Radicalismo en diez rounds
Round 1
Víctor Maldonado
Vivimos tiempos oscuros. Si se quisiera utilizar algún criterio, son tiempos de volatilidad, complejos, inciertos y ambiguos. Tiempos, por tanto, propicios para que los zorros se metan en los gallineros y acaben con todo. La incertidumbre es el resultado porque desconocemos toda la trama, pero también porque no queremos reconocer lo que efectivamente está ocurriendo en una situación donde se perdió total transparencia. Hay dos flancos que no se contraponen, sino que parecen complementarse para garantizar que se mantenga un statu quo que cobra un alto precio a los ciudadanos venezolanos en términos de muerte, desbandada, enfermedad y pobreza. ¿Cómo se puede sortear esta trampa que ya lleva veinte años de éxito?
Round 2
Erik Del Bufalo
La trampa quizás no viene por la volatilidad de los tiempos o su inquietante oscuridad. Creo que padecemos, más bien, los efectos de una trampa primaria: creer que la democracia es independiente del Estado de derecho. En otros términos, pensar que democracia y dictadura de mayorías son la misma cosa. Esta confusión fue la que nos llevó a desmontar el estado democrático, que a pesar de que era precario, existía antes de Chávez. Digo desmontar, porque quienes comenzaron el desmantelamiento de la República no fueron las masas populares, fueron las élites acostumbradas al proteccionismo y al rentismo petrolero. Chávez es un producto del populismo de élites. Respondo entonces tu pregunta con otra pregunta: ¿Cómo formar un nuevo pacto de élites que nos lleve a refundar la República liberal donde solo es posible la democracia genuina?
Round 3
Óscar Vallés
No podremos salir de esta condición PSUVista, caracterizada por la explotación y la polarización extremas, si antes no consideramos primero cuál es la extensión y la intensidad del principio del estado de derecho, o más filosóficamente, el sentido de justicia que debe regir entre los venezolanos. Mientras no reflexionemos sobre la calidad y abundancia institucional de nuestro sistema político, será difícil llegar a tener la democracia que hace posible una sociedad de cooperación y pluralidad. Porque la democracia, como advierte Erik, no se reduce a un asunto plebiscitario que funciona bajo el imperio de la “regla de la mayoría”. La democracia es un orden de instituciones dispuesto para preservar ese poder que cada ciudadano tiene de concebir un plan de vida digno de vivirse, bajo un sistema de reglas y prácticas equitativas que le permita vivirlo, sin menoscabo de los planes de vida de los demás. Ese sistema de reglas y prácticas, que expresan la obligación política por consentimiento, y que es típica de la democracia, solo se hace posible por ese sentido de justicia, o principio del estado de derecho, que los ciudadanos admiten y asumen como elemento rector de la vida republicana. Como pueden ver, refundar una Democracia Republicana, así con mayúsculas, requiere consideraciones muy previas al papel que un pacto de élites puede tener en su instauración.
Round 4
Víctor Maldonado
Es indispensable volver a lo básico. Debemos desterrar la picardía política, y la posibilidad de tomar ventajas desde las posiciones de poder. Ese “tío conejo” vivaracho, improvisado, ocurrente, y que vive al margen de las reglas, siempre ha recelado de los acuerdos institucionales. Yo creo que la no reelección a todos los cargos ejecutivos es un punto de partida que se me ocurre crucial, porque implica la renuncia al odioso monopolio del poder y el dejar de lado la lógica del caudillo que necesita montoneras y seguidores no deliberantes. Creo que el libre mercado y el respeto a los derechos de propiedad son su equivalente para el sector privado. Y la renuncia a la condición de estado patrimonialista, supuestamente mejor administrador de los recursos del país, pero que en realidad es el manantial de una lógica rentista que transforma las relaciones institucionales en mafias. El chavismo es solamente una exacerbación de un curso de acción que ya venía antes. La doble vuelta para la selección del presidente de la república debería ser otra condición. Y el incentivo para desarrollar e instrumentar las alianzas programáticas que se puedan implementar en un período de gobierno. En resumen, el pacto de élites tiene que fundarse en la imposibilidad de mantener una apropiación indebida del poder. Ahora bien, ¿cómo hacemos esta transición entre lo que tenemos y lo que queremos?
