale del lugar.

Princesa ha pensado en abandonar la corte. Son tiempos oscuros los que vive la república, comenta con su voz ya casi sin fuerza por los años. Pero no se arrodilla ante los magistrados, incluso los reta atravesándose en el medio del pasillo, obligando a sus escoltas a pedirle permiso para pasar. Sabe que todos ellos son tan pasajeros como sus predecesores. Algún día, exclama, volverá la dignidad a esta institución, los magistrados sentirán más devoción y respeto por la Constitución y menos miedo al Presidente; el presupuesto de la biblioteca jurídica más importante del país se usará en libros y no en lujosas camionetas para los magistrados, la capacitación del personal será continua y en países que exhiban un sistema legal envidiable y no en aquellos que sólo quieren ideologizarnos con modeluchos que ya en la época de las cavernas serían considerados un retroceso. El personal tendrá un sueldo digno para dedicarse a la investigación y constante actualización jurídica como demandan propiamente sus oficios. Sus colegas caninos ladran, dan vueltas y mueven la cola de emoción, clamando: Princesa magistrado! a lo que ella les responde: yo no soy como ellos, yo conozco mi lugar, yo no soy doctor, yo tan sólo soy una perra.

Víctor Bolívar
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