Las victorias no se improvisan
¿Y será que estamos condenados a la confusión perpetua? ¿Será que nuestro destino no es otro que este, la oscuridad totalitaria que estamos viendo aparecer en el horizonte de nuestras vidas? ¿Será que la tragedia que ya vivimos es el producto de esa inconsistencia que no nos permite estar a la altura de la desventura que ya estamos viviendo? ¿Tendremos que vivir siempre la experiencia de los extremos, de los virajes sin fin, de las traiciones arteras, del insensato vuelvan caras? ¿Seremos el producto refinado de la desmemoria en maridaje con la ingenuidad? ¿Seguiremos dilapidando el capital social y político que tanto sufrimiento y persecución nos ha costado? Todas estas son preguntas a flor de labios de muchos venezolanos angustiados. Todas estas inquisiciones son presentimientos que coinciden en el terror que provoca el estar al borde de un abismo en el que, por otra parte, estamos cayendo hace ya bastante rato. Vamos a estar claros, nosotros nos lanzamos al abismo tantas veces como otras nos empujan. Nuestros errores pesan tanto como la perversidad ajena.
No hay victoria posible si quien comanda es la improvisación. Todo lo demás es un esfuerzo inútil, pero ofensivamente descarado, de explicar malas decisiones, errores de visión, y lo de siempre, esa vieja a-instrumentalidad del venezolano, y la pretensión de que todo depende de un golpe de suerte, una copla bien cantada, la conjura contra el diablo que al final invocó Florentino, la ayuda de todos los santos, en suma, la suerte del pícaro que, así como viene, se va. Pero seamos, esta vez, precisos: La improvisación es hacer una cosa, sin tenerla prevista o preparada. El concepto tiene su refrán, “así como va viniendo, vamos viendo”, planteado en sus infinitas derivaciones que todas encallan en el mismo error, en la misma devoción por el realismo mágico, ese “ya veremos” que opera como grillete a la hora de la caída libre hacia el despeñadero. El improvisado no tiene otro remedio que comprar, como buena, la agenda de intereses de sus adversarios.
Debemos a Cayo Valerio Catulo, poeta romano del último siglo antes de Cristo, el proverbio ¡Amat victoria curam! cuya traducción en castellano es “la victoria es propicia para los que se preparan”. Este adagio latino, que es una frase dentro de un poema llamado “El himno nupcial”, ha pasado a ser invocado par relievar la importancia de la disciplina y el contar con una estrategia: El párrafo del poema donde aparece, es digno de ser compartido, a los efectos de su posterior análisis:
“Anotan todo lo digno de recordar y no ensayan en vano,
que no nos sorprenda, pues sus mentes se concentran en el trabajo.
Pero si distraemos los oídos y el pensamiento dispersamos,
por ley que nos derrotarán, pues la victoria ama a los que se preparan”.
Dick Morris, estratega político norteamericano, señala que “la táctica” (el “así como va viniendo…”) está demasiado valorizada, tal vez, porque pone el juego el ingenio y la suerte de unos pocos. Para el experto, es la estrategia la que gana elecciones y campañas. Por eso mismo se invierte tiempo en formularla, pero una vez diseñada, se debe mantener con disciplina, más allá de las idas y venidas del momento. Lo mismo dice J.J. Rendón, quien no deja de advertir que sin un planteamiento estratégico no hay victoria concebible. Esta estrategia debe ser comprensible para todos, explicable en una sola frase, y capaz de mostrar un camino hacia la victoria. Dick Morris continúa especificando en qué consiste, “debe implicar un enfoque y un tema básicos, que toman en cuenta el estado de ánimo público, la debilidad del oponente y las propias fuerzas. Los políticos deben tener pensados los siguientes cinco o seis movimientos, anticipar la respuesta del otro lado y programar movimientos alternativos como respuesta. La clave es fijar la propia atención rígidamente en el horizonte y machacar con el mensaje y el tema de la campaña. Un candidato debe usar todo tema, acontecimiento, ataque y repudio para repetir su postura básica, una y otra vez, y no dejar que la táctica, o los blancos de la oportunidad lo aparten de su mensaje”. Elegir, por tanto, entre una estrategia robusta, y una táctica supuestamente ingeniosa, es lo mismo que optar entre ganar o perder. Y quien gana, se lo lleva todo.
