El mal existe
El mal es enemigo de la libertad. Allí donde el mal está presente la represión y la muerte son el signo. El mal es hambre, tristeza, desesperanza y violencia. El mal es el ejercicio de la mentira. El mal es la perturbación de la paz. El mal es la invocación de la fuerza. El mal es la mirada de Cain, su mano levantada contra Abel, la envidia y el resentimiento constante. La apelación al pasado para justificar un presente ominoso. La exculpación de la violencia que se ejerce porque otros, en otros momento histórico, hicieron lo mismo. El mal se alimenta del historicismo como si el presente fuera mejor o peor porque otros hicieron o dejaron de hacer la ignominia. El mal es el depredador de la libertad.
El mal existe en el corazón del que lo practica. Paul Ricoeur lo confirma cuando señala que “el mal está inscrito en el corazón del sujeto humano. En el corazón de esa realidad altamente compleja y deliberadamente histórica que es el sujeto humano“. Hacer el mal, participar del mal, contribuir a sus efectos es una decisión consciente que genera responsabilidad. Nadie en el régimen que hoy nos asola con su demencial forma de aniquilarnos puede luego decir que “ellos no sabían”. Ningún partidario puede hacerse el ciego ante las embestidas autoritarias del régimen. Ni el más furibundo de todos ellos puede decir después que no tenía conciencia de las consecuencias de la violencia. Nadie puede callar cuando el debate de las ideas es sustituido por el arrebato turbulento de los grupos violentos. No hay indiferencia posible cuando, por cuenta de lo que practicamos y creemos, otros sufren muerte, dolor, miedo, injusticia y desolación. El mal, que está en el corazón de los hombres que lo practican, tiene por tanto culpables y víctimas. Y en el caso venezolano, todos somos víctimas del mal practicado como sistema.
El sistema es el socialismo del siglo XXI. Su causa es el resentimiento transformado en venganza. El mal es una falla en el corazón del que lo practica. Algo pasa en las cabezas y corazones de los que se dedican a destruir la esencia republicana del país para que en su lugar impere el caos y el despropósito. El mal es destrucción. El socialismo es un sistema que destruye a partir de promesas que rápidamente se convierten en un chantaje extorsivo. La mentira se ceba en los corazones de la gente sencilla para hacerlos presa de la infamia disfrazada de justicia. El mal a veces se disfraza de espíritu luminoso para confundir y hacerse pasar por lo que no es. El mal dice que es reivindicación social cuando en realidad es solo el negocio de unos pocos que se llenan de riquezas mientras manipulan a un pueblo empobrecido y aplacado por los mendrugos que a veces les tiran. El mal dice que es revolución cuando en realidad lo que provoca es involución. El mal grita que con ellos manda el pueblo cuando en realidad todos los hilos del poder están en manos de una oscura camarilla. El mal dice que son amor pero idolatran el odio, son sus fieles seguidores, idolatran la división, el desencuentro, la puñalada artera, el sectarismo y el desconocimiento de la otredad. El otro no existe para el mal. El que piensa diferente es enemigo a aniquilar. La disidencia es inscrita en el canon de las locuras. El pluralismo siempre es el enemigo a vencer. El mal es una epidemia que aspira al monopolio de todos los espacios. El mal irrumpe, golpea, grita, enloquece, reprime, mata. Las hordas del mal tienen dueño. El dueño es el odio ejercido desde los que tienen esa falla elemental que los hace pensar que su misión es el exterminio. El mal es ese callejón sin salida que tan esplendorosamente está representado en este infame socialismo del siglo XXI.
El mal anula al individuo para aplastarlo bajo la ficción de pueblo. El pueblo es solo una invocación al populismo que deja todo recurso y toda decisión en manos de los saqueadores del país. El pueblo, en la boca de los populistas, es solamente parte de la neo-lengua. Los hombres no existen. Ellos se apropiaron de una entelequia y por eso mismo les resulta indiferente al que con nombre y apellido se muere de hambre, es asesinado, pierde el empleo, ve partir a sus hijos, sufre enfermedad sin remedios, y es presa del discurso del odio. Ellos no ven a los hombres porque están atragantados de esa conveniente fantasía en donde todo es perfecto, con la excepción de la realidad. Esa neo-lengua propia del socialismo del siglo XXI es sobre todo un intento para avasallar el razonamiento complejo y crítico. El mal necesita idiotizar a la sociedad. El mal necesita abatir las ideas y vivir entre monumentales egos. El mal necesita de los personalismos y repudia el derecho universal y abstracto, que atañe a todos, del cual nadie esta exento. El mal se encarna en caudillos y se regodea en esas montoneras erotizadas que cierran su cabeza a cualquier intento de la razón y se abrazan a la concupiscencia que supone el seguir fanáticamente a un lider. El mal es una epidemia psíquica. El odio se puede convertir en un hábito de vida. El resentimiento puede adquirir connotaciones virulentas. Es difícil salir del mal, pero hay que intentarlo, primero revocándolo y luego haciendo un inmenso esfuerzo para lograr la reconciliación con los rigores de la realidad y los esfuerzos que suponen la convivencia entre los diversos. Del mal se sale haciendo política pluralista. Libertad y liberación son un esfuerzo contante. Nunca termina de ser. Pero es fácil caer una y otra vez en la emboscada fantasiosa del que se presenta como el adalid de su culminación. Cuando eso ocurre, aparece en escena el tirano. Y comienza de nuevo la tragedia del mal.
¿Cuál es la cara del mal? El mal conspicuo tiene las vestiduras del populismo. Un régimen que desprecia el derecho para transformar sus ganas en ley. Un régimen que ignora los derechos humanos para aplastar la voluntad humana. Un régimen que se salta cualquier barrera institucional para ser interlocutores directos de una ficción acomodaticia que ellos llaman pueblo, aunque solamente es el espejo en donde se refleja con claridad esplendorosa su propia ambición.
La cara del mal tiene voz para la mentira. Su discurso es la demagogia. Su oferta es la irresponsabilidad. Su trampa es el compromiso de redención sacrificando las energías productivas de la nación. Su carta escondida es la ruina económica y la destrucción de cualquier futuro posible. Cancelan el futuro porque el presente es ya ruina, descalabro, crisis e hipoteca. El mal se aprecia en sus efectos
La estética del mal es la idolatría al lider. Y la exacerbación del miedo. Por eso mismo, Juan Pablo II llamaba a no tener miedo, a confiar en Dios y a tener siempre presente que detrás de todas esas estatuas que indican mirar al cielo solamente hay frágiles hombres caídos en el peor de los pecados. Cada cadena presidencial ofende la dignidad humana, sus derechos y su libertad. Cada estatua de Chávez es idolatría al pasado, a las ideas muertas, y a la muerte que esas ideas muertas han provocado. El mal existe, lo estamos experimentando, y se llama socialismo del siglo XXI.
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