Una guerra contra todos
El objetivo del régimen es su mera supervivencia. La buena economía no es una de las virtudes del socialismo del siglo XXI. Se ha convertido en un inmenso fardo que les hace casi que imposible el camino hacia la realización de una hegemonía irreversible. No es cierto que ellos lo tengan todo planificado. Lo que sí es verdad es que cualquier intento de imponer el socialismo deja una estela de destrucción que los más radicales aprovechan para insistir en crear las nuevas bases del comunismo. Nadie lo ha logrado. Ninguno de los experimentos ha ido más allá de una cartilla de racionamiento que somete a los sectores más frágiles de la población al hambre más abyecta. La obsesión por destruir al mercado los acerca irremediablemente al barranco del fracaso.
La represión tiene un costo que ellos, en teoría, están dispuestos a pagar. El insulto sistemático, las proclamas sucesivas contra la no intervención, y paradójicamente, la entrega en los brazos de quienes los quieran recibir, terminan también pesándoles abrumadoramente. Ya pasó la época en que Chávez se paseaba con la chequera petrolera para apaciguar los malos ánimos y las dudas. Esa coalición era tan espuria como creer que se podía presidir una nueva hegemonía y que podía mantenerse más allá de la ruina de las reservas internacionales del país. Ya el régimen ha probado las agrias mieles de la falsa solidaridad de los pueblos. Eso no era más que un eufemismo para encubrir un sistema muy bien articulado para vivir del régimen, para intercambiar loas por dólares contantes y sonantes, para canjear falsos apoyos por la posibilidad de cambiar radicalmente el nivel de vida. En eso si son radicales, en el cinismo de predicar una cosa a cambio de otra totalmente diferente. Ahora se están dando cuenta que algo cambió, la soledad no es de gratis, y que la violación de los derechos humanos no es una práctica de poca monta que cualquiera puede dejar pasar, que los presos políticos y la judicialización de la política traen sus consecuencias, y que esas secuelas se suman al descalabro generalizado, que los cerca más dentro de los confines de lo francamente inaceptable.
Algunos creen que el régimen es infalible. Otros sostienen que la inteligencia cubana es incapaz de equivocarse. Ni una cosa ni la otra. Este régimen es un compendio de equivocaciones apuntaladas por la fuerza. En eso consisten las dictaduras, en violaciones y errores sistemáticos que son impuestos como una nueva legalidad a la sociedad fragmentada y fragilizada por el miedo, la cooptación, el chantaje y el apaciguamiento. Lo que si es cierto es el arrojo y la excesiva capacidad de riesgo con la que asumen cada una de sus decisiones. En cada medida “se juegan a Rosalinda”, sabiendo que cada exceso les recorta la vida, y que llegará el momento en que todo será pérdida sin posibilidad de ganancia.
Un error fatal del gobierno ha sido la negación de la política. Se impuso todo lo contrario. Desde que el chavismo asumió el poder, lo hizo desde la lógica de una guerra de exterminio. “O ellos, o nosotros” es la consigna de una nueva guerra a muerte. Eso hizo que se ofreciera el premio de la impunidad a todos aquellos que defendieran -por todos los medios- a la revolución. “Dentro de la revolución, todo”, solía gritar el comandante, mientras sus leales mediocres aplaudían y tomaban debida nota. Desde esa idea fuerza se parieron los colectivos, el pranato, la alianza con las FARC y la ELN, las milicias, los grupos de choque, las inimaginables cárceles venezolanas, y la colonización de todas las instituciones públicas. Sólo dentro de la revolución un perdedor puede llegar a ser magistrado del más alto tribunal del país.
La corrupción y la impudicia son parte de la misma oferta. Dentro de la revolución el saqueo es una posibilidad al alcance de la mano de los leales, y de los que se hacen la vista gorda con los estropicios consecuencia de la revolución. Y el régimen de control cambiario, la carnada donde muerden y callan la boca la nueva camada de negociantes. Un sistema que regala divisas a cambio de sumisión es, a todas luces, inmoral, inaceptable e insostenible. Pero allí está la cola de ilustres forcejeando con anónimos pretendiendo obtener el último dólar y también el último privilegio. De esta forma el régimen pretendió hacernos cómplices y aspirantes a la repartición rentista, sabiendo incluso que eso iba a terminar en la tragedia de los más frágiles de la sociedad. La gente comiendo basura tiene como contraparte la masiva corrupción política y económica practicada por el socialismo del siglo XXI. Creyeron que dándole a cada uno lo suyo, podían en simultaneo negar la política y practicar el feroz totalitarismo con bozal que hasta hace poco creían posible.
Fue Margaret Thatcher la que dijo en 1976 que “el socialismo se acaba cuando se acaba el dinero de los demás”. Luego de todas las expoliaciones imaginables y del uso irresponsable de la renta petrolera, esa profecía ha llegado a las riberas del socialismo del siglo XXI. Se acabaron los reales, se acabó la fiesta, y comienza el lobo feroz a mostrar sus colmillos. Por cierto, ahora quiere, suplica, que los privados traigan sus “monedas convertibles” para canjearlos por bolívares sin valor en una sociedad donde no hay derechos de propiedad. Las caperucitas sonríen y evaden, eso sí, con la mano extendida y una frase en la boca, ¡tú primero, querido lobo! Cuando se saquea hasta el último recurso solo queda esa represión y esos afanes de supervivencia que solo anticipan el principio del fin. El régimen está comenzando a equivocarse, y también está comenzando a desbordar el límite de lo aceptable de parte de muchos de sus secuaces. Y eso ocurre por dos razones, por la aridez de lo que antes era una repartición holgada que permitía llegarle a todos a su precio, y también porque la coalición está comenzando a ser excluyente entre los suyos. Los militares no dejan de exigir tajadas cada día más grandes, y lo están haciendo pasando de la circunstancia de un bono o el regalo de un carro, a construir un nuevo polo económico que no rinde cuentas ni está sujeto a control institucional real. Eso es lo que significa la empresa creada mediante el Decreto 2.231, la Compañía Anónima Militar de Industrias Mineras, Petrolíferas y de Gas (Caminpeg), empresa anónima militar cuya junta directiva de 5 miembros, también militares, rendiría cuentas directamente la Ministro de la Defensa.
