De la memoria y el olvido

Setenta años atrás, estalló una granada en la sede de Acción Democrática que mató a la señora  Rosa Gaspar de Martínez, modesta trabajadora, e hirió  a otra persona, para agravar aún más el ambiente político de una Venezuela deseosa de ejercer las libertades públicas, pero harta del desmedido sectarismo político. La acción fue atribuida al Frente Nacional Anticomunista con el que el “Copey” se suponía ligado, a través del entonces diputado Antonio Pulido Villafañe.

La granada que se dejó caer desde la platabanda de la casa-sede, estalló el 17/05/1948 y, obviamente, generó una situación difícil, con la correspondiente movilización de masas del partido gobernante, Acción Democrática. El día 24, en el acto de cierre escenificado en el Nuevo Circo de Caracas, Rómulo Betancourt, además de subrayar el parentesco mellizal de sus más vehementes  opositores con el frente, denunció que la tentativa fue la de frustrar la importación de maquinarias y alimentos, desde Estados Unidos, país al que viajará pronto el presidente Gallegos.

Al diputado Pulido Villafañe, prófugo, le fue allanada la inmunidad y reaparecerá muy después, en la era en ciernes del perezjimenato del que también fue funcionario diplomático. La prensa y los diarios de debate del parlamento,  aún sobrevivientes, todavía constituyen una magnífica fuente para la reflexión política actual, aunque debemos respetar que se trata completamente de hechos históricos que no deben suplantar el decidido esfuerzo de actualización de nuestras circunstancias en el presente siglo.

Por lo pronto, más allá de la Guerra Fría, como una generosa abstracción que dice relevarnos de ciertas e insuperadas claves de lo que ha sido nuestra accidentada vida republicana,  reencontramos la violencia política que resolvimos o dijimos resolver con la llamada política de pacificación, implementada a finales de los sesenta de la anterior centuria. Preocupante, hoy sabemos que existen armas y demás artefactos de guerra en manos de grupos irregulares tan afectos al régimen, que se resistirán a una transición democrática demandada por las grandes mayorías que literalmente ha hambreado.

En un eterno y enfermizo retorno, el sufragio universal, directo y secreto, ya arraigado en nuestra más elemental cultura política, es una conquista a reivindicar constantemente. Costó demasiado institucionalizarlo para que, precisamente, sus más estridentes beneficiarios, ahora deseen pulverizarlo impunemente,  prescindiend de la dura historia que lo avala.

El sectarismo político fuerza a la desaparición o rectificación de sus más excelsos promotores, pero – siendo tan numerosas las  lecciones – el país ha caído víctima de un fenómeno que deja, ya es bastante decirlo, atrás a lo ocurrido en el célebre trienio. Al sectarismo armado de la presente dictadura, existe el desarmado de sectores que se le oponen, real o ficticiamente, indicando cuán profundo ha sido el aprendizaje de todos estos años para propios y extraños.

A nadie se le pide una disertación experta sobre temas históricos para el diario ejercicio de la política, aunque sucesos tan trágicos, como el que hemos invocado, de un modo u otro, debería estar en la memoria – por lo menos – del liderazgo político venezolano. No obstante, cómodo como inútil, prefiere el olvido, entre otras razones, creyendo – en ambas aceras – que Venezuela comienza y termina con todos ellos.

 

 

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