Es indispensable que exista un liderazgo apalancado en la ética y la dignidad
Editorial #384 – Las banderas de Ledezma

Además de un importante líder político, Antonio Ledezma es un buen padre y un buen esposo. Es un buen hombre.

Con 62 años, para muchos venezolanos el alcalde destituido de Caracas aparenta más edad, quizá por el hecho de que desde muy joven ha estado en el ojo público y la gente siente que lo conoce desde hace mucho tiempo. Fue dos veces alcalde del municipio Libertador y gobernador del antiguo Distrito Federal. Luego, ejerció dos veces como diputado del extinto Congreso Nacional y en 1994 fue elegido senador, siendo la persona más joven en ser elegida para ese cargo.

Además, fue alcalde mayor del Distrito Metropolitano de Caracas hasta 2015, cuando el 14 de febrero de ese año es encarcelado por haber sido, junto a María Corina Machado y Leopoldo López, líder de las protestas ciudadanas de 2014, y le arrebatan el cargo.

También fue preso político por más de 1000 días, hasta la madrugada del pasado viernes que se escapó del arresto domiciliario en el que se encontraba y, según él mismo cuenta, después de burlar 29 alcabalas policiales y militares, cruzó caminando la frontera de Colombia donde lo esperaba su libertad.

A pesar de todo el calvario que él y su familia tuvieron que atravesar, Ledezma nunca vaciló en sus principios y en los motivos de su lucha. Eso es siempre un timbre de honor, mucho más cuando otros están dispuestos a arrodillarse por migajas. Es por eso que se convirtió en un “referente moral” de la lucha que se está dando en Venezuela, como lo afirmó el secretario general de la OEA, Luis Almagro.  

En una situación tan compleja como la que vive Venezuela, en medio de todo tipo de crisis, la más profunda es la crisis moral. El que existan liderazgos cuyo actuar esté siempre apalancado en la ética y la dignidad, no solamente es importante, sino también indispensable para poder superar la peor tragedia que ha enfrentado la república.

Los cínicos –infaltables incluso en horas cruciales- dirán que “con ética no se llega al poder”. Es un argumento debatible, pero lo que no tiene discusión es que si se llega sin ética, entonces terminamos donde estamos. Y lo que hoy vivimos no puede repetirse nunca más.

La causa de Ledezma es la misma que la de la mayoría de los venezolanos: la libertad, la dignidad y la verdad. Es esa que hoy queda en manos de quienes no dejarán de luchar ni un solo día junto a Antonio, que comenzará una cruzada en otras latitudes para que se escuche la voz de los venezolanos y seguramente se convertirá en la voz más importante de la oposición fuera de nuestras fronteras.

Mientras tanto, acá no debemos perder nunca la convicción de que estamos haciendo lo correcto. A pesar del cansancio, de la desesperanza y de la decepción, no perdamos de vista el norte de una lucha que lleva años.

Ese norte donde hoy también ondean las banderas de Ledezma.

Miguel Velarde
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