Los venezolanos no sabemos que hacer, tal vez porque vivimos una crisis de representación, que se expresa en que la dirigencia política no tiene claridad de ruta. No tiene estrategia. Y sin estrategia, tampoco hay imaginación táctica. Se ha perdido la iniciativa, comenzamos a ser reactivos, y la agenda la está imponiendo de nuevo el régimen. Las elecciones regionales, planteadas en el momento que se hizo, con las condiciones propuestas, son parte de esa agenda, que a veces aprieta, y otras veces afloja, pero siempre tiene a mano “una banana para tirar a los monos”, causando esa confusión que siempre provoca encontrar el precio de los demás. Por eso la sensación terrible de a veces ganar, a veces perder, a veces estar en el clímax, y a veces caer en la más profunda depresión. No estamos hablando de imposturas, ni de puestas en escena. La estrategia no es una reunión, ni un grupo de whatsapp, ni un hábito comunicacional, ni estar pensando todas las tardes qué es lo que se va a hacer mañana. Es mucho más que eso. Es orden y concierto. Es capacidad de reaccionar sin perder el foco y la dirección. Es sacar provecho de la debilidad ajena, y estar prevenidos para contrarrestar la tragedia de nuestras propias flaquezas.
En ausencia de estrategia es imposible la unidad de propósitos, y eso se va notando en los disensos y deserciones que se hacen cada vez más públicos y notorios. La ausencia de estrategia exacerba las agendas particulares, los puntos de vista, la propia ubicación dentro de una coalición, y cómo se percibe el tiempo, si como una variable crítica, o un recurso infinito e inagotable que se puede usar abundantemente. Y si se habla de una coalición de partidos, o de un frente único para la acción, el desvarío se transforma tarde o temprano en el agotamiento y la derrota. Orden significaría la posibilidad de que todos comprendieran que la misión es el jefe de la campaña, y que la mejor ganancia sería el producto de estar todos alineados alrededor de su consecución. Creo que se ha cometido el error sistemático de trabajar y hacer cosas sin haberlas pensado estratégicamente, sin haber constituido un equipo de dirección, sin tener al mando a un estratega, y sin un compromiso congruente con el futuro del país.
Los venezolanos quieren cambio político. Esa es la consigna de una estrategia que no existe, o que algunos no se toman en serio. Cambio político significa “la renovación de los Poderes Públicos de acuerdo con lo establecido en la Constitución y a la realización de elecciones libres y transparentes, así como la conformación de un Gobierno de Unión Nacional para restituir el orden constitucional”. Así lo definieron en la tercera pregunta del plebiscito convocado el 16 de julio. Los que la redactaron debieran aclarar su espíritu y propósito, y no esconderse detrás de las enaguas de supuestas imposibilidades jurídicas (descubiertas casualmente ahora, cuando suenan las campanas electorales). ¿Cómo se logra eso, de la manera más eficaz posible? Porque el tiempo es una variable crítica en la política, y cuando lo derrocha un bando, lo gana el contrincante. Pero hay algo peor. Los venezolanos no tienen tiempo, porque el colapso económico no es cuestión de gráficas que muestran un descenso o un deterioro, sino que se sufre en forma de hambre, privaciones, desempleo, y para colmo, represión y violencia. Los venezolanos han invertido buena parte de su capital ciudadano en un proceso de movilización que a su vez produjo una toma de conciencia internacional sobre lo que aquí estaba ocurriendo, posibilitando una presión sobre el régimen como nunca la había tenido. Los venezolanos terminaron convencidos de que aquí se produjo una ruptura del orden constitucional, y se instauró una dictadura de orientación totalitaria. Los venezolanos lograron que se fracturara la unidad del chavismo-madurismo, con la deserción de la Fiscal General de la República. Los venezolanos hicieron un inmenso sacrificio y afrontaron con coraje y resiliencia la represión en las calles, las detenciones indebidas, los allanamientos a los edificios, la violación del domicilio, y el incremento de la nómina de presos políticos. Todo esto condujo a una aguda crisis de legitimidad del régimen. Toda esta inversión se hizo, porque había una expectativa creada de cambio político, que se fue por el caño de la improvisación. Y cuando todo parecía llevar a un punto culminante, el régimen llamó a las elecciones regionales.
Como en ausencia de estrategia, cualquier cosa brilla como oro, se distrajeron los oídos y se dispersó el pensamiento, (¿recuerdan el poema de Catulo?) Las agendas y las ambiciones comenzaron a hacerse valer, eso si, con la presentación de argumentos, que no pueden esconder la contradicción con lo que se había dicho y hecho hasta la fecha, y mucho menos, compensar argumentalmente el inmenso sacrificio en el que habían incurrido los ciudadanos. Reitero, se pueden revisar todos los discursos y todas las noticias desde el mes de diciembre del 2015, y en todas ellas el liderazgo coincidía que había llegado el momento del cambio. ¿Recuerdan al flamante presidente de la Asamblea Nacional prometiendo que en seis meses se iba a resolver la salida de Nicolás? ¿Recuerdan la promesa del otro presidente de la Asamblea Nacional sobre la “declaratoria del abandono del cargo de Nicolás Maduro? Es como para recordar que la dirigencia fue hilando y comprometiéndose con unas expectativas, asumiendo unos costos, que ahora no pueden relativizar o tratar de darle otro sentido. En todo caso, estamos en otro momento, un nuevo episodio electoral, que no encuentran cómo encajar en el discurso anterior.
