Premiación que estigmatiza

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Observamos con cautela el proceso de paz en Colombia, sorprendidos – como muchos – por el resultado de la consulta democrática. Arroja luces sobre el propio proceso que experimentaremos, encaminados en Venezuela a una transición democrática que tarda, pero llegará. No obstante, no  mayor sorpresa ha sido la reciente decisión del jurado sueco.

La concesión del Nobel de la Paz para el presidente Santos, abre polémicas que van más allá de una simple circunstancia. Incluso, algunos estiman que ha debido compartirlo con las FARC y hasta, negándoselos, Uribe ha debido ser el único acreedor.

Lo cierto es que la premiación hacia la sola tentativa de paz, pretendiéndose toda una pedagogía de los distintos esfuerzos que se realizan en el mundo, no basta, porque suele olvidar complejidades y frustraciones muy marcadas que dejan atrás cualquier alborozo.  La menor diligencia, por maliciosa e ineficaz que fuese, luce nobelable.

El pueblo colombiano es firme partidario de la paz, pero tuvo el coraje de decir “así no” por obra de  las condiciones orientadas a un chantaje, como deducimos de un resultado que no fue fruto de una gigantesca y bien orquestada campaña imperial, según la lectura de los proponentes que ansían una interpretación útil para el evidente fracaso. Digamos que no siempre será digno de reconocimiento, por ejemplo, alguna deserción táctica del yihadismo que se siente a la mesa para dialogar, después del desastre ocasionado.

Parece más interesante despejar la incógnita sobre el Nobel de Literatura y, aunque no seamos lectores profesionales, lo creemos entre Amos Oz y Philip Roth, corriendo el riesgo nada peligroso del desacierto. Ahora, con el de la Paz, el peligro es el de la confusión por la consiguiente estigmatización de  los que dijeron estar de acuerdo en Colombia con el proceso, pero “así no”.

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