El campo de concentración de Venezuela
La obra titulada “Venezuela bajo el signo del terror”, también conocida como el libro negro de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, fue un proyecto orquestado por Leonardo Ruíz Pineda y José Agustín Catalá en el que colaboraron como escritores Simón Alberto Consalvi, Jorge Dáger, Héctor Hurtado, Juan Liscano, Héctor Alcalá, René Domínguez y Ramón J. Velásquez. Se trata de una elaborada crónica de los pecados cometidos por los altos funcionarios de la dictadura en los que se habla de corrupción, persecución política, presidio, torturas, el fraude electoral por venir y la existencia del campo de concentración en Guasina.
El penal de Guasina había sido clausurado por el Gobierno del General Isaías Medina Angarita en 1943, después que el Dr. Arnoldo Gabaldón, científico notable, rindiera un informe al Gobierno Nacional explicando las condiciones de aquella siniestra isla. En este dice haber encontrado allí, entre otras amenazas para la vida, –mosquitos transmisores del paludismo, amibas histolíticas productoras de la disentería amibiana, tifus, etc. Existe además una mosca denominada vulgarmente “golofa” cuya dolorosísima picadura ocasiona úlceras e hinchazón general en el cuerpo. A esto habría que agregar la gran cantidad de animales ponzoñosos que pululan aquella zona, como serpientes cascabel, rayas, tembladores o depredadores como jaguares, caimanes o pirañas. También hay jejenes e insectos de todas clases, incluido el chipo, agente transmisor de la hasta ahora incurable enfermedad conocida como el “Mal de Chagas”.
La historia de este antiguo penal resulta interesante y se encuentra sintetizada en las páginas 179 y 180 del libro negro. Esta comienza describiendo el lugar en los siguientes términos: –Situada en pleno Delta del Orinoco, en el corazón de la selva venezolana, bañada por los cayos de Boca Grande, al norte, y Sacupana del Remanso, al sur, la isla de Guasina es quizás, uno de los lugares de la Tierra más hostiles a la vida humana. Ubicada a muy pocos metros de altura sobre el nivel normal del Orinoco, su territorio, desprovisto en lo absoluto de las necesarias defensas, es casi completamente inundado por las aguas desbordadas del río cada vez que este crece, las cuales, al volver a su cauce, lo hacen dejando toda el área convertida en una gigantesca ciénaga, en un inmenso criadero de larvas. El clima es canicular, oscilando de continuo entre los 38 y 40 grados centígrados a la sombra. Las vías de comunicación casi no existen, pues el único medio de contacto con el exterior lo constituyen las contadas barcazas que muy de vez en cuando suelen recalar en sus costas. Las endemias, epidemias y enfermedades en general, son en ese lugar un azote permanente para el hombre.
En “Venezuela bajo el signo del terror” se explica como este penal abrió por primera vez en 1939, durante la Presidencia del General Eleazar López Contreras y los años de la Segunda Guerra Mundial. Al principio fue utilizado como campo de concentración de prisioneros nazis o fascistas. Después de su clausura quedó aquel terrible islote desierto y olvidado en el remoto y agreste Delta del Orinoco, hasta que en 1948, derrocado el Presidente Rómulo Gallegos, volvió a ser habitada pues comenzó a servir como sitio de reclusión para los inmigrantes indocumentados que llegaban a nuestras costas. Un año después, en 1949, los reclusos extranjeros fueron puestos en libertad y enviados a servir como mano de obra en los sembradíos de caña y distintos centrales azucareros del país. Guasina quedó así una vez más deshabitada.
Fue a finales de 1951 que abrió por tercera vez sus puertas para convertirse en un penal. En esta ocasión no fue para internar presos de guerra o inmigrantes sin papeles de identidad que entraron de manera ilegal al país. Este horroroso lugar comenzó a poblarse de ciudadanos venezolanos que fueron conducidos hasta allí por las autoridades del régimen por ser considerados como una amenaza a su estabilidad y propósitos continuistas.
Se afirma que entre 1951 y el 15 de diciembre de 1952, durante los años de la Junta de Gobierno encabezada por el abogado Germán Suarez Flamerich, cabeza civil de la naciente dictadura militar del General Marcos Pérez Jiménez, eran encerrados en el mismo penal, junto a delincuentes de alta peligrosidad, todos los acusados de cometer actos terroristas contra el gobierno. Entre la inmensa mayoría de ellos se hallaban militantes de Acción democrática y el Partido Comunista de Venezuela, quienes sufrieron la crueldad de los elementos, el hambre, los trabajos forzados, la inanición, cualquier tipo de tortura imaginable, así como la exposición a insectos transmisores de enfermedades mortales, depredadores salvajes o criaturas venenosas. Todo esto sin ningún tipo de asistencia médica.
Fueron muchos quienes sucumbieron ante las condiciones infrahumanas de aquella isla, un campo de concentración destinado a llevar a los infortunados que pasaron por allí hasta una muerte segura con el mayor sufrimiento posible.
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