Entonces, el golpe de estado al espíritu y propósito de la Constitución, que habla en otros términos y consensua otro tipo de país, es claro, irrefutable e irreversible. El país civil está al margen. Sus instituciones allanadas, cooptadas, ninguneadas o simplemente transformadas en eufemismos de una dictadura que exhibe muchas y variadas mascaradas. Las resoluciones del TSJ, ahora retractadas tácticamente, solo muestran hasta dónde puede llegar el régimen, si consigue el cómo. Chávez a veces avanzaba, a veces retrocedía, pero siempre intentaba salirse con la suya. Sus discípulos pueden intentar lo mismo. No se ha normalizado nada, no se ha resuelto ningún impasse. La Asamblea Nacional sigue castrada e inhabilitada, sus diputados maltratados en sus fueros, su autonomía, vulnerada, y la causa sigue abierta por un supuesto desacato que fue la punta del hilo desde donde el régimen tejió toda la celada. Los presos políticos siguen presos, la fiscalía sigue desacatada cuando manda las boletas de excarcelación, y opera un caos autoritario que debe tener un centro, una configuración, unos responsables, una trama que provoca decisiones, que calcula riesgos y que se equivoca cada vez con mayores costos.
El capítulo I del libro VII de la obra de Carl von Clausewitz habla de un factor esencial cuando se habla de los resultados de la guerra. Se refiere a lo que él denomina “el punto culminante de victoria”, respecto del cual no se puede seguir ganando más, independientemente de la estrategia, la fuerza relativa y otras condiciones relevantes de cualquier batalla. Se gana hasta cierto punto, y luego se comienza a perder. Eso es lo que está ocurriendo con las decisiones del TSJ. En lenguaje común, abusaron, como dicen los maracuchos, “están depravados”, han ido más allá de lo aceptable, cometieron el error fatal del exceso, y con eso activaron todas las alarmas de la decencia internacional y colmaron la paciencia interna.
Clausewitz sostiene que la victoria es el resultado de sumar fuerzas materiales y morales. Hemos intentado describir que este régimen esta materialmente exhausto y moralmente destruido. Está en un momento en donde no gana espacios, sino que a duras penas mantiene lo que tiene. Para mantenerse tiene que hacer esfuerzos crecientes que todavía lo dejan más debilitado económicamente, y menos decente moralmente. No puede mantener las apariencias de un sistema que cuando no es la gasolina que falla, es el trigo, las medicinas, los hospitales, la seguridad ciudadana, la inflación o la escasez. No puede tampoco sostener por mucho tiempo las excusas de una guerra económica y de una serie de conjuras y conspiraciones que no los deja gobernar. No puede invocar la penuria económica porque no puede renunciar a pregonar que “somos un país potencia”. Tampoco puede intentar la austeridad porque el poder presidencial solo tiene como base la asignación graciosa y arbitraria de prebendas, créditos, divisas y posibilidades. No puede evitar la contradicción entre una escena donde grita y proclama el respeto por las empresas, mientras en simultáneo se suceden allanamientos y violaciones a los derechos de propiedad. La procesión ya no va por dentro. Es pública y notoria. Pero, sobre todo, estas iniciativas de la represión están fisurando la coalición y deteriorando el aura de autoridad inapelable del jefe del régimen. El desaliento y la futilidad tocan a sus puertas, para indicarle que no puede seguir ganando. Lo que fue una estrategia ofensiva ahora es un intento defensivo, de supervivencia, de intentar el día siguiente, sin otra iniciativa que las excusas, la represión y las promesas irrealizables.
El régimen cometió el error de intentar una guerra contra todos, de ampliar irracionalmente sus flancos, y de creer que todavía, en esas condiciones, podía hacer lo que le viniera en gana. La fatal arrogancia de los que se consideran sobrados. Ahora, diría Clausewitz, están entrampados en la meta irrealizable de ser una dictadura aceptable; ellos creen que el continente se va a calar a una nueva Cuba, aislada, prepotente y extremadamente cruel. Esa es una aspiración anacrónica e inviable. Cuba es una equivocación atragantada en la historia del siglo XX latinoamericano. El régimen intenta, por lo tanto, “un simple gasto de fuerza inútil, que no produce mayores resultados; es un gasto ruinoso, que causa reacciones, las cuales, de acuerdo con la experiencia universal, tienen siempre efectos desproporcionados”. No se puede luchar contra todo el mundo todo el tiempo. No se puede mentir a todo el mundo todo el tiempo. No se puede reprimir a todo el país a la vez. No se puede ser tan descarado. Me temo que el régimen ha invocado a sus monstruos y despertado a sus propios demonios. Por cierto, ojalá que así lo entiendan las oposiciones democráticas.
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