Editorial #363 – Nuestra única opción es la libertad

Nos estamos acercando a 100 días de lucha en un país que no se amilana, que resiste y que no está dispuesto a ser derrotado, pese a un doloroso saldo de caídos, heridos, detenidos y perseguidos –todos héroes–. Todos son víctimas del mismo régimen que está dispuesto, a como dé lugar, a matar la libertad, la vida y los sueños de un país que hoy está firme, erguido y con más bríos que nunca en su objetivo de no dejarse doblegar.

En medio de esta Venezuela convulsionada, vale la pena detenerse a reflexionar sobre lo que hemos logrado, con plena conciencia de los enormes sacrificios que esta lucha nos ha dejado, pero con claridad de nuestras convicciones y determinaciones.

La gente no sólo sigue en la calle clamando libertad, sino que resiste más y se organiza más, entre el dolor, la fuerza, la alegría; entre el tributo, el aplauso, la lágrima; entre la asfixia, el sudor y las consignas; entre escudos, máscaras y convicción. Casi 100 días después, la gente no retrocede, porque sabe que su lucha tiene un fin, que está dando resultados y que está en juego, como nunca, no sólo su propia vida sino la de la república –o lo que queda de ella–. Hoy hay tanta o más fuerza que el primer día; fuerza de victoria.

La gente está atenta a la dirigencia, pero con líderes o sin líderes, sale. Siguen las líneas, pero a veces las imponen; presionan, insisten, no se rinden. Casi 100 días después, están allí miles y miles de ciudadanos. Se reinventan, buscan la manera de protestar y saben que lo único que aceptarán a cambio de la calma, es la libertad y la democracia. Saben que sólo así nuestro país renacerá.

Como consecuencia, la dirigencia opositora no tuvo más opción que respaldar ese clamor. Los ciudadanos han demostrado su entereza y la coalición opositora tuvo que hacer lo propio. La gente ha dado una invaluable lección: retroceder no es posible, porque cada asesinado, cada herido, cada preso y cada perseguido le agrega un compromiso a nuestra lucha. Rendirse en este momento sería fallarle a quienes dieron lo máximo que podían dar o quienes están pagando un precio tan alto como el sentido de la lucha que hemos emprendido para rescatar a Venezuela.

Frente a ello, y quizás tardíamente, toda la oposición entiende que es momento de salvaguardar la república, de luchar por la libertad y de no parar. No sólo invocan y asumen como propio lo que ya la gente tiene meses apropiándose, como lo son los artículos 333 y 350 de la Constitución, sino que ya entienden que ni hay retorno posible, solo avance a la libertad y a una transición, con el mayor poder legítimo a la cabeza, la Asamblea Nacional, y con una ofensiva institucional que desmonté el fraude y la mentira que sostiene al régimen mediante el Consejo Nacional Electoral y el Tribunal Supremo de Justicia. Mejor tarde que nunca.

Y también se suma el mundo. La comunidad democrática internacional, con los dos anteriores fenómenos, entiende la urgencia de una solución real a la crisis venezolana. Recientemente en la Organización de los Estados Americanos fueron 20 países y en el mundo son muchos más. Sigue siendo un gran logro que ya nadie pretenda vender normalidad en el país. Inclusive quienes apoyan al régimen manifiestan que hay crisis en Venezuela, todos están conscientes. Esa conciencia, silenciada con años de petróleo –y hasta oscuros negocios–, hoy ha alzado su voz, con más o menos firmeza, pero está allí y se mantendrá mientras la gente siga en la calle y mientras la oposición se alinee en torno a un objetivo común de lucha frente al régimen, dejando de lado las migajas que ese mismo régimen siempre ha sabido ofrecer. No estamos solos.

Pero el régimen también lo sabe. Estos días le han hecho mucho daño. Sus bases se socavan, sus dirigentes se dividen y sus apoyos se disminuyen. Ante ello, no tuvieron más remedio que convocar a un fraudulento proceso “constituyente” que, lejos de lo que pretendía, terminó dividiendo más al chavismo y uniendo a la oposición.

Su intención real es aferrarse al poder; perpetuarse. Para ello deben eliminar todo resto de algo que, en la formalidad, se parezca a la democracia y al control a ese poder que hoy necesitan mantener. Necesitan someter a los venezolanos, hundirnos definitivamente en la miseria y destruirnos. Pretenden hechizarnos con el cuento de unas elecciones regionales después de la “constituyente”, cuando en realidad no habrá ni regionales ni país. Ellos saben que sus delitos y su dinámica mafiosa los coloca contra la pared, junto a estos días de calle. No tienen otra opción que radicalizarse; su única opción es aniquilarnos. Esto es existencial.

De manera que estos días de lucha heroica lo dejan muy claro: no podemos retroceder ni rendirnos. A quienes claman normalidad en este país –como la que había antes de las protestas–, olvidan que eso no era normalidad, sino costumbre. Hace mucho no somos un país normal y, para serlo, Venezuela nos necesita a todos, sin indiferencia, pero sí con mucho compromiso.

Miles lo hemos entendido; mientras incrementan los días de protestas, también disminuyen los días de vida de la república. Tenemos un enorme reto por delante, con el tiempo en contra, pero con la verdad, los valores y la convicción a nuestro favor. La transición a una Venezuela libre y democrática es impostergable. Es doloroso, es perturbador y es difícil, eso lo sabíamos, pero valdrá la pena.

En honor a los caídos, en tributo a quienes han pagado los más altos precios en esta lucha –conscientes de ello y de su inocencia–, en homenaje a Venezuela y lo que queremos que sea; en nombre de todo, nuestra única opción es la libertad. Está cerca.

Pedro Urruchurtu
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