Resiliencia, la verdadera resistencia
Todo tiempo pasado fue mejor, es un verso de Jorge Manrique en Elegías a la muerte de mi padre. El ser humano siempre que se encuentra con una circunstancia adversa, comienza a mirar hacia atrás, a evaluar, y le parece que antes de eso, las cosas eran perfectas. Pero en Venezuela, somos de memoria corta, olvidamos rápidamente el estado de bienestar que tuvimos y cómo fue mermando hasta llegar a esta desgracia, también olvidamos los errores que nos trajeron a sufrir este momento.
En este país, el tiempo pasado se llama cuarta república, desde que el Mesías de la destrucción dibujó en el imaginario un retrato imperfecto de la democracia venezolana, acusándola de males que nunca tuvo.
En la cuarta república comíamos perrarina, repiten los sacerdotes del desastre como si todos no supiéramos que en esa época cuando una familia comía mal, era porque almorzaba con arroz, caraotas, huevo frito y tajadas ¿quién puede comerse un huevo hoy, sin temor a quedarse sin un centavo?
En la cuarta nadie podía estudiar en la universidad, es otra de las arengas de los predicadores de la mentira, y nos preguntamos: ¿cómo hicieron ellos entonces? Porque todos ostentan títulos de las principales universidades públicas del país.
Pero más asombroso es que insistan en convencer a la población de que antes de ellos, el venezolano comía mal, vestía mal, era analfabeta, no iba a la universidad, etc. Y lo más insólito es que algunos venezolanos hayan olvidado que parte de lo que hoy son, y tienen, lo obtuvieron en esos años supuestamente nefastos en los que según ellos, no había educación en Venezuela.
Hace muchos años, una de las profesiones más prestigiosas, era la educación en cualquiera de sus niveles pero, ser profesor universitario era realmente lo máximo, todo el mundo así no lo fuera, se hacía llamar profesor, porque era prestigio. Hasta los brujos se presentaban en los anuncios clasificados como Profesor, buscando garantía de credibilidad.
Es decir, ser profesor era sinónimo de respeto y credibilidad. Un sueldo de un maestro o profesor de bachillerato daba para comprar una casa decente, un automóvil económico y levantar una familia. El sueldo de un profesor universitario, daba para eso y hasta más, podía darse el lujo de vivir holgadamente, vacacionar en el exterior, comer bien, curarse en las mejores clínicas, ser socio de un club, entre otras comodidades. El ejercicio de la academia ennoblecía a quien la ejercía. Hoy no podemos decir lo mismo. Un profesor universitario es aquel ser famélico parado en una esquina esperando a que llegue una perrera que lo lleve cerca de la universidad donde trabaja. Un profesor universitario, es aquel que camina con los zapatos rotos porque no puede comprar otros con el pírrico sueldo que le pagan por hacer docencia, extensión e investigación. Un profesor universitario es aquel ser, que se le baja la tensión a media mañana en el salón de clase, porque aún no ha desayunado y probablemente tampoco cenó.
Pero cuando vemos los comunicados de los”sindicatos” que no son más que voceros de los propios verdugos del alto gobierno, jactándose porque el salario base de un universitario lo discutieron “arduamente”, (entre gallos y media noche) para que fueran 3 salarios mínimos, cuando ya la cesta básica va por más de 50 salarios mínimos, sabemos que no hay voluntad para la dignidad.
El conocimiento es enemigo de los sistemas comunistas, aun cuando hipócritamente incluyan en su léxico la palabra científico (comunismo científico) que no es más que la degradación del ser humano, pero lo más decepcionante es que, para algunas Asociaciones de Profesores, y otras agrupaciones que hacen vida universitaria, la academia, y los profesores, tampoco son importantes, y esto se evidencia en la ausencia de lucha por su dignificación. Son más urgentes las peleas internas por un liderazgo que no tienen, o por no perder la pequeña cuota de poder que les permite seguir engordando mientras sus colegas adelgazan, que luchar por no dejar morir la universidad venezolana.
¿Qué queda entonces para quienes elegimos esta profesión y no queremos abandonarla? Son varias las soluciones, una, salir corriendo a otro país y ejercer por allá, es lo que han hecho muchos colegas, la otra, es resistir, perseverar en la adversidad, continuar la lucha hasta vencer, no decaer, generar recursos sin abandonar la academia, innovar en crisis, crecernos en la desgracia, , en fin, practicar la resiliencia.
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