Editorial #364 – El último aliento de la República

 

No ha comenzado cualquier julio. En realidad, es un julio distinto y existencial. Es un julio precedido por 90 días de lucha cívica; es un julio que asoma también días de represión, desquicio  y abuso por parte del régimen. Es un julio que, a diferencia del julio de 1811 que hizo nacer la República, en esta oportunidad nos plantea la posibilidad de que ésta muera, 206 años después.

Resulta paradójico, pues, que el mismo mes en que celebramos el primer aliento de la República, nos toque enfrentar, como nunca, la posibilidad de ser testigos de su último respiro. Pero tampoco es casualidad. A nuestro modo y en nuestros tiempos estamos siendo protagonistas de una nueva gesta en favor de la libertad, con un saldo doloroso y con héroes por doquier que han entendido lo que está en juego y lo que debemos honrar. En aquel entonces luchábamos por convertirnos en República; hoy por salvarla de quienes quieren aniquilarnos por completo.

Está muy clara la encrucijada a la que nos enfrentamos. De un lado, una minoría con un proyecto criminal que está buscando su patente de corso para aferrarse al poder, al costo que sea, y mantener sus mafias y sus vicios, en detrimento de todo un país al que quieren ver sumido en la miseria y la destrucción. Ya lo hacen, pero necesitan el marco que se los permita y que lo justifique, hundiéndonos  en un estado comunal, represor y que instaure el miedo como gobierno oficial y el totalitarismo como soporte.

Del otro lado, y de pie, hay un país que no se rinde, que es mayoría y que no se doblega. Que pese al dolor y la rabia, ha sabido mantenerse erguido, con más bríos que nunca, defendiendo sus principios y sus valores. Esa voz consciente de la ciudadanía que sabe que ya no tienen más nada que perder, que se trata de ahora o nunca y que si no luchan hoy, no habrá mañana por el cual dar la pelea ni Venezuela que defender. Ese es el país decente que le ha dado lecciones a todo el mundo –incluyendo al propio liderazgo– y que luego de casi 100 días, no se rendirá hasta alcanzar la libertad.

Ambos saben de qué se trata esto y lo que pueden perder. Ambos saben que estamos en días decisivos –unos para radicalizarse y poder sobrevivir a su propia desgracia; otros para salvar la República y hacer de Venezuela un país libre–. No obstante, unos también saben que son minoría y los otros saben que tienen la mayoría, la convicción y la fuerza. Todos sabemos, unos y otros, que Venezuela decidió su futuro, decidió su rumbo y no es otro que el de la libertad.

Salvar la República y sus pilares no es cosa fácil. Requiere de determinación, de coraje y de claridad. Requiere de la reunión de todos los sectores democráticos del país, hoy en resistencia, conscientes de la necesidad de salvarla. Necesita a sus hijos más comprometidos, a todos los que hacen vida y empujan un país hacia el progreso, a líderes que entiendan las prioridades y los momentos. Amerita del encuentro de todos para hacer frente a esta amenaza definitiva, para seguir luchando unidos en las calles, para entender que todos cabemos en el marco del respeto y de los valores que la democracia exige.

Afortunadamente, todo apunta a que vienen tiempos mejores y que esos pasos se irán haciendo más firmes día tras día, en esa dirección. Pero no nos confiemos. El tiempo apremia, la República agoniza y, con ella, todos quienes luchamos por rescatarla.

Son días cruciales y días finales, pase lo que pase. Son días cruciales porque el futuro de todo un país está en juego; son días finales porque la encrucijada plantea, inevitablemente, una transición, ya sea a la miseria o a la libertad. Se trata, en definitiva, de la esclavitud o de la República; entre eso nos debatimos.

La mayoría de los venezolanos están conscientes de cuál transición quieren y por cuál están luchando. Saben cuál es genuina y cuál es realmente posible para enrumbar al país hacia un destino libre y transformarlo. Saben que, como siempre y como hace 206 años, se trata de la libertad.

Quienes aún duden o se dejen llevar por la indiferencia, deberían reflexionar y aprovechar que todavía están a tiempo. Luego no habrá nada qué reclamar ni que exigir; no habrá nada por lo cual votar o debatir, y tampoco habrá nada qué tener o qué comer. No habrá nada.

La República está dando sus últimos respiros, con sus últimas fuerzas; se trata de su último aliento.

¿La salvamos o la perdemos –y nos perdemos–?

Pedro Urruchurtu
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