Esos peligrosos periodiquitos

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Todas las mañanas y tardes, antes y después del oficio, la ciudadanía suele reunirse en las inmediaciones de la Plaza Bolívar y sus cuatro esquinas. Frente a la Casa de Dios y la estatua del Libertador se congrega la gente y allí se enteran de las noticias más frescas del acontecer nacional con la lectura del periódico.    

Uno de los regulares y más leídos en la capital se llama “El Yunque”. Este rotativo ha sido fundado por el Dr. Alejandro Urbaneja, tiene por lema  “Paz y Leyes” y en su primera página se puede leer un pensamiento de Víctor Hugo: –El presente es el yunque del porvenir.-

El Dr. Urbaneja escribe con el seudónimo Alejandro García Nieto y lo acompañan en las tareas de redacción los señores Tomás Ignacio Potentini, Luis Correa Flinter, José Mercedes López y Eduardo O´Brien, jóvenes que iniciaron sus protestas en los movimientos universitarios que sacudieron la capital durante los años 1885 y 1886.

Los números de “El Yunque” se agotan rápidamente y son muchos quienes leen sus publicaciones y artículos de opinión en voz alta en las inmediaciones de la Plaza Bolívar, lo hacen por el gusto de informar a quienes no han podido conseguir un ejemplar o no conocen las letras.

Tanto interés se debe a que este rotativo rompe los moldes de la prensa tradicional, esa que se dedica a enaltecer las glorias del “Aclamado de los pueblos” y colma el resto de sus pliegos con capítulos de novelas, crónicas de la vida europea y versos dedicados a las glorias de los héroes de la Independencia. La gente está aburrida de esa línea editorial y por ello prefiere leer la prosa de estas atrevidas y talentosas plumas que, página tras página, van informando a la ciudadanía sobre los aconteceres del teatro político nacional.

Los escritores de “El Yunque” advierten que la impopularidad del “Ilustre Americano” ha creado divisiones entre sus antiguos partidarios y relatan como estos lo han ido abandonando. Al mismo tiempo reclaman por la libertad y predican sobre las bondades de un gobierno distinto al del General Antonio Guzmán Blanco.

Poco tardan otros periódicos en aparecer y tomar el tono del rotativo del Dr. Urbaneja. Entonces este aprovecha la ola de descontento popular y la efervescencia de la prensa y la juventud venezolana para fundar el “Partido Nacional”, una organización política que desafía al obsoleto “Partido Liberal Amarillo”. Esta vez la afrenta es sin armas y mediante un programa que plantea una verdadera reforma de las instituciones del Estado.

Este tipo de oposición es nueva para el gobierno y, junto a la fundación de este “Partido Nacional”, el asunto se convierte en un verdadero problema para el Presidente de la República.

Es en 1887 que los continuos y despiadados ataques de estos “peligrosos periodiquitos”, así como el interés con el que la ciudadanía espera sus publicaciones, acaban por exasperar los ánimos del Magistrado. A mediados de aquel funesto año, el Ministro del Interior dirige una circular a los Presidentes de los Estados. En esta ordena la censura periodística y la represión de quienes osen cuestionar la autoridad del “Pacificador y Regenerador de Venezuela” o criticar sus políticas.

La censura y reprimenda se hacen sentir cuando las autoridades empiezan a clausurar las oficinas de la prensa y encarcelar a numerosos jóvenes que laboran en el área de redacción. Así sucede en las ciudades de Caracas, Maracaibo, Valencia y Barcelona durante el primer año de “La Aclamación”, nombre pomposo con el cual han bautizado los historiadores al tercer y último periodo presidencial del General Antonio Guzmán Blanco.

La orden de reprimir no tiene los efectos deseados por el dictador, no podía ser de otra manera en un país que él mismo dijo ser como un cuero seco: -Uno lo pisa por un lado y se levanta por el otro.-

Batallar contra la prensa y la opinión pública es como luchar contra la Hidra de Lerna, un despiadado monstruo de la mitología griega que al ser decapitado, le nacen dos cabezas más en el cuello y regresa más fiero al combate.

Quienes aún no se encuentran tras las rejas continúan escribiendo desde la clandestinidad. Son muchos quienes se ven obligados a adoptar seudónimos pero todavía quedan algunos arriesgados que siguen firmando sus artículos. Los periódicos que son clausurados simplemente cambian sus nombres y por cada redactor que cae preso, salen dos o tres voluntarios para sustituirlo.

Tras 17 años del gobierno autocrático del “Ilustre Americano”, este irá viendo como ahora su fama y autoridad van desapareciendo entre las paginas de los peligrosos periodiquitos.  

Jimeno Hernández
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