Economía para la gente
¡Qué broma con el interés propio! (IV)
Es absurdo pensar o creer que una persona pueda lograr concentrar todo el conocimiento y la información: el conocimiento es disperso, la información está descentralizada. Por esta misma razón lo conveniente es propiciar la cooperación entre las personas, pues así el conocimiento y la información, visto ya que es imposible que alguien lo concentre totalmente, son compartidos y aprovechados por toda la sociedad.
¿Quién puede tener mejor información y conocimiento sobre cultivar y vender tomates que el agricultor tomatero? La información es asimétrica; todos no sabemos todo de todo. Todos, incluida la autoridad gubernamental, sufrimos de ignorancia racional: somos ignorantes de muchas cosas porque lo decidimos racionalmente. Esto por supuesto guarda estrecha relación con el hecho que nos especializamos en algo para luego intercambiarlo por aquello que necesitemos. El mecánico de un taller sabe más de vehículos que yo, por ejemplo, pero yo me especializo en algo y produzco, y luego llevo mi carro a reparar al taller mecánico, y pago el servicio con lo producido por mí.
Todos decidimos especializarnos en un área del conocimiento, según nuestros gustos, talentos, preferencias, expectativas, etc., y por lo tanto decidimos racionalmente ser ignorantes de aquellas otras áreas del conocimiento que no nos atraigan o agreguen valor.
Otra condición necesaria para que los intercambios se den libres y voluntariamente, y así también se disperse la información y el conocimiento, y pueda ser de provecho para toda la sociedad, es que los precios sean libres, para que estos puedan dar las señales que indiquen qué bienes y servicios se necesitan en la sociedad, mostrando oportunidades a los emprendedores, y resultando en beneficios para todos los ciudadanos.
Hasta ahora hemos estado comentando sobre orden espontáneo, lo imposible de la “mente maestra”, asimetría de información y dispersión del conocimiento, ignorancia racional, y el signalling de los precios libres. Ahora, seguiremos comentando sobre la justificación moral de las ganancias, entrando en la fase final de esta serie de artículos sobre el interés propio.
Para tocar este tema nos apoyaremos en una voz calificada (quizá la más calificada): Tomás de Aquino (1225 – 1274), principal representante de la escolástica, de las fuentes más citadas de su época en metafísica, santo, Padre y Doctor de la Iglesia Católica, teólogo y filósofo de los más grandes de todos los tiempos, unión de fe y razón.
En su obra magna, la Suma Teológica, en la que uno no esperaría que se tocaran estos temas, causando sorpresa, el Aquinate analiza temas económicos. Aunque si se piensa con profundidad, tiene sentido que los toque en una obra sobre la justicia, y tratándose de cosas tan cotidianas: justicia en los precios y en los intercambios.
En esta obra, en la Segunda parte (movimiento del hombre hacia Dios), segunda de la segunda (los actos humanos en particular), Tratado de las virtudes cardinales, del engaño, que es cometido comprando y vendiendo, en la Cuestión 77, de los pecados cometidos comprando y vendiendo, artículo 3ro. (sobre si el vendedor está obligado a decir los defectos de la cosa vendida), el Doctor Angélico plantea esta Objeción (la cuarta):
“…Ahora bien, a veces el precio bajaría por alguna otra razón, sin ningún defecto en la cosa vendida: por ejemplo, si el vendedor lleva el trigo a un lugar donde el trigo tiene un precio elevado, sabiendo que muchos (comerciantes) vendrán tras él llevando trigo; porque si los compradores supieran esto darían un precio más bajo. Pero aparentemente el vendedor no necesita darle al comprador esta información. Por lo tanto, de igual manera, tampoco necesita que le diga los defectos de los bienes que está vendiendo.”
Primero, maravillémonos con una pieza de pura economía, oferta y demanda, en una obra de Teología.
Luego, en esta situación podemos por un lado resaltar el poder de la señal que dan los precios: un precio elevado de un bien en un lugar, atrae a los vendedores hasta el sitio a ofrecer dicho bien. Como consecuencia, se reduce la escasez que de este producto haya en tal lugar, y los precios tienden a bajar; es decir, se genera bienestar en la sociedad.
Pero el Aquinate aquí no parece querer referirse a teoría económica; pretende analizar si es justo o no que el comerciante se “aproveche” de la asimetría de información que sufre el comprador, y de una situación de escasez, haciendo ganancias elevadas vendiendo a precios más altos, más sabiendo que con una posterior cada vez mayor oferta los precios tenderían a bajar, y por tanto a reducirse su beneficio.
Bueno amigos, por razones de espacio lo dejamos hasta aquí por los momentos. Continuamos desarrollando este tema en el próximo artículo.
Entender de economía política, identificar ganadores y perdedores, nos permite entender por qué no cambia y por qué es difícil cambiar el statu quo.
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