La fortaleza, la virtud de lo difícil

En un artículo anterior comentamos que Platón comparaba el alma o interioridad humana con un carro de dos caballos. Donde el conductor es la razón que tiene que ser capaz de gobernar los dos caballos, considerando que cada uno tiene su propia manera de moverse e intereses propios.

Por un lado, un caballo representa los deseos, que despiertan de repente y agitan el alma. Un caballo difícil de manejar, porque se mueve mucho, es caprichoso y desobediente. Mientras que el otro caballo, en el que nos fijaremos ahora, es más noble y dócil que el otro y representa el ánimo. Dicho ánimo, por cierto, es más difícil de descubrir que los deseos. No obstante, si nos fijamos en nuestro fuero interior, entendemos, es más reconocemos que, además de los deseos, hay una capacidad de armarse de valor para enfrentarse a las dificultades.

Todos reconocemos cierta capacidad para acumular energía y enfrentarnos con las dificultades. Cuando nos enfrentamos con algo difícil o duro, sentimos la necesidad de rearmarnos. También nos sentimos removidos al ver el heroísmo de otros y sentimos el impulso de imitarles. Nos crece el ánimo. Las palabras animarse o desanimarse expresan esas fluctuaciones del ánimo ante las dificultades que, en parte, somos capaces de controlar. La fortaleza es el hábito de controlar el ánimo para afrontar las grandes tareas y resistir mejor las dificultades y los embates de la vida.

La virtud de lo difícil

La vida es lucha, ¿quién no lo sabe? A veces no lo saben los que han tenido una existencia demasiado blanda y fácil. No han experimentado que la vida es lucha, porque no han tenido que esforzarse para conseguir nada. Pero al final, lo experimentarán, porque todo el mundo acaba enfrentándose con el dolor, con todo tipo de contrariedades, disgustos y fracasos, y, al final, con la muerte.

Y ¿qué es mejor?, ¿qué es más maduro?: ¿Venirse abajo a la primera o ser optimista?, ¿tener aguante o dejarse derrotar enseguida?, ¿tener espíritu deportivo o desanimarse a la primera?

La capacidad de dominarse y luchar es lo que llamamos fortaleza. Es la capacidad de controlar el ánimo. Y crece con entrenamiento, con el empeño de animarse y no venirse abajo. También se le puede llamar grandeza de alma, valentía o coraje.

La fortaleza tiene que ver siempre con lo difícil

Es la virtud que se pone en juego ante la dificultad. La virtud de vencer la resistencia interna de la pereza, el miedo o el desaliento. La fortaleza, la valentía o el coraje son la fuerza interior de una persona. Y es muy importante para salir adelante uno mismo, para hacer algo valioso en la vida y para sacar adelante a los que dependen de uno.

Por eso, a nadie se le hace un beneficio cuando se le educa de una manera demasiado blanda; cuando se le pone todo fácil, cuando no tiene que hacer ningún esfuerzo para conseguir las cosas. Y tampoco nos hacemos ningún bien a nosotros mismos cuando no nos proponemos nada valioso en nuestra existencia, y nos exigimos poco en nuestro trabajo o en nuestra manera de tratar a los demás. Hay que ponerse metas que superar y retos que vencer. Hace falta exigirse hasta para ir limpios o cuidar de la salud o poner buena cara y no acostumbrarse a estar de mal humor. Esto da a las personas un punto de espíritu deportivo y de superación. Aunque como en todo, hay que acertar con la dosis: ni demasiado ni demasiado poco.

Atreverse y resistir

Se suele decir que la fortaleza tiene dos actos: el primero es enfrentarse con los problemas; y el segundo, aguantar las dificultades. Es decir, uno consiste en atreverse a atacar; el otro, en resistir sin venirse abajo.

Se necesita reunir ánimo y armarse de valor para vencer las dificultades internas y externas. Muchas cosas de la vida son difíciles y costosas. Además, dentro de nosotros llevamos una resistencia interior, que parece decidida a sabotearlo todo. Muchas veces es la pereza, las pocas ganas de moverse y de trabajar porque se nos antoja costoso.

Y esto ocurre todos los días. La pereza se lleva una parte importante de la vida. Si reflexionamos al respecto, podemos concluir que siempre somos menos de los que podríamos ser, hacemos menos de lo que podríamos hacer y servimos para menos de los podríamos servir. Por eso es bueno e importante este entrenamiento en vencerse y en quitarle importancia a muchas dificultades que son solo impresiones. No se trata de esforzarse demasiado, pero sí de forzarse un poco. Esto nos hace más fuertes y nos da salud mental.

Otras veces es el miedo, la vergüenza o la timidez que nos bloquean y no nos dejan hacer lo que tendríamos que hacer. Nos paraliza pensar lo que otros van a decir o cómo van a reaccionar. Por cierto, ese miedo al qué dirán o la timidez parecen defectos menores, pero en realidad hacen daño y, a veces, mucho daño. Se comen una parte considerable de la eficacia de cada persona y estorban mucho a la vida pública.

Gandhi decía que: “La ausencia de miedo es el primer requisito de la espiritualidad. Los cobardes nunca pueden ser morales” (Young India, 13-10-1921). No pueden ser morales porque no están dispuestos a perder algo o pasarlo mal por sentido del deber. No pueden ser justos porque no son capaces de enfrentarse con las injusticias y con los injustos.

A todos nos gustaría ser siempre amables, no tener que ponernos serios y exigir, ni corregir abusos e injusticias. Pero no puede ser. Cualquiera que tiene un cargo o encargo de gobierno se encuentra con estas situaciones. Y lo mismo pasa en cualquier familia; y en cualquier sociedad, por pequeña que sea. Hay que exigir a todo el mundo que aporte lo que tiene que aportar; y corregir a tiempo los deterioros; y evitar los abusos. Si se deja pasar, por vergüenza, por miedo o comodidad, los abusos se convierten en costumbres y hasta en derechos. Y, cuando se consolidado el vicio, no hay quien lo arregle.

No se trata de ser violento, sino de ser valiente, que es distinto. La violencia es cosa de las vísceras y generalmente es injusta, porque es brutal. La valentía en cambio, tiene que ver con la razón, con hacer triunfar la razón para que triunfe la justicia. Se necesita mucho valor para lograr que las cosas sean como tienen que ser: en lo pequeño de la vida diaria; y, con mayor razón, en lo grande. Hay que estar dispuesto a pasarlo mal, pero no hace falta ser agresivo. Sólo hace falta ser valiente.

Hugo Bravo
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