Heidi: La verdadera marxista
Heidi, el libro escrito por Johanna Spyri, es mi libro favorito de todos los tiempos. Fue publicado en 1880 y desde entonces ha formado parte de los clásicos de la literatura infantil y ha sido adaptado un montón de veces a series y películas.
Algo que siempre me ha llamado la atención de Heidi es que es lo más cercano que existe al concepto ideal de ser humano que manejaba Marx, y hoy quiero compartir con ustedes un pequeño análisis de las características que hacen a Heidi una verdadera (y estoy segura que la única) marxista que existe.
“El fin de Marx era la emancipación espiritual del hombre, su liberación de las cadenas del determinismo económico, su restitución a su totalidad humana, el encuentro de una unidad y armonía con sus semejantes y con la naturaleza.” (Fromm, 1997: p.15)
Según Marx, las condiciones materiales de producción determinan al individuo, que es lo mismo que decir que la manera como se obtienen las cosas es lo que moldea la organización social, las ideas e intereses de las personas. Por ende, la manera de obtener las cosas (el trabajo) es lo que permite al hombre relacionarse con la naturaleza.
La vida en los Alpes era sumamente sencilla, humilde, sin lujos y con una dinámica bastante parecida a la del día anterior. Así pues, la vida de la pequeña Heidi consiste en despertar con el sol, asearse, ordeñar a las cabras (actividad fundamental antes del desayuno), comer con el abuelito y luego, acompañar a Pedro el cabrero a pastorear a las cabritas en la pradera. El final del día consistía en volver a la cabaña, despedirse de las montañas bañadas en fuego al atardecer, cenar, contarle al abuelo sus aventuras para finalmente ir a dormir hasta el día siguiente.
A través de esta relación constante con su entorno y la naturaleza, Heidi desarrolla una gran sensibilidad hacia el mundo que la rodea: animales, plantas, montañas, clima y finalmente, las personas con las que comparte el mismo. Claro que, esto es gracias al conocimiento y sensibilidad transmitidas por el abuelo, quien lleva muchos años viviendo como un ermitaño apartado de la aldea y amargado ante la idea de tener que interactuar con la gente del pueblo de Dörfli.
Gracias a esta relación con su entorno y las personas con las que lo comparte, Heidi alcanza una unidad y plenitud con los Alpes, convirtiéndose en su “esencia”, “la pequeña suiza” de las montañas que vive del fruto cotidiano de su trabajo, moldeando su personalidad en la de una niña muy curiosa y reflexiva, que a su vez logra vivir plenamente su niñez, a pesar de lo que una persona de otro entorno pudiera pensar.
Cuando Heidi es llevada a la ciudad de Frankfurt, se pone a prueba su fortaleza, ya que luego de dos años allí su salud se resiente a causa del malestar emocional: extraña sus montañas, a su abuelo y su vida de ermitaña, por lo que la familia de Clara, su nueva amiga, deciden llevarla de regreso a su hogar.
Es a través de este regreso a las montañas que Heidi alcanza una nueva plenitud como ser humano, ya que en Frankfurt aprendió a leer, escribir y junto a esto, también aprendió sobre religión, lo cual puede interpretarse como una metáfora de la luz e intelecto sobre la ignorancia, pero también ha construido relaciones con personas totalmente ajenas a su entorno, con un modo de vida muy diferente al de ella pero aún así, logrando desarrollar un amor y amistad con los Sesseman (especialmente con Clara) que trasciende cualquier barrera cultural o económica, ya que es puramente humana, sentimental, espiritual.
El final del libro de Spyri es una alusión de que volver a las raíces y a la sencillez, es la respuesta ante las nuevas dinámicas modernas que empezaban a vivirse por aquella época. El regreso a Dios es una metáfora que acompaña el regreso a casa de Heidi, igual que en la parábola del hijo pródigo. De alguna manera, Spyri nos invita a conocer su mundo, su hogar y su origen, al mismo tiempo que hace un llamado a regresar a lo más esencial del ser humano para alcanzar la verdadera felicidad, aquella capaz de trascender.
“Y todavía pasaron muchas cosas en la cabaña del abuelo y Heidi fue más feliz que lo que había sido nunca, pues pudo hacer dichosos a los que amaba y habían sido buenos con ella en los días tristes, pero muy útiles, que pasó en la ciudad. Y para Pedro, su abuela y algunos sencillos habitantes de Dörfli, hubo más de una sorpresa en todo lo que aconteció después, y que otro día contaremos si la historia de Heidi os ha gustado.” (Spyri, 1975: pp. 226-227)
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