Round 5
Erik Del Bufalo
El comentario de Óscar Vallés y tu pregunta nos obliga a distinguir más claramente la diferencia entre República o Estado de derecho, e igualdad de libertades civiles, de la mera democracia. Efectivamente, un simple pacto de élites sustentado en el paternalismo y el rentismo no es en sí la solución. De hecho, el chavismo comenzó como un pacto de élites para impedir la perdida de privilegios oligárquicos atados al modelo rentista. Por Estado de derecho debemos entender no solo el imperio de la ley y la igualdad de todos los ciudadanos sometidos a ese imperio. Debemos entender también la lógica negativa del poder propia de las repúblicas modernas, es decir, la mayor contención posible del poder ante la libertad de los ciudadanos, que han renunciado o traspasado parcialmente su derecho natural a un estado de civilización, y esto lo han hecho por seguridad, pero jamás por sumisión. No obstante, como bien dice Víctor, de poco sirve un orden legal o constitucional que limite al poder si no hay un sustento real, objetivo, que lo haga posible. Ese sustento real es la sociedad abierta, que implica el libre mercado, la libre expresión, la propiedad privada y el empoderamiento de los individuos. Solo así es posible que la república no sea el cascarón vacío donde el parásito del totalitarismo vendría a infiltrase a través de la democracia como simple voluntad de las mayorías. La transición, entonces, entre esta “tiranía de mayorías sin mayoría” a una verdadera República no solo debe venir de un pacto de élites sino de cierta coerción geopolítica para que esas élites abran la economía. De allí que encuentro esencial las sanciones internacionales que deben hacerse aún más duras. ¿Pero es esto realmente posible en el contexto internacional que tenemos?
Round 6
Óscar Vallés
Ahora la cuestión que venimos considerando tiene más claro sus elementos. Por un lado, tenemos un compromiso ineludible e irrenunciable con ese orden institucional de principios y valores que constituye una genuina democracia republicana, como la llamó Charles Taylor en su célebre conferencia de Chile, que requiere además una sensata y razonable apertura económica que estimule la innovación, la creatividad y el emprendimiento con el más amplio esquema de libertades. Por el otro, requerimos una sociedad civil y política bien estructurada, esto es, con asociaciones intermedias que tengan clara representación de sus afiliados y miembros, con directivas que tengan potestad de tomar decisiones que sean avaladas por sus bases, de modo que un proceso de negociación y acuerdo entre las fuerzas democráticas republicanas tenga la vinculación y el compromiso que la transición exigirá mantener al menos en los próximos 20 años. Finalmente, es preciso mantener un entorno internacional favorable para la inserción de Venezuela en el mercado internacional de bienes y capitales, que permita apalancar los requerimientos de financiamiento que la destartalada economía nacional necesita con urgencia. Sin embargo, en las actuales condiciones que el país presenta, aterrizando en esta Tierra de Gracia, el desenlace de este drama sigue dependiendo de la calidad del liderazgo nacional. Perdonen que lo tenga que reiterar una vez más aquí. Si ponemos en una balanza los últimos 100 años, Venezuela ha tenido todo para ser una nación donde sus ciudadanos viven como dignamente aspira vivir la humanidad. Lo que nunca hemos tenido es un liderazgo ilustrado, comprometido, honrado y leal con los ideales republicanos y democráticos. Esa es la variable que nos mantiene atado a la miseria. La pregunta ahora la regreso con punta: ¿tenemos hoy al menos algunos líderes políticos que rompan con ese déficit histórico?
