Si las vacas votaran

¡El tinglado se hunde! ¡Todos a sus yates!

El Roto

Han pasado tantas y tan diversas cosas en estos días que es difícil separar la semilla del gamelote. Dicho de otra forma: no es fácil ir al grano sin desechar la pajemia. Es el riesgo que corremos domingo a domingo. No queda otra que asumirlo. Enfrentarlo y tratar de superarlo, sin excedernos en pistoladas. Que no somos pistoleros, ¡eh! Estos, para beneplácito gubernamental, disparan contra el pueblo, un pueblo que alguna vez, seducido por la faramalla de un gárrulo cuartelero, fue coartada para el desmantelamiento de la institucionalidad democrática y el Estado de Derecho; el pueblo que, aquí y ahora, por atávicos instintos de supervivencia –alimentación, salud, seguridad– y cuestiones de principios –libertad, inclusión, derechos humanos–, se enfrenta al tiránico régimen militar encabezado nominalmente por el Sr. Maduro Moros; sí, han sucedido demasiadas cosas significativas, pero no teníamos espacio, tiempo y ni siquiera palabras para abordarlas con fundamento.

Alguno de esos sucesos tuvieron carácter épico y sus protagonistas devinieron en símbolos de la resistencia, como Hans Wuerich, el joven que, desnudo y Biblia en mano, desafió el poder de fuego de la policía nacional bolivariana, y María José Castro, bautizada «la mujer de la tanqueta» por la narrativa mediática, quien, armada del valor que asiste a los humillados, ofendidos y desesperados, grafiteó, ¡vaya neologismo! un contundente ¡fuera Maduro! en uno de los rinocerontes blancos sobre los que cabalgan los guardias pretorianos espoleados por  Reverol para arrollar a cuanto opositor distinguen a través de sus atemorizantes máscaras, empañadas por el gas que prodigan cual si fuese confeti de carnaval. En otro escenario, y con no menos temple, hizo sentir su voz y su rabia una modesta vendedora de helados, Rosdil Ramírez, margariteña, madre de tres hijos y abuela de siete nietos, que se presentó en la convención anual del Consejo Nacional del Comercio y los Servicios (Consecomercio) para proponer un paro nacional: «La gente tiene hambre y no tenemos comida. Necesitamos que se pare el país para ponerle fin a esta situación». Así abogó Rosdil por una huelga general. ¿Y por qué no? ¿No sería, acaso, esta, la vía para hacer entrar en razón a un gobierno que ha perdido, además del norte, el sentido de las proporciones?

A George Clemenceau, médico, escritor y, por encima de todo, político, que fue ministro de guerra y jefe de gobierno durante la Tercera República francesa, a quien los uniformados no le caían muy en gracia (pensaba que la guerra era asunto extremadamente serio para dejarlo en manos militares), debemos esta agudeza: «La diferencia entre un civil y un militar es que el primero puede militarizarse, pero el segundo rara vez puede civilizarse». Nicolás es ejemplo patente y andante de militarización (ele)mental; y ahí, conspicuo botón de muestra, está su última impertinencia: ¡una constituyente militar! Cabello y Padrino son arquetipos de incivilización radical: basta con escucharles para darse cuenta de lo poco que les importaría naufragar, ya que están decididos a que el país se hunda con ellos. Saben que el futuro no les pertenece, que allí les aguarda algo peor que la muerte: el desprecio o el olvido, que son la condena más severa de la  historia y la sentencia más implacable de la justicia. Ya comenzaron a rodar las estatuas del redentor. Y las ratas están abandonado el barco.

En 43 días de protesta continuada contra el golpismo judicial y la ruptura del hilo constitucional, han perdido la vida alrededor de 43 personas. Se han contabilizado, además, unos 600 heridos y más de 1.600 arrestos, en su inmensa mayoría improcedentes y ordenados por tribunales castrenses, lo cual constituye una atroz violación, ¡la enésima!, de los derechos ciudadanos y un deplorable desconocimiento de la jurisdicción natural de los detenidos. ¿Cuántos cadáveres, cuántos heridos y cuántos prisioneros necesita el binomio cívico-militar para darse cuenta de las dimensiones de la tragedia originada por su terquedad e insensibilidad? A Gustavo Dudamel, doliente por afinidad acústica, le bastó uno, Armando Cañizales, violinista de 17 años, miembro del Sistema Nacional de Orquestas y Coros Juveniles de Venezuela. El divo de la batuta elevó su voz en inesperado registro y fijó posición frente al ominoso crimen. Su repentina locuacidad nos hizo recordar a Don Rafael del Junco, personaje que en El derecho de nacer pierde la voz –Goar Mestre, dueño de CMQ, no quería aumentarle el sueldo al actor que lo encarnaba y al libretista se le ocurrió la genial idea de callarlo temporalmente hasta que se llegara a un acuerdo sobre el parné–; y su afonía lo convirtió en estrella silente de la radionovela que valió a Feliz B. Caignet ser considerado el padre del culebrón audiovisual. Tales fueron las expectativas que generó la mudez del abuelo de Albertico Limonta que Ñico Saquito compuso una guaracha, “Ya Don Rafael habló”, arreglada y grabada aquí por la Billo’s Caracas Boys, y podríamos recrear, claro que sí, señoras y señores, porque, era hora, ¡también Dudamel habló! ¿Y qué dijo? Lo suficiente para mantener a raya a quienes han trazado paralelos y establecido semejanzas entre el prolongado y supuesto antiparabolismo del músico larense y la presunta indiferencia filonazista del gran Wilhem Furtwängler. ¿Tomó partido? El tiempo lo dirá.

Para la administración roja nada de lo aquí consignado ha tenido lugar. La tragedia es consecuencia del terrorismo opositor. La publicidad y la propaganda oficiales multiplican ad nauseam la imagen y maniqueísmo del eterno, y Nicolás se empeña en demostrar que, como el Dr. Dolitle, puede comunicarse con los animales. Vestido de liqui-liqui para la ocasión decidió dialogar… ¡con las vacas! Y se entiende: hay que tener al menos cuatro estómagos para digerir la panacea constituyente recetada por… ¿los cubanos? Debería agradecer el hegemón que sus nuevas mejores amigas se limiten a pacer y rumiar en tierra y no surcar los aires cual pajarillos y mariposas poniendo en peligro la pulcritud de su folklórico atavío (solo voló “la vaca sagrada”, llevándose a Pérez Jiménez y dejando en tierra una maleta millonaria en dólares). «¡Ay si las vacas volaran! –canta Bobby Valentín–, cuantos problemas habrían; la muchachas a la calle, sin paraguas no saldrían». Mas las vacas no desafían la gravedad. Tampoco votan. Vuelan, esas sí, las “mierdatovs” para embarrar a guardias y policías que olvidaron su procedencia. Quizá el aroma de las coprobombas les aguce, además del olfato, la sesera y caigan en cuenta de que ellos pertenecen al pueblo que resiste. «De los resistentes –Camus dixit– es la última palabra».

Credito: El Nacional

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