Con la MUD no hay ni habrá salida a la desgracia que hoy vivimos
Editorial #336 – Cuánto peor, ¿mejor?

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En Venezuela se acabó la política, la verdadera política. No se escuchan discusiones de nivel, ni siquiera en los círculos intelectuales o académicos. Hoy, los temas que rigen el análisis son los más básicos de una sociedad: el hambre, la escasez, la violencia y el miedo.

La gente, por su parte, decide cada vez más desconectarse de la política. Por una razón muy simple: cree que la desgracia que vive no tiene solución. Esto es trágico, porque en realidad la respuesta a cualquier crisis social, económica o hasta cultural de un país, pasa necesariamente por una solución de este tipo.

En la historia tenemos interminables ejemplos en los que la política es la que guió el destino de las sociedades. En Venezuela, hoy pasa algo extraordinario: pareciera que la sociedad ha rebasado a su clase política en sus necesidades y en sus aspiraciones. Son cada vez más los que no se sienten representados por ningún dirigente o líder y, por el contrario, sienten que los han engañado.

Esto no debe extrañarnos en un momento en el que tenemos a un gobierno que no gobierna y que ha llevado al país al desastre en el que estamos. Lo que sí entristece es que la oposición también haya decepcionado tanto a los venezolanos en un momento histórico en el que tuvo la oportunidad de unirlos.

El diálogo que hoy agoniza tuvo un solo resultado: hacer que los millones que habían puesto su confianza en la dirigencia de la MUD, que votaron abrumadoramente por la oposición en las últimas elecciones parlamentarias y que acudieron sin pensarlo dos veces a todo llamado a la calle, hoy ya no confían más en ella. Se sienten estafados y razones les sobran. Saben que con la MUD, no hay ni habrá salida a la desgracia que hoy viven.

Queda claro que la caída de un país no tiene fondo. Que quienes desde hace tiempo creían que lo mejor era que el gobierno “se desgaste” con el paso del tiempo y el avance de la crisis, lo único que lograron fue desgastar a la gente y darle oxígeno al gobierno.

La gente está cansada, decepcionada y buscando la manera de sobrevivir, en medio de un caos económico sin precedente. La pérdida de valor de la moneda y la incesante inflación en una época que debería caracterizarse por la tranquilidad y la celebración, auguran fiestas muy infelices.

Seguir apostando a que la situación empeore para que los cálculos políticos de algunos mejoren es irresponsable e indolente.

Miguel Velarde
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