Editorial #335 – A​ ​propósito​ ​de​ ​Fidel​​

fidel

Ha muerto Fidel Castro. Lejos de aquellos que han decidido engalanar al difunto tirano haciéndolo ver como un héroe lleno de valentía y logros, lo cierto es que de lo único que hoy podemos alegrarnos es que los cubanos pueden ver renacer su esperanza, aunque por ahora sólo siga siendo un anhelo.

La verdad es que aunque Fidel Castro haya muerto, sus ideas siguen más vivas que nunca –y eso no es motivo de alegría–. Sus ideas siguen vivas en todos aquellos que en el pasado y en el presente le rindieron honores, le dieron bienvenidas elocuentes, se rindieron ante su oratoria y persuasión malvada y admiraron su particular liderazgo que traía sobre sus hombros muerte y miseria. Esas ideas, tan peligrosas y perversas, tienen una evidente carga de sometimiento, de humillación y de ambición de poder, aunque discursivamente se refieran a la libertad, a la emancipación y a la democracia. Esas ideas que tanto fueron transmitidas “en nombre de la libertad” son la más vil muestra de opresión y muerte a la libertad, precisamente.

Aunque hoy muchos celebran su partida, pareciera que no hay demasiados motivos para alegrarse. No sólo porque la muerte fue la única que pudo frenar a Fidel y se llevó sin que pagara, sino porque las reacciones ante su muerte, resaltando su liderazgo y mostrando pesar, parecieran olvidar las víctimas de más 60 años de “revolución” que trajo consigo miseria al pueblo cubano y fortuna a quienes dirigían tal miseria. A eso me refiero con que sus ideas sigan vivas. Muy peligroso.

Ni hablar de Venezuela. Fidel siempre tuvo una obsesión con nuestro país y eso lo demuestran sus cobardes intentos de invasión que terminaron propinándole sendas derrotas gracias a la loable y firme actuación de nuestras Fuerzas Armadas, pero que nunca le hicieron desistir de su afán de hacerse con nuestros recursos y nuestra nación.

En el camino a lograrlo, cientos de líderes lo aplaudieron y le dieron respaldo. Muchos se asombraban ante lo que significa y lo que transmitía. Así era Fidel, un encantador de serpientes que condujo a muchos al camino del silencio y de la complicidad, hoy demostrada en los mensajes de condolencias por su muerte, obviando la tragedia de los cubanos y la desgracia a la que los sometió. ¿Cómo olvidar la cálida bienvenida que le dieron en Venezuela en 1989, invitado por el entonces Presidente Electo Carlos Andrés Pérez a “la coronación”, como se le denominó a esa toma de posesión y rompiendo con la tradición, donde más 911 se postraron y rindieron pleitesía al dictador tropical?

Bastó entonces con que Fidel se fijara en el Teniente Coronel golpista Hugo Chávez para entender que hacerse con Venezuela podía ser más fácil de lo que parecía y de lo que sus fallidos intentos le habían demostrado. Lo demás es historia.

Salvo claras excepciones que denunciaron desde el primer día lo que vendría, pasó mucho tiempo para que la dirigencia política opositora del país entendiera que no sólo nos habíamos convertido en una dictadura, sino que la injerencia y el tutelaje cubano habían logrado invadir a Venezuela, sin disparar un tiro en esta oportunidad, a través del voto y de un traidor a la patria que, por su afán de querer eternizarse en el poder como su mentor tropical, entregó el país a diestra y siniestra, replicando al calco el modelo de miseria, hambre y muerte que vive Cuba. Hoy se ha profundizado mientras intentan condenarnos. La receta sigue.

Cuba asoma vestigios de apertura mientras Venezuela se encierra y se hunde en un modelo fracasado, pero que resulta efectivo para quienes quieren saquear un país y quedarse en el poder. Pero cuidado: los vestigios de apertura de Cuba no revelan flexibilidad o libertad política, sino oxígeno económico que, de tener éxito, sólo alargaría la permanencia de la cúpula revolucionaria que está dispuesta a seguir humillando a los ciudadanos cubanos y que trasciende a los hermanos Castro.

Sí, Fidel murió, pero la dictadura que dejó sigue viva y buscando mantenerse. Raúl puede virar un poco, pero no pareciera se tanto como para sentir que giró hacia la libertad. Lo mismo pasa con Venezuela: que Fidel no esté (y no está desde hace mucho) no significa que Cuba suelte a nuestro país; por el contrario, podría anudarse más la relación de dependencia que, entre otras cosas, significa más asfixia para los venezolanos. Son tantos los secretos y tanto lo oscuro de esa invasión silenciosa, que perderla significaría el final de muchos.

Pero también la muerte de Fidel envía un mensaje a la clase política venezolana que cree, por mucho o por poco, en sus ideas y políticas. Deberíamos terminar de entender que al final se trata de la libertad y que la libertad siempre es victoriosa; pero eso sí, cuando se le defiende día a día, cuando se lucha por ella en cada momento y en cada lugar. Fidel no tuvo nada que ver con la libertad; la detestaba porque significaba restarle poder. Aniquiló la libertad y la paz de su pueblo, buscando la suya. Difícilmente haya podido conseguirlas.

Fidel ha muerto. La maldad encontró en él, durante casi un siglo, un respiro. Hoy, con la muerte del tirano cubano, respirarán otros.

Fue creador y a la vez cómplice de muerte y desgracia con ideas de atraso y miseria. Más que absolverlo, la historia lo condenará. La muerte se lleva a Fidel sin pagar por sus crímenes. Será tarea de nosotros recordar, día tras día, ese legado de miseria, desgracia y muerte.

Pedro Urruchurtu
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