Constituyente, paz y amor ( I )
La semana pasada, los jefes políticos de la MUD convocaron al pueblo opositor a trancar el miércoles las calles y marchar el sábado en defensa de los alcaldes de Chacao y el Hatillo, condenados arbitrariamente por no haber reprimido las manifestaciones de protesta ciudadana en sus municipios. Trataban de remediar así el error de haber caído en lo que apenas en mayo ellos mismos habían calificado como la “trampa de las elecciones regionales.”
Por supuesto, muy pobre fue la respuesta que tuvieron ambas convocatorias. Una decepción irremediable sencillamente paralizó al pueblo opositor y a esa comunidad internacional que al fin venía dándole el mayor de los respaldos a la causa de la restauración democrática, porque en definitiva, como hace pocos días advertía el ex presidente Andrés Pastrana, la alianza opositora no termina de entender que “o hay dictadura o hay democracia.” Y así, de acompañar sin miedo a las consecuencias a una dirigencia política que parecía comprometida con los mandatos populares del 6 de diciembre de 2015 y del pasado 16 de julio, el pueblo opositor se veía ahora condenado a vivir la Constituyente y sus futuros efectos en un acordado clima de paz y amor.
En este punto vale recordar que al llegar las Navidades de 2004, Hugo Chávez se sentía tan satisfecho como puede que hoy se sienta Nicolás Maduro. En aquel entonces, Chávez, tras haber teñido el mapa de Venezuela de un rojo intenso en octubre con la victoria aplastante de sus candidatos en las elecciones regionales, podía prepararse para iniciar, gracias sus victorias políticas, lo que él esperaba que fuera la reproducción de la experiencia totalitaria cubana en el marco de en un prometedor remanso de paz y amor como el actual.
En mi libro Al filo de la noche roja, publicado en junio de 2006 por Random House-Modadori, destacaba el hecho de que durante aquel turbulento período que había comenzado con el paro cívico de diciembre 2001 y finalizó con las elecciones regionales de octubre 2004, Chávez se había visto forzado a superar obstáculos que parecían insalvables. “Su derrocamiento en abril de 2002, la más devastadora de las huelgas, manifestaciones de centenares de miles de ciudadanos en las calles de toda Venezuela, las exigencias de la comunidad internacional, el referéndum revocatorio. Y no sólo había salido airoso de esos desafíos. En medio de esa tormenta sin fin, su capacidad táctica le había permitido aprovechar a su favor cada ocasión de peligro y había logrado avanzar hacia el control absoluto del poder político, militar, institucional, económico y social del país. Aún le faltaba dominar por completo algunas esferas específicas de la vida nacional, pero sin oposición política digna de ser tenida en cuenta, con un estamento militar purgado hasta la saciedad y en proceso de convertirse en simple brazo armado del régimen, con la conversión de Petróleos de Venezuela en la alcancía inagotable de Miraflores, con el progresivo desmantelamiento del sector privado de la economía, sin partidos políticos, sin movimiento sindical, sin movilización popular, con todos los poderes públicos sometidos a su voluntad y con una comunidad internacional feliz porque el referéndum revocatorio despejaba del horizonte venezolano la inquietud de nuevas y lamentables sorpresas, podía gobernar a su antojo, con total impunidad.”
Aquella lamentable historia se repite estos días. La rebelión popular desmantelada por la brusca desmovilización de las protestas ciudadanas a cambio de unas elecciones regionales anunciadas para diciembre y ahora adelantadas para octubre, incongruencia de todas las incongruencias, porque después de haber denunciado a Nicolás Maduro de dar un golpe de Estado, que en consecuencia su régimen era ya una dictadura y que con la elección del 30 de julio se había cometido un inmenso fraude electoral, no hay manera de justificar ponerse de acuerdo con el régimen en las tinieblas de una negociación clandestinas, a espaldas de los ciudadanos. Mucho menos aceptar como un hecho consumado una Constituyente que aspira a recuperar el fallido proyecto de revolución dentro de la revolución que Chávez se sintió impulsado a poner en marcha con el referéndum constitucional del 2 de diciembre de 2007 para crear el autogobierno comunal y un estado de plena Economía Socialista.
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