Un simple juego
“El fútbol es un deporte simple: 22 jugadores persiguiendo un balón y, al final, siempre ganan los alemanes”. Así definía Gary Lineker en 1990 este hermoso deporte. ¿Es de verdad el fútbol simple? Su concepto, en efecto, es bastante sencillo. Dos equipos de 11 jugadores transportando un balón en un campo con el objetivo de ingresar la esférica en el arco contrario. Sin embargo, bajo esa capa superficial de simplicidad, se encuentra una complejidad de matices que generan sentimientos y pasiones, talento, esfuerzo, esperanza, honor, amor… es increíble la cantidad de sensaciones que puede generar ese “simple juego”.
El 8 de marzo pareció ser uno de esos días especiales en donde la historia se escribe en dorado y permanece para siempre en las memorias de quienes lo presenciaron. En la grama del mítico Camp Nou, el Barcelona hizo lo imposible, la épica remontada de una eliminatoria que los condenaba con un contundente 4-0 en contra. De la mano de Iniesta, Messi, Neymar, Suárez y al final Sergi Roberto, los culés lo lograron. Un 6-1 que provocó un alarido desde el alma de los más de 90.000 aficionados que asistieron para presenciar el partido de sus vidas, un grito que hizo eco desde las gradas y se esparció en todo el mundo. El fútbol estaba de fiesta, o lo habría estado de no ser por el protagonismo arbitral.
La hazaña del Barcelona quedó manchada. Dos penales dudosos cobrados a favor del cuadro español y uno ignorado para el Paris Saint Germain hicieron que algunos considerasen este encuentro como “el mayor robo de la historia reciente del fútbol”. Y acusaciones sin sentido no son, el árbitro designado para aquel partido, Deniz Aytekin, podría ser suspendido por la UEFA y no pitar más en el resto de la edición. “El partido del año” pasará a la historia, no por la épica que conlleva, sino por la polémica, tal y como ocurrió hace 31 años con la mano de Diego Armando Maradona en el mundial del 1986.
Las polémicas arbitrales no son nuevas, cada año hay participaciones lamentables por parte del colegiado, incluso en instancias importantes como finales de copas del mundo. Por este motivo, las entidades y federaciones más representativas de este deporte han trabajado en conjunto para reducir este tipo de incidentes. Primero implementaron a los jueces de área que, en teoría, están para ver con claridad las acciones dentro de la zona de penalti. Posteriormente introdujeron el sistema “Ojo de Halcón” para acabar con la duda del ingreso total del balón a la portería. Y finalmente intentaron concretar un sistema de repeticiones para aclarar jugadas determinantes, pero fue un rotundo fracaso.
Desde hace años ha existido el debate, ¿por qué no incluir tecnología en el fútbol? Es cierto que otros deportes cuentan con sistemas que prácticamente anulan los errores de apreciación. Hay muchas maneras de hacerlo, con cámaras especializadas, repeticiones, comunicación entre el réferi principal y una comisión encargada de revisar jugadas con monitores que las reproducen detalladamente, o con simples pitidos para indicar la validez de una acción. Todos mecanismos simples y rápidos, que no tendrían demasiado problema en adaptarse al formato del balompié.
Sin embargo, queda cuestionarse hasta qué punto mejoraría verdaderamente el juego y de qué manera cambiaría las reglas, lo que nos lleva a una duda aún mayor, ¿qué es lo que hace al fútbol un deporte tan hermoso?
A mi parecer, el fútbol es una sinfonía. Una melodía cuya precisión se consigue a través de la práctica. Un sonido capaz de transmitir emociones. Una armonía lograda tras cada pase, cada jugada, cada pared, indudablemente cada gol. Una tonada que logra desentonar mediante los solos, el talento de sus integrantes, que le otorgan un sentido diferente al conjunto. Una canción que cala con tal profundidad porque está compuesta por humanos y para humanos, que tiene errores, equivocaciones, imprecisiones, y que se hace fuerte a partir de ellos. Un concierto que consigue la perfección gracias a sus pequeñas imperfecciones.