Round 7
Víctor Maldonado
Han planteado dos preguntas que a mi juicio son cruciales. La primera tiene que ver con el grado de compromiso del concierto internacional con la vigencia de las libertades y derechos humanos en un país determinado, y la superación de un viejo fetiche, el respeto sacrosanto de la soberanía nacional, que siempre termina convirtiéndose en el santuario de los déspotas, los corruptos y los consumidores voraces del poder. También hay que señalar cómo han operado las imposturas ideológicas para encubrir la perversidad en el uso del poder. Las izquierdas, y el esfuerzo por mantener una versión contumaz de “lo políticamente correcto” han sido las alcahuetas de cualquier tipo de tropelías, como si fuera más importante conservar las viejas consignas y las desgastadas canciones de protesta que garantizarle a la población libertad y derechos. Eso, por supuesto, sin entrar a considerar la Realpolitik, la trama de intereses de los países, y cómo terminó Venezuela entrampada en una geopolítica donde Cuba y la paz colombiana importaban más que la suerte de nuestro país. Toda la era de Obama funcionó como apaciguador de una gran sinvergüenzura latinoamericana, respaldada por los bajos rendimientos y la escasa calidad de la dirigencia política local. Esa es la pregunta que deja en el aire Óscar Vallés. Luego de veinte años ya se torna imprescindible valorar las estrategias políticas y sus resultados. Y por qué las decisiones fueron para intentar una convivencia imposible y no una ruptura necesaria. Los partidos políticos venezolanos (salvo VENTE) se autodenominan de centroizquierda, todos son estatistas por convicción, y todos creen en una sustitución de actores en el marco de la misma lógica socialista. Ellos creen que este socialismo es viable si son ellos quienes lo administran. Incluso afirman que ellos pueden servir de injerto para mejorar lo que ya tenemos, pero conservando el mismo signo. Ahora están tratando de sortear una tragedia, y es que, con el colapso del socialismo del siglo XXI, ellos se quedaron sin propuestas y sin discurso. Les queda, eso sí, un inmenso resentimiento y mucha suspicacia contra cualquier oferta no populista, no demagógica, no patrimonialista, no estatista, no rentista. Es más, ellos no están habilitados para ofrecer a sus cuadros algo más que una relación básicamente clientelar y, por lo tanto, condenada a corromperse más temprano que tarde. ¿Son capaces de regenerarse ellos mismos? ¿Cuáles incentivos debe colocar la sociedad civil para que ellos expresen nuestras aspiraciones republicanas?
Round 8
Erik Del Bufalo
La crisis de la socialdemocracia es un fenómeno global y que se decanta no siempre hacía la izquierda, sino muchas veces hacia el populismo de derechas, que tanto azotó a Europa occidental en el siglo pasado. Esa crisis la vivimos también los venezolanos de un modo dramático con el chavismo, que nace como un populismo de derecha y que rápidamente se redescubre como estalinismo blando guiado por la tutela estratégica e ideología de Cuba totalitaria. En este contexto histórico calamitoso, y luego de casi dos décadas de decadencia, apartando la crisis política que ya existía y que condujo al chavismo, debemos decir la terrible verdad: la clase política venezolana, salvo admirables excepciones, no solo fue incapaz de reinventarse, sino que se atrincheró en lo peor de los viejos atavismos del Estado clientelar, rentista y asistencialista. Ello le ha dado al chavismo, mucha más vida de la que debía haber tenido y ha permitido el envilecimiento no solo de la política, sino, y más grave aún, de la sociedad entera. No obstante, en medio de esta ruina, pienso que ya se van consolidando minorías sustanciales capaces de tener una visión grande, de largo plazo y con un sentido profundamente republicano, que quiere ir más allá de la mera democracia competitiva que es, al fin y al cabo, a lo que se redujo nuestra “cultura democrática” después del pacto de Punto Fijo. Mi duda radica en saber cuál será la dinámica que hará que estas minorías puedan transformarse en agentes eficaces del cambio profundo del país y cuánto tiempo necesitarán para ello.
Round 9.
Óscar Vallés
Esa duda, Erik, esa es la gran interrogante que nos hacemos después de esas décadas perdidas del puntofijismo mal entendido, de la neo-gerontocracia adeca, y de los nuevos adoquines de la internacional socialista en Venezuela, junto al pragmatismo utilitario no-doctrinal de sus actuales socios políticos, para no mencionar a la mafia criminal, vestida de organización política, que devasta el país. El surgimiento de los partidos políticos en Venezuela siempre estuvo asociado al ejercicio clientelar del Estado. Tener alcaldías y gobernaciones, cuando no el control del Ejecutivo Nacional, le permite a esas troikas partidistas emplear a sus cuadros políticos en cargos públicos, para mantener una estructura permanente y profesional al servicio del partido; financiar los costos de sus operaciones de proselitismo y expansión, con recursos públicos, para aumentar su base de militancia y su cartel de contratistas; y ganar más influencia y poder en la política local, estadal o nacional, según las ambiciones de su cúpula directiva. Organizar una nueva referencia política con una clara ambición de cambio profundo, incluso en sus prácticas de funcionamiento y expansión, no lo veo difícil, sino hasta necesario e indispensable, si queremos romper el círculo vicioso donde estamos girando, al menos, en los últimos 40 años. El asunto por tanto no está en cómo conformar una nueva organización política, porque hay miles de ciudadanos en todos los municipios del país dispuestos a ello, mucha ingeniería organizacional disponible y exitosas experiencias para hacerlo. La cuestión la encuentro en el tiempo requerido para fraguarlo, esto es, en la segunda interrogante que deja Erik en mesa. Estamos mal acostumbrados a la inmediatez y a las fórmulas mágicas. Se llevará el tiempo que requiera y puede ser varios meses de trabajo incesante y agiotador, pero también satisfactorio y enriquecedor. Sin embargo, el mayor obstáculo lo encuentro en donde tal vez uno menos lo esperaría. Porque una nueva referencia política tendrá enemigos, mucho más acérrimos y peligrosos, en quienes hoy monopolizan la oposición a la dictadura, que en la misma camarilla dictatorial. Pero el camino más largo es el que no se inicia. De modo que estoy convencido que no hay mejores condiciones para la conformación de una tercera fuerza política que las que ahora tenemos. Ni mejores ni más apremiantes. La invitación sigue abierta.
