La MUD silencio y parálisis
Misterio de aguas profundas. ¿Por qué, desde hace 15 años, los partidos políticos de oposición, agrupados primero en la Coordinadora Democrática y después en la MUD, se han conformado con ser testigos mudos y paralizados de la destrucción sistemática de Venezuela como nación? Sin dar ninguna explicación convincente.
La novedad es que 6 de diciembre de 2015, cuando parecía que la MUD llegaba al final de su ciclo vital, en un último y desesperado esfuerzo por no desaparecer del todo, anunció a tambor batiente que había llegado la hora de propiciar un cambio de presidente, gobierno y régimen en el menor tiempo posible. Sin duda, era lo que el país anhelaba escuchar desde hacía mucho y fue la causa de la aplastante derrota del oficialismo en aquella extraordinaria jornada. Al fin, el cambio político lucía factible.
Todos sabemos lo que ocurrió después. Ni la MUD ni la AN, ahora con mayoría calificada de la oposición para poder actuar como poder realmente autónomo, supieron o quisieron estar a la altura de esta circunstancia feliz. La debilidad existencial y política de la oposición para reaccionar coherentemente y con eficacia frente a un poder de facto que hasta los dirigentes más complacientes de la oposición ya calificaban de dictadura, le permitieron al régimen, sin muchas dificultades, arrebatarle a los vencedores del 6-D la poquísima confianza que aún conservaban en el ánimo de los ciudadanos.
¿Cómo era posible entender que la MUD hubiera condenado al pueblo opositor al desconcierto que significó morder a lo largo de todo el año 2016 el sucio polvo de la derrota a pesar de haber conquistado una mayoría indiscutible? Ante esta contradicción insuperable, ¿por qué la jefatura opositora creyó que bastaba lavarle la cara a la MUD para eludir una muerte que en realidad ya era un hecho sin remedio por haber aniquilado el mandato popular de producir el fin del chavismo dominante en un plazo no mayor de 6 meses y en cambio negociar su lamentable claudicación a cambio de unos pocos espacios subalternos en el perverso altar de una mal llamada Mesa de Diálogo, servida por el dúo Nicolás Maduro-José Luis Rodríguez Zapatero con la exclusiva finalidad de salvarle la vida al régimen?
Sabemos que la MUD fue creada como simple instancia electoral y a ello se deben sus sucesivos y rotundos fracasos en la arena de la acción política, no sólo por la enorme culpa de Ramón Guillermo Aveledo y Jesús Torrealba al haber aceptado ser simples chicos de los mandados de las cúpulas partidistas, sino sobre todo por una ausencia total de visión histórica de sus dirigentes, que la condenaba al infierno de una nada imposible de rescatar con otro simple lavado de cara. Ni los venezolanos ni de la comunidad internacional comprenden la razón de esta minusvalía que ha corroído las entrañas de buena parte de la oposición, cuyo más resonante ejemplo fue desmovilizar a los ciudadanos que el primero de septiembre y el 26 de octubre habían demostrado en las calles de Venezuela la firmeza de sus convicciones. Mucho menos entendían por qué habían preferido rendir sus armas en el altar de una fraudulenta Mesa de Dialogo y renunciar a representar los auténticos intereses de los ciudadanos y del futuro de Venezuela como nación democrática.
Esta es la penosa realidad de esta MUD en sus postrimerías. Nada ni nadie puede modificarla y constituye el factor por el cual, frente a un presidente, un gobierno y un régimen que en su agonía sólo sobrevive gracias al hecho de no tener oposición, esta “nueva” alianza, reestructurada y con nuevas autoridades administrativas tan mudas y paralizadas como las anteriores, hoy por hoy languidece melancólicamente en brazos de un CNE resuelto a reducirla a simple polvo cósmico y sin pueblo que la apoye. A partir de este punto crucial del proceso, la alternativa de quienes ya no escuchan a los falsos profetas que los convocan desde esta y aquella orilla es asumir su orfandad y fijar otro rumbo y buscar otros líderes para poder alcanzar el objetivo de construir una Venezuela distinta, en libertad y en bienestar, al precio que sea, o resignarse a recorrer el mismo camino que recorren los cubanos desde hace casi 60 años.
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