Se estrenó una nueva consigna “votos si, balas no”, que no es otra cosa que una reelaboración de una más vieja que decía “dialogo si, guerra no”. Ya hemos dicho que estos lemas esconden mucho más de lo que muestran. Pero lo que aquí interesa es exponer el daño terrible que sufre un movimiento social cuando va al garete, y cuando la dirigencia es timorata. El problema es que han decidido aceptar incondicionalmente la oferta de ir a unas regionales, y de dar por buena la vocería, agresiva y divisiva, de Henry Ramos Allup, capaz de tirar por la borda lo que se ha hecho, adelantar posición, contradecir públicamente al resto de los dirigentes, y retar a todo el país a asumir los costos de “cometer un acto de torpeza política, por no decir una estupidez”. Este inexplicable viraje, hecho cuando aún se rezan novenarios por los que ofrendaron su vida por la libertad del país, no puede haber tenido otro resultado que la desmoralización de los ciudadanos, y esa polarización entre los que quieren ir a las regionales, para no perder espacios, y los que les parece una locura. La MUD decidió avanzar, prometiendo un “luego veremos” que no considera en su estado de ganancias y pérdidas el doloroso impacto que tiene en la gente la mediocridad de una conducción que no sabe a dónde dirigirse.
Ir a unas regionales tiene por lo menos dos grandes costos. Legitima las instituciones del régimen, incluida la Asamblea Nacional Constituyente, y le concede tiempo al gobierno. Lo de ganar espacios o defenderlos, que es el argumento que repiten hasta la náusea, como justificación de la decisión de participar, no tiene buen asidero. Espacios que no se tienen. Espacios que no van a ser respetados. Espacios espurios en una institucionalidad abatida por la avanzada totalitaria. Espacios que van a ser aplastados, llegado el momento constituyente. Y lo peor, espacios que no van a ser defendidos. Porque mientras ellos gritan lemas sobre defender los espacios, nosotros somos espectadores asombrados de la destitución ilegal de diez o más alcaldes, de los cuales la mayor parte de ellos están presos, y el resto en la clandestinidad. Esa es la promesa del régimen, de la cual, está mostrando algunos adelantos.
Los líderes creen que tienen los votos en el bolsillo. El régimen los cuenta. Ese es el problema. En el perfeccionamiento totalitario que ha asumido el régimen, en su desfachatez e impunidad, aprendida desde luego, en el uso desproporcionado de la represión. Yo me temo que los bolsillos de los dirigentes están vacíos de apoyo y llenos de reclamos. Los líderes ahora cayeron en cuenta que el respaldo internacional es impertinente e innecesario. Lo que realmente pasa es que no quieren explicar cómo se han atrevido a cohonestar y a convalidar un régimen que los persigue y los maltrata, y que reprime a los ciudadanos. Ahora, concentrados en sus afanes electorales, piden silencio, y enarbolan las banderas de la no intromisión. Estos son solo dos de los muchos efectos de la desbandada dirigencial, en ausencia de una estrategia que los compacte, y un acuerdo que quieran cumplir.
¿Cómo quieren que se sientan los ciudadanos, si el 19 de julio la Mesa de la Unidad Democrática presentó al país un compromiso unitario para la gobernabilidad? El primer párrafo de ese manifiesto que presentaron con toda la formalidad del caso decía así: “Cuando un país se decide a cambiar, no hay fuerza que pueda detenerlo. Por tanto, el cambio político en Venezuela no sólo es indetenible sino inminente. La Unidad Democrática, como representación política organizada de los demócratas venezolanos, ante la certeza de la proximidad de un cambio en la dirección del país, ha llegado a un compromiso unitario para facilitar la gobernabilidad, la eficiencia y la estabilidad del venidero gobierno de Unidad y Reconstrucción nacional”. ¿Qué habrán querido significar como inminente? Podemos seguir hasta el infinito revisando discursos y compromisos suscritos en esta última etapa, solamente para terminar asumiendo que otra vez se cometió fraude, y que los ciudadanos fueron usados como carne de cañón, fueron estafados en sus convicciones, y ahora no hay forma de argumentar lo que es imposible de defender: que estas elecciones regionales tienen sentido en el contexto del necesario cambio político que requiere el país.
Si seguimos improvisando, si seguimos aceptando la perversidad de una forma de hacer política que ha perdido el pudor, si renunciamos a exigir una estrategia, si seguimos apostando a falsos liderazgos, nosotros estaremos condenados a no sobrevivir a un estatus quo del que forman parte este régimen y su oposición, que no tiene ningún problema en ir a ninguna parte, que es el espacio que realmente defienden, en donde se solazan los egos y sus inconfesables ambiciones. Por eso es que por muchos años estaremos condenados al desierto totalitario, que cada cierto tiempo nos consuela con uno que otro espejismo democrático.
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