De este congreso del PSUV

Lógica tan inherente a su ejercicio, además, prolongado, todo poder sufre de divisiones que sólo ataja la rentabilidad de los intereses creados, como el acceso real al presupuesto público u otras facilidades que amainan la dura competencia por capitalizarlo, mientras se compartan. Ramificados sus elencos secundarios,  pugnando por ascender y monopolizar la escena, abierta o soterradamente,  buscan fórmulas expeditas para zanjar las diferencias, sobre todo, tratándose de las horas finales.

Horas presentidas como la conclusión de una etapa o, peor, la de todo un régimen que anima las más variadas conjeturas, sorteando posibilidades de encontradas consecuencias. La sola convocatoria de la tal constituyente, perdida definitivamente la popularidad que alguna vez se tuvo, convertida la calle en la más inhóspita circunstancia, coloca el acento en una recomposición de los elencos, por más que la censura y el bloqueo informativo digan aliviarla.

Violentada la Constitución, la sola convocatoria de la tal constituyente protocoliza las divisiones que marcan al no menos tal socialismo del siglo XXI, donde unos se vieron excesivamente beneficiados u otros, simplemente, esperan por su turno. Se trata de una suerte de concurso de deudores políticos, en el primer caso, y de acreedores políticos, en el segundo, siendo todos militantes principales y subsidiarios del PSUV que, así, empleando los recursos materiales y simbólicos del Estado, celebran nada más y nada menos que un congreso.

Finiquitado el trámite del nombramiento, mediante los espurios y consabidos comicios, en el ramo de los deudores morales,  hallamos a ministros, gobernadores y parlamentarios efectivos que, provisionalmente retirados, desean asegurar una curul junto a aquellos acreedores morales que esperaran por muy largo tiempo ocupar un sitial político u obtener las ventajas jamás concedidas por una posición subalterna. Rubro éste en el que no todos cabrán, resignándose a los espacios periféricos, por cierto, ya dominados por los otros que reposan después de trillar las ya viejas responsabilidades ministeriales y parlamentarias, quizá conformes y contentos por un desempeño diplomático y consular que los gana para una diferente preocupación y afán.

En la periferia, destacan dos sectores: uno, obligado a una mayor prudencia tras sopesar aquella constituyente militar tan presidencialmente anunciada, aventajada por el silencio; mientras, el otro, concierne a los próceres en situación de retiro, destellantes figuras políticas de los tiempos iniciales que bregan por la promoción de los nombres que les son más cercanos, constituido todo un séquito que las prueba como una alternativa de ascenso.  Empero, el congreso del PSUV con el ropaje de la tal constituyente, rifando también un premio para los empresarios que les fueron tan consecuentes, en una economía quebrada que, en sí mismos, los demerita, apunta a un conflicto interno de poder que suscita una doble reflexión.

La que remite al pináculo, enfrentados Nicolás Maduro y Diosdado Cabello, desprendiéndose otras individualidades y factores que no tienen fuerza para tamaña contienda, donde trata de barajar bien la dictadura cubana que juega a su propia supervivencia, pesando el arbitraje militar; y la que remite a una discrepancia irremediable entre los llamados colectivos, el hampa común y los órganos policiales que pelean por los espacios públicos y las bondades que les pueda prodigar el negocio de un múltiple cuño. La propia censura autoriza los numerosos supuestos de una probable conducta que los hechos inexorablemente evidencian, en el subrepticio tejido de las intenciones y pretensiones que asoman sus colmillos.

El congreso del PSUV es, en propiedad, el del sector que ahora goza plenamente de los privilegios del poder, emergiendo definitivamente con Maduro aquél que representa a la antigua Liga Socialista, en actores e ideas que la convirtieron en una parcialidad más del archipiélago de una ultraizquierda heredera del MIR que tuvo lazos mucho más fuertes que el PCV, respecto a Cuba. Tratará  de dirimir la otra etapa del amargo proceso que se ha adueñado del presente siglo, aunque otros lo saben concluido y merecedor de un desenlace realista para la misma supervivencia de la capilla ideológica.

La dirección estalinista del proceso, enfundada en un Estado Cuartel, condiciona las respuestas que ha de darse en sus más difíciles coyunturas. Las rivalidades desleales, por ocultas que se digan, afloran y encuentran cauce a través de sendos mecanismos de imposición,  por absurdos que parezcan.

Un gobierno que se extiende demasiado, requiere de los pesos y contrapesos que la más elemental democracia exige, añadido el partido que le sirve de soporte, para no degenerar. Por ello, la alternancia auténtica del poder es algo más que una frívola ocurrencia.

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