Editorial #339 – Más rumbo y menos tumbos

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Comienza el 2.017 con una sensación agridulce. Por un lado, la llegada de un nuevo año genera una especie de “reinicio”, una oportunidad para volver a comenzar; por el otro, se respira un ambiente de frustración, heredado de lo que ya muchos consideran “un año perdido”. Del expectante auge de la Asamblea Nacional tras un triunfo electoral mayoritario de la oposición, pasamos a la estrepitosa caída como consecuencia de la inacción. Del éxtasis y el delirio de la victoria, pasamos a la frustración y a la realidad de la derrota. Eso resume lo que era enero de 2.016 y lo que es enero de 2.017.

Ni hablar de las rutas que debían desencadenar en la salida del régimen de Maduro en el año que recién terminó. De las múltiples opciones, todas dependientes de la Constitución, se prefirió la más engorrosa y la más ilusoria, aunque irónicamente el liderazgo que la promovió la llevó al abandono y posteriormente culpó a la ciudadanía de su fracaso, como siempre.

La falta de claridad sobre la naturaleza del régimen, la carente visión estratégica para derrotarlo, la preeminencia de intereses sombríos que terminaron en un diálogo fracasado, pero a la vez muy útil para Maduro, son algunos de los grandes errores que convirtieron en un desastre el que pintaba como el mejor año para la oposición. A ello se le suma el incumplimiento de acciones y hojas de ruta que debían funcionar alternativamente. Todo se dejó morir.

Situémonos en el panorama, en comparación con enero de 2.016. En aquel entonces, la percepción era completamente favorable a la oposición, no sólo por su demostración mayoritaria como fuerza política, sino porque el régimen se veía errático y sin mucha capacidad de maniobra. Ellos sabían muy bien que su supervivencia dependería de, entre otras cosas, vivir día a día y sortear las jugadas de una oposición que parecía decidida a derrotarlo finalmente. Es decir, pasar de la victoria electoral a la victoria política. No ocurrió.

En cambio, hoy, vemos el panorama a la inversa. El régimen, día a día, sobrevivió y está a nada de concretar su propósito de permanecer en el poder hasta 2.019 (y más). La oposición, en su peor actuación en años, optó por hacerle el camino fácil a quienes nos gobiernan, incluso decidiendo cohabitar con ellos y darles segundas oportunidades como si estuvieran recién llegados al poder. El régimen sobrevivió a 2.016 y la oposición pareciera agonizar frente a ello, con sus contradicciones, miedos y turbias y encogolladas decisiones. Para muchos es incomprensible, pero muchos los advirtieron también. Nadie entenderá nunca cómo, en su mejor momento para alcanzar el poder, la oposición prefirió no hacer nada serio y real para alcanzarlo.

El saldo es claro: la Mesa de la Unidad Democrática (MUD) no hizo su trabajo en 2.016 e intentaron darle toda esa responsabilidad a la Asamblea Nacional (AN) que al final ni legisló ni le dio conducción a la oposición. Hoy tenemos una MUD que sirve de muy poco y una AN disminuida a las acciones de un régimen y sus secuaces que no sienten amenaza alguna porque las amenazas nunca fueron creíbles por parte de la dirigencia opositora, la cual no hizo lo que tenía que hacer a tiempo. El régimen sigue de pie, cruzando los dedos, avanzando y enquistándose, mientras no siente que haya nada que lo detenga, porque ellos lograron detener, por medio de artimañas y juegos tentadores, a muchos que cayeron en la trampa.

El asunto es que ya no podemos seguir haciendo lamentos y quejas de lo que sabemos que pasó, de lo que advertimos que sucedería y que, en efecto, ocurrió. Es la hora de colocar las responsabilidades donde toca, de rendir cuentas en liderazgo y conducción, de explicar al país muchas cosas que siguen sin respuesta gracias a oportunos silencios que todos los días hacen demasiado ruido.

Nuestro gran error fue haber dado cheques en blanco desde el principio y lo único que hoy podemos hacer es dejar claro que ya la época de los cheques en blanco y la confianza a ciegas se acabó. Al que dice que hará algo y no lo hace, corresponde exigirle y reclamarle; al que hace a espaldas de lo que los ciudadanos quieren, toca señalarlo y exigirle explicaciones y responsabilidad; al que ni hace ni dice y prefiere el silencio, toca exigirle que deje la complicidad y tome partida. Tanto silencio guardamos, que nos acusaron a nosotros, los ciudadanos, de ser los responsables del fracaso. Eso es inaceptable.

En la medida que nuestra memoria deje de ser tan selectiva y hagamos que quienes tengan que rendir cuentas lo hagan, podremos decir que las cosas empezarán a cambiar. Es la hora de criticar y hacer contraloría ciudadana a las actuaciones de la oposición. Es un deber de todos quienes apostamos a ella para transformar al país, aunque se nos acuse de dividir y de atacar.

Se nos cuestiona por criticar más a la oposición y menos al régimen y sí, es cierto, es lo que se hace. Pero es que al final toda nuestra confianza y fuerza de lucha van dirigidas hacia la oposición para que sea quien acertadamente logre el cambio político en Venezuela. Del régimen ya conocemos su actuación e intenciones, por lo que toca exigirle a la dirigencia de la que se supone que debe derrotarlo, junto a nosotros, que actúe correctamente.

La Asamblea Nacional está en sus momentos definitivos para hacer valer el mandato de cambio que los venezolanos le dieron. Ya no es un tema de reivindicación ni de recuperar confianza y legitimidad. Es sencillamente un punto de honor y un deber ante la tragedia que vivimos.

Atreverse a desafiar finalmente al régimen, después de tanta frustración y fracaso, es lo mínimo que los venezolanos están esperando de la oposición. Una oposición que no se opone a nada, que es complaciente y cohabitante o que dice que su intención no es sacar a Maduro antes de 2.019, merece el desprecio de sus partidarios. Es la hora de que la oposición se enrumbe hacia lo que finalmente los venezolanos anhelamos –la libertad y la democracia– y eso sólo será posible sin pusilanimidad, con valentía y con determinación.

A quienes pretendan de hacer de este año una “fiesta electoral” debe recordárseles que bailarán sobre la muerte y la miseria de miles de venezolanos que fueron víctimas de este modelo; a quienes pretenden hacer de este año un borrón y cuenta nueva, obviando el fracaso del año pasado, habrá que recordarles día y noche su responsabilidad en ello; a quienes celebran un cambio de cara para llevar las riendas, con discursos cargados de promesas y aparente inacción, tocará decirles que por no aprender de nuestros errores, estamos condenados a repetirlos.

Hoy no hay nada nuevo en el guión. Que algo nuevo –y efectivo– ocurra dependerá, en gran medida, de lo que nosotros estemos dispuestos a hacer, pero también de un liderazgo comprometido a actuar, de verdad.

No hay más tiempo para errores.

No más.

Pedro Urruchurtu
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