Más armas para el Ejército Nacional
Se reúne la Asamblea Nacional Constituyente en la ciudad de Caracas y los acordes del himno nacional retumban en el gran salón de la sede del Congreso Nacional para recibir al legítimo representante de la Venezuela soberana.
La última vez que el hombre estuvo en el recinto fue hace once largos años. En aquellos tiempos no era más que un oscuro diputado de una lejana provincia de Los Andes cuyas intervenciones eran escuchadas con curiosidad y despertaban murmullos y risas en la tribuna por su acento. De eso ha pasado mucho tiempo y ahora las cosas son distintas para el General Cipriano Castro.
Hoy, 20 de febrero del año 1901, vuelve a levantar su voz en el Congreso Nacional y en esta ocasión lo hace, por vez primera, como Presidente de la República. Ha invadido Venezuela desde Colombia por la frontera de su Táchira natal al mando de sesenta hombres y marchado desde Capacho Viejo hasta Caracas resultando victorioso en lo que ha parecido un sinfín de escaramuzas. Su triunfo en el sitio de Tocuyito, las traiciones de los generales del gobierno y la huida del General Ignacio Andrade a Curazao le han abierto finalmente las puertas soñadas de la Casa Amarilla.
Cipriano Castro se para frente al podio mientras todos lo observan en silencio. Inicia su alocución presentando cuentas de sus actos como Dictador y hablando de su “Revolución Liberal Restauradora”, una que promete nuevos hombres, nuevos ideales y nuevos procedimientos.
La primera parte de su discurso consiste en un recuento de calamidades infinitas que matizan un fatídico y espantoso inicio para el recién nacido Siglo XX. Hace alusión a una deuda pública que alcanza la escandalosa cifra de casi doscientos millones de bolívares y dice que al Gran Ferrocarril de Venezuela se le deben más de novecientos mil bolívares en pasajes. También afirma que no se ha realizado abono alguno a estos compromisos pecuniarios durante los tiempos de las Presidencias de Antonio Guzmán Blanco, Juan Pablo Rojas Paúl, Raimundo Andueza Palacio y Joaquín Crespo.
Inmediatamente después procede a hablar sobre la infortunada situación en la que se encuentra el Ejército Nacional y afirma, a los senadores y diputados, que los días en los que el Estado no tenía con que apertrechar o racionar sus tropas han terminado.
Les anuncia que ha elevado el pie de la Fuerza Nacional a treinta batallones y dotado de armas a toda la oficialidad. Ha decretado mejorar el rancho, aumentar el parque de reservas en cuarenta mil fusiles fabricados en Europa y adquirir copiosa provisión de cápsulas para estos.
Su decisión de comprar dos trenes de artillería de montaña garantiza el fortalecimiento de la batería y la creación de una Maestranza General de Infantería, Caballería y Artillería son los primeros pasos para la creación de un Ejército táctico y organizado, uno que pueda traer paz a la República por medio de las armas.
Al General Cipriano Castro no le basta con el fortalecimiento del Ejército Nacional pues también anuncia su propósito de dotar al país con una flota de guerra para la vigilancia de las costas venezolanas. También ha decretado la creación de la Escuela de Marina y Guerra pues esta facilitará la capacitación y formación del almirantazgo, un Estado Mayor y la oficialidad. La fundación de un Arsenal de la Marina con una inversión destinada a la compra de cruceros, cañoneros y fragatas, garantizarán los instrumentos necesarios para la satisfacción a las contingencias del porvenir.
-En suma, todas estas decisiones garantizan una educación técnica y práctica, que provea a Venezuela de tropa y Plana Mayor del Ejército de Mar y Tierra, culta, instruida, circunspecta y apta.-
Esta vez nadie osa burlarse de sus palabras y las barras del foro lo observan en mutismo perplejo. Todas las miradas se posan sobre el General Cipriano Castro y, mientras este habla, sus ojos se pasean amenazantes por cada uno de los curules en el Capitolio.
El Presidente termina su arenga solicitando a la Asamblea Constituyente la legalización de sus actos de gobierno e invita al cuerpo legislativo para que disponga de la organización constitucional de la “Nueva República” y así poder él resignar la espada de la dictadura.
Suena un perezoso aplauso en las tribunas cuando el caudillo andino finaliza su discurso. Entonces un senador golpea suavemente con su codo el hombro de uno de sus colegas y le susurra al oído:
-Venezuela se cae a pedazos, el pueblo está pasando hambre y el monito de Los Andes únicamente se preocupa por el Ejército y la compra de armas.-
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