Round 10
Víctor Maldonado
Una amiga con quien comparto afanes radiofónicos siempre cierra su programa diciendo que los venezolanos no tenemos por qué resignarnos a esto que vivimos. ¿Qué es lo que vivimos? Sufrimos los efectos de una mala política, que necesariamente se decanta en una mala economía. Eso es lo primero que tenemos que aprender y asumir. Que política y economía vienen apareadas y que, por lo tanto, no podemos deslindar el discurso populista, irresponsable y taimado, de las secuelas que deja en la prosperidad de la gente. La gente es infeliz en regímenes populistas. Vive de decepción en frustración, con efímeros momentos de falsos entusiasmos. Los populistas obligan al saqueo del futuro, en eso consiste precisamente la depredación irresponsable de los recursos del país a través del estado patrimonialista. Pero hay que señalar que el populismo tiene su propia institucionalidad en los gobiernos extensos y en los partidos clientelares. Venezuela es un doloroso ejemplo. Millones de empleados públicos que presionan a la indisciplina fiscal, causante de la inflación, y partidos que, aunque se presentan como alternativa, no son otra cosa que la convalidación de lo mismo, una oferta demagógica, incumplible, pero sobre todas las cosas, ruinosa. El populismo tiene también su cultura y sus valores, por ejemplo, el rentismo petrolero, la necedad de mantener el criterio de empresas y sectores estratégicos y su concomitante capitalismo de estado, la alusión a la pobreza para justificar que ellos sigan a cargo, la perniciosa imaginación de que las cosas se resuelven por decreto, una especie de legalismo mágico, la ainstrunmentalidad implícita que se nota en la incapacidad de resolver cualquier problema, y lo peor, el creer que de una situación así se sale, por las buenas, y gracias a que en cualquier momento ocurre el milagrito. El desafío para nosotros, los radicales, es seguir insistiendo en romper este círculo perverso de complicidades y complementariedades del que vivimos el fatal momento culminante. Los venezolanos se están muriendo de hambre, no tienen como resolver una enfermedad, y muchos han partido en desbandada, apostándolo todo a la fortuna que a veces no les es propicia. La única salida fructuosa es la ruptura ideológica, ética, institucional y programática. Necesitamos apostar por la libertad, la libre empresa, el estado limitado, la soberanía del consumidor, la transparencia y rendición de cuentas de los que son encomendados para que gobiernen por nuestra cuenta. Que eso sea posible dependerá de una sublevación ciudadana que exija más, no siga jugando a la ingenuidad supuesta, asuma su responsabilidad con sus propios proyectos de vida, sea más realista, y se conforme menos. Los venezolanos están desperdigados por el mundo, echando el resto. Ahora corresponde echar el resto aquí para construir el país que merecemos, que soñamos y por el cual, en los últimos veinte años han dado la vida y sufrido persecución tantos venezolanos. Insisto, hay que darle un chance a la libertad, enterrar a todos los caudillos, y comenzar una etapa donde prive un nuevo pacto republicano. La invitación sigue abierta, entendiendo eso sí, que fuera de ese proyecto luminoso, habrá esta oscuridad, el llanto y crujir de dientes que ahora nos impone este totalitarismo.
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