El fútbol no sería lo mismo de otra manera. Muchos de los momentos más memorables en la historia del deporte han estado marcados por la imperfección, por el desacierto. Aquel gol que falla el delantero en un mano a mano contra el portero, esa barrida mal calculada que generó un penalti al último minuto, esa aparente anotación fácil que encuentra el poste, esa mano instintiva que provoca una roja, esa expulsión del jugador más importante cuando su equipo más lo necesita. Todos esos detalles marcan el compás de un hermoso cuento, que sorprende con sus giros argumentales inesperados y con finales felices o tristes.
De la misma forma en la que un jugador puede errar y cambiar el rumbo de un encuentro, los árbitros, como humanos que son, también se equivocan y perjudican el juego. Quizás no debería ser así, ya que son un agente externo al puje que tienen ambos equipos por conseguir la victoria, sin embargo inevitablemente el colegiado tiene un impacto, una participación que se vuelve protagónica cada vez que invalidan un gol o que expulsan a un jugador.
No justifico los errores de los árbitros, sus equivocaciones deben ser reprendidas por los organismos correspondientes, de la misma manera en la que un jugador es relegado de la titularidad cuando su participación no cumple con las expectativas del técnico. Sin embargo, no creo que sus errores deban desaparecer de la mano de la tecnología.
La polémica ha sido una parte fundamental de este juego. Momentos como la ya mencionada “Mano de Dios” de Maradona en el 86’, el “gol fantasma” que le dio el título mundial a Inglaterra en el 66’, o incluso aquel estrepitoso Hungría-Brasil que hizo que los magiares llegaran golpeados a la final frente Alemania en el 54’, marcaron un hito que se convirtió en leyenda con el pasar de los años y que alimenta la mítica que condimenta el juego.
Todas estas situaciones podrán ser injustas, sí, pero el fútbol nunca ha sido un deporte de méritos y de justicia, lo cual no es necesariamente algo malo, el amor en sí rara vez es justo. Lo verdaderamente hermoso en todo esto es que este deporte siempre da revancha, otorga la posibilidad de redención, de ajustar cuentas con “la caprichosa”, como apoda Kike Wolff al balón.
Introducir la tecnología al fútbol sería quitarle una parte de su esencia, restarle mítica, mecanizar ese juego de sensaciones que hace odiar y amar de un momento al otro, convertir la pasión en ortodoxia y lo imprevisto en predecible.
Sé que muchos fanáticos y expertos en la materia se encontrarán en completo desacuerdo con lo que expresan estas líneas, pero, imaginen por un momento la cantidad de goles hermosos que habrían sido invalidados por una infracción previa o un off-side milimétrico. Recuerden todos esos tiros al ángulo que rebotan y no se capitalizan porque el balón “solo” ingresa en un 98% de su totalidad. Piensen en todas las veces que celebraron un gol para luego descubrir que el jugador estaba en posición adelantada, y en cuántas ocasiones no se frustraron porque el rival anotó tras cometer una clara falta.
Podrán pensar en las frutas amargas resultantes de equivocaciones arbitrales, pero el fútbol se trata de eso, de emociones, incluyendo las frustraciones (el Tano Pasman sabe de lo que hablo).
De todas formas, con o sin errores arbitrales, el destino está en las manos de los jugadores, recuerden que “El fútbol es un deporte simple en donde 22 jugadores persiguen un balón”, quitando a los alemanes de la cita de Lineker, nos queda una gran frase. Toda la magia ocurre con esos 22 jugadores persiguiendo un balón, allí es donde la pasión nace, en esa concisa oración, en ese sencillo concepto, en este “simple juego”.
Los invito a ver este comercial de Nike que habla sobre los efectos de la imperfección en el fútbol y todo lo que aporta esa condición humana:
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