Recuerdos del exilio

En 1961, el Dr. José Tomás Jiménez Arráiz publicó un interesante libro titulado RECUERDOS, editorial Tierra Firme de Caracas. En esta obra relata, de forma amena y agradable, los sucesos ocurridos en Venezuela y los países vecinos entre los años 1928 y 1935, lo que sería los últimos siete años de la dictadura del General Juan Vicente Gómez.

Entre las páginas de estas crónicas, escritas con habilidad y realismo, plasma el autor las peripecias de los principales personeros del régimen, así como también las de aquellos que osaron emprender en la lucha antigomecista y fracasaron en el intento. Uno que pertenece a estos últimos es el General Gregorio Prato, nativo del Táchira y férreo opositor al “Bagre” de “La Mulera”.

El escritor cuenta que conoció al General Gregorio Prato en Barranquilla, urbe colombiana ubicada a orillas del rió Magdalena y a pocos kilómetros de su desembocadura al Mar Caribe, territorio desconocido al que lo llevó su escape de las represalias del Gobierno tras los sucesos del carnaval de 1928, cuando los estudiantes universitarios se rebelaron contra el régimen.

Apenas llegaba a la ciudad como exiliado cuando alguien le recomendó que se fuera a hospedar en el hotel “Bolívar”. Siguió la recomendación de aquel extraño y al llegar al recinto se percató que el General Prato pagaba todos los días una cama en aquel recinto, fuese o no ocupada, destinada a los exiliados venezolanos. Dicho catre podía ser utilizado por quien lo necesitara al momento de su llegada a Barranquilla, mientras se abría paso buscando trabajo y un domicilio permanente.

El militar andino tenía unos años viviendo en el exilio tras alzarse junto a su hermano Maclovio contra el General Gómez. Se asentó en Barranquilla para montar una fabrica de refrescos y con las ventas de su producto sostenía decorosamente a su familia. Jiménez Arraíz, después de pasar unos días en el hotel “Bolívar” sin tener suerte para encontrar oficio, decidió dirigirse a casa de su benefactor para agradecerle el gesto y solicitarle que lo ayudara a conseguir trabajo. El General Prato, sin andarse con rodeos, le ofreció un puesto laboral en su fabrica de ponche.

Yo recalé en Barranquilla y después de algunos tumbos en trabajos de diversa índole, llegué a trabajar en la fabrica de refrescos del General Prato. Fui todo una pieza, su contador, su secretario, su agente de ventas y su cobrador. Me entregó integra su confianza y me fijó un generoso sueldo con el cual pude hacer frente a mis necesidades económicas en Barranquilla, así como enviar a Caracas alguna ayuda para el hogar maltrecho.

En 1944, cuando se cumplía casi una década de haberse celebrado el velorio y entierro del General Juan Vicente Gómez en Maracay, el Dr. José Tomás Jiménez Arráiz, después de haber culminado sus estudios en Europa, se encontraba radicado en el Estado Guárico. Allí recibió un día, en su Oficina de Médico de la Unidad Sanitaria de San Juan de los Morros, a un hombre avejentado, pulcra y totalmente vestido de negro, quien al verlo le preguntó si lo conocía. Era imposible no reconocerlo. Se trataba del General Gregorio Prato, el hombre que tanto lo había ayudado durante los años de su exilio en Barranquilla.

Estoy derrotado, la fabrica de refrescos y las demás cosas de donde derivaba el sustento mío y el de mi familia se fueron al diablo, victimas de malos negocios. Vengo a pedirle ayuda, para ver si logro sacar al comercio un ponche mucho mejor que el que aquí se vende.-

Agradecido por sus favores en el exterior, hizo huésped al General Prato en su casa durante el tiempo que este permaneció en San Juan de los Morros e intentó disuadirlo de la idea de montar otra fabrica de refrescos. Un día, sin avisarle, recogió sus cosas y abandonó las tierras de Guárico. Al tiempo pudo saber que se había marchado hacia el centro con ansias de llegar a la Capital y entonces le perdió la pista.

Aún no habían transcurrido un par de años cuando volvió a escuchar de él. Se sorprendió ingratamente al enterarse que había sacado a la calle su famoso ponche y: desconocedor de los trámites legales y sanitarios que debía seguir para ofrecer su producto, aquí en Venezuela, había contravenido la Ley de Licores y estaba preso.

Raúl Leoni, uno de los jóvenes surgidos de la Generación del 28, antiguo compañero del Dr. Jiménez Arráiz y en aquel entonces importante figura del Partido Acción Democrática, tuvo que interceder para que el anciano fuese opositor a Gómez pudiese disfrutar en libertad los últimos años de su humilde y laboriosa vida.

Gregorio Prato, un hombre bueno, servicial, afable, cariñoso, gentil para con todos, derrochador a manos llenas de dinero, el cual sirvió muchas veces para ayudar necesidades, murió pobre y olvidado de muchos, una noche cualquiera en una sala general del Hospital Vargas en 1948.

No se rindieron honores a la alta jerarquía que ganó frente a las huestes gomecistas. No tuvo su entierro el cortejo que merecía su actitud generosa de siempre. Pero junto con este recuerdo mío, lo acompañan hoy en su tumba, el de muchos que fueron sus empleados, sus pobres, sus amigos, los beneficiarios de su generosa conducta.

Jimeno